Carlos Martínez García
A pesar de todos sus malabares, evasivas, invectivas y descalificaciones contra quienes le piden aclarar su papel en el encubrimiento del sacerdote pederasta Nicolás Aguilar Rivera, el cardenal Norberto Rivera Carrera ha tenido que, así sea a regañadientes, responder a la acusación que pesa en su contra en una corte de Los Angeles, California.
Acostumbrado a que las autoridades mexicanas le rindan pleitesía, le brinden un trato respetuoso y, en muchos casos hasta cortesano, Rivera Carrera no podrá mover en su favor piezas y contactos que le permitan librar la demanda de la que le hizo destinatario el experimentado abogado estadunidense Jeff Anderson. El hecho de que sea este personaje quien tiene a su cargo la defensa de una víctima (Joaquín Aguilar) del depredador sexual presuntamente protegido por Rivera Carrera tiene a este último muy intranquilo. Y no le faltan razones para ello, porque Anderson toma los casos que sabe tienen altísimas probabilidades de éxito. De esto dan cuenta casi tres décadas de "litigar en Estados Unidos contra ministros de culto pederastas, por lo que ha obtenido indemnizaciones multimillonarias para las víctimas" (nota de Rodrigo Vera, Proceso, 18/II/2007).
El cardenal alega que es una mentira el señalamiento hecho por Joaquín Aguilar, quien lo responsabiliza de haber tendido un manto protector sobre el depredador sexual de infantes y adolescentes. Esa protección, sostiene el despacho de abogados dirigido por Jeff Anderson, hizo posible que el sacerdote abusivo pudiera moverse a su antojo en diócesis de México y Estados Unidos. De ahí que la demanda en la corte angelina sea contra Rivera Carrera y el arzobispo de Los Angeles, Roger Mahony. El clérigo estadunidense dice que recibió en su jurisdicción a Nicolás Aguilar por recomendación de Rivera Carrera, y que nunca fue advertido de los antecedentes abusadores del recomendado. El cardenal mexicano dice que sí lo hizo por escrito, Mahony argumenta que nunca recibió ese reporte. ¿Quién de los dos miente? Tal vez eso lo sabremos durante el juicio, cuando cada uno tenga que presentar sus pruebas. Ya fuese por encubrimiento maquinado o negligencia de los altos clérigos, lo constatable es que el agresor sexual pudo ir y venir porque nadie en la institución eclesial le puso un alto.
Mientras tanto, el cardenal Rivera ya tomó providencias y contrató abogados en México y en Estados Unidos. Aquí lo representa el bufete jurídico Fernández del Castillo y Asociados, en Estados Unidos lo hace Michael L. Gyspers. Tratan de evitar a toda costa que el alto clérigo comparezca personalmente en la Corte Superior de Los Angeles. Nada más tener que apersonarse en el lugar sería un duro golpe para el titular de la diócesis primada de México. Por otra parte, sus defensores intentan ganar la batalla de la opinión pública, esforzándose por argumentar que el caso está lleno de simples intenciones monetarias y ganas de manchar la impoluta imagen de la Iglesia católica mexicana. El órgano informativo del arzobispado de México, Desde la Fe, en su edición del domingo pasado sostiene que tanto a los acusadores como a los periodistas que les dan espacio los apoyan algunos medios informativos "sin escrúpulos, que no pueden ocultar su odio a la Iglesia católica" (nota de Alma E. Muñoz, La Jornada, 26/II).
No hay nada nuevo en la presente estrategia de Norberto Rivera Carrera en su afán de eludir el juicio legal y las críticas de la prensa que se toma en serio la investigación de los abusos de toda clase de poderes, y el eclesiástico es uno de ellos. Cuando hace 10 años salieron a la luz pública las primeras noticias bien documentadas de los abusos sexuales del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel Degollado, dos de sus encumbrados amigos, ambos jerarcas católicos y bien conocidos por su tendencia a convivir con las elites políticas (el obispo de Guadalajara, Juan Sandoval Iñiguez, y el cardenal Rivera Carrera) lo defendieron enconadamente. Incluso un iracundo Norberto Rivera increpó a los periodistas que lo interrogaban sobre la pederastia de Marcial Maciel. El arzobispo respondió que todo era un complot bien armado por los enemigos de la Iglesia católica. Además increpó al entonces reportero de La Jornada Salvador Guerrero Chiprés, y le soltó un ofensivo "¿cuánto te pagaron"?, por seguir el caso del legionario mayor.
La perseverancia de las víctimas de Marcial Maciel en dar a conocer los abusos sexuales que padecieron, el papel que jugó un sector de la prensa mexicana, que no se dejó intimidar por el poder de las sotanas y sus aliados políticos, y una opinión pública más alerta se conjuntaron para dejar en claro que hacer público lo de Maciel Degollado nada tenía que ver con afanes conspiracionistas. Como hace una década, el cardenal Rivera Carrera evade dar explicaciones porque se considera superior al resto de los ciudadanos. Hoy, al igual que entonces, condena a sus críticos, a quienes atribuye aviesas intenciones. Pero sus espacios de privilegio cada vez se estrechan más.
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