Bernardo Bátiz V.
Es Maquiavelo quien con toda objetividad, sin emitir juicio de valor, en El príncipe, analizó cómo se hacen obedecer los gobernantes; hay dos formas, decía, haciéndose amar por sus súbditos -ahora diríamos por los gobernados-, o haciéndose temer. La obediencia, el sometimiento de los más a los menos, era el objetivo de aquellos príncipes crueles, refinados y absolutos, que Nicolás Maquiavelo tomó como modelos y describió en su conocida y brillante obra, precursora de la ciencia política.
No desdeñó, por supuesto, describir que junto al temor podían usarse el engaño, la simulación, la traición, como instrumentos de quienes mandan, y luchan entre ellos por el mando.
Al florentino no le interesaba si los fines perseguidos fueran válidos, socialmente positivos, buenos para los pueblos o si fueran tan sólo buenos para el tirano y su camarilla de amigos y aduladores, de sirvientes y guerreros; el punto de la validez de los fines, así como el de la validez de los medios, quedó siempre fuera del enfoque intelectual de Maquiavelo, deslumbrado por la realidad que conoció a fondo y describía.
Hay, por supuesto, otra forma distinta de hacer política, en la que los valores y el interés social iluminan y orientan por igual fines y medios. No sólo las metas de una acción política deben ser constructivas y positivas, socialmente hablando, sino que -y esto es fundamental- también deben serlo los medios empleados; con ello preservaremos a la sociedad de su degradación.
Lo anterior, porque es evidente que el gobierno actual, formado por panistas y priístas en lazo estrecho, está empleando cada vez más, para imponer sus medidas legislativas a favor del injusto neoliberalismo y para obtener respeto y obediencia, medios y métodos descalificados, como el temor, y aun el terror. En esto, como en el amasar fortunas de la noche a la mañana y ligar grandes negocios, los panistas han resultado aprovechados alumnos del priísmo.
Un extremo alcanzado es al que llegó Miguel Angel Yunes, quien consciente del efecto de sus palabras, se atrevió a lanzar la amenaza en contra de quienes se amparen contra la Ley del ISSSTE, advirtiéndoles que pondrían en riesgo los servicios que este instituto -que el conocido veracruzano dirige- debiera prestarles.
La simple mención de la posibilidad de perder derechos, dicha por quien encabeza la institución, puede hacer dudar a muchos en su intención de defenderse de un atropello.
La amenaza encubierta y ladina aumentó su efecto intimidatorio con la inmediata repetición por el eco automático de los comunicadores adictos al sistema (algunos a sueldo) que, con diversos matices y comentarios, y a veces en broma y otras con apariencia de serias y sesudas y voz engolada, se hace por radio y televisión.
A la amenaza que encierra la inclusión en el Código Penal del delito de terrorismo, a los retenes, cateos, desalojos, disparo de armas de guerra en ciudades habitadas, vuelos rasantes, grupos de elite, armas por dondequiera, uniformes camuflados y otros instrumentos militares, se suma hoy una aberrante acción maquiavélica (de un experto en el tema) que consiste, en concreto, en decir: si peleas por tus derechos, si reclamas, si acudes a un recurso jurídico, te puede ir muy mal: no sólo no alcanzarás lo que buscas, sino que puedes perder lo poco que te hemos dejado.
Por supuesto que esta amenaza no tiene fundamento: los servicios, especialmente los de salud, no pueden suspenderse, pero la advertencia quedó hecha, y nos indica a qué clase de gobernantes se enfrenta la ciudadanía que lucha por sus derechos, su libertad y la justicia social.
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