miércoles, junio 27, 2007

Drenaje profundo y palabras lamentables

Editorial

El titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón Hinojosa, aprovechó la ceremonia de entrega de un tramo del Gran Canal, celebrada ayer en la delegación Venustiano Carranza, y a la que no asistió Marcelo Ebrard Casaubon, jefe de Gobierno del Distrito Federal, para realizar un injustificable golpeteo político contra la administración capitalina. En el acto, Calderón "invitó" a la autoridad local a "poner su parte" y a colaborar con su administración, "al margen de sus diferencias", para resolver el problema del agua en la capital de la República, el cual, dijo, "es más grave de lo que algunas autoridades habían reflejado en sus acciones", y aseguró que, de no resolverse, podría "sobrevenir la peor inundación en la historia moderna de la ciudad de México, con consecuencias catastróficas para todos".

Estas palabras presidenciales son injustificables y criticables por varios motivos. El primero y más evidente es que faltan a la verdad, por cuanto sugieren una renuencia del gobierno local a trabajar con la Comisión Nacional del Agua (Conagua), una dependencia adscrita al gobierno federal. El hecho es que ha venido realizándose un trabajo conjunto, que existe un plan de acción y el propio jefe de Gobierno capitalino, Marcelo Ebrard, se ha reunido con el Comité Técnico de la Conagua. Peor aún, Calderón insinuó, sin decirlo de manera frontal, que hay desidia por parte de la autoridad urbana ante el drenaje y su mantenimiento, un tema que sin duda es prioritario y que no puede ser desatendido. Poco después, el propio Ebrard reseñó las acciones adoptadas en materia de bombeo y de planificación de los trabajos de reparación del drenaje profundo.

Resulta deplorable que desde la Presidencia de la República se pretenda sembrar alarma y zozobra entre la población del Distrito Federal cuando, de acuerdo con la información disponible, no hay motivo legítimo para ello. Si Calderón contara con información para sustentar la hipótesis de "la peor inundación en la historia moderna de la ciudad de México", tendría el deber de presentarla a la sociedad. De otra manera, la única explicación posible para su actitud es que resulta expresión de un censurable empeño por alterar la relación entre gobernantes y gobernados en la capital de la República y que hace especulación política con las probabilidades de una catástrofe para que, en caso de que ocurriera una falla mayor en los desagües urbanos, el Ejecutivo federal pudiera deslindarse de responsabilidades y presumir ante la opinión pública un supuesto espíritu previsor.

En otro sentido, nadie desconoce que persiste el distanciamiento entre las autoridades capitalinas y las federales, y prueba de ello es la ausencia de Ebrard en el acto en el que habló Calderón. Pero declaraciones como la comentada no sólo no contribuyen a fortalecer el necesario espíritu de colaboración entre ambas instancias de gobierno sino que, por el contrario, tienden a ahondar las diferencias.

Por otra parte, el proceso electoral de julio de 2006 demostró que la población del Distrito Federal es mayoritariamente adversa a Calderón. Si éste pretende remontar esta situación y lograr mayores márgenes de empatía con la población capitalina, tendría que empezar por comportarse con espíritu republicano y con respeto y civilidad ante unas autoridades locales que, cabe recordarlo, fueron legítimamente elegidas, por mayoría absoluta y por un margen mucho mayor que el que los resultados oficiales otorgaron al propio Calderón y al cual debe su llegada a la Presidencia.

En términos generales no es recomendable ni prudente que desde una jefatura de Estado se exhiba o se aparente mala voluntad. En el caso de referencia, las declaraciones comentadas no dignifican a una administración que arrastra impugnaciones de origen, que lejos de persuadir a sus opositores los ha amenazado con los símbolos universales de la represión y que, en sus primeros siete meses, no ha sido capaz de presentar resultados convincentes en ninguno de los asuntos que ha abordado.

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