Mensaje Personal de Fausto A Sus Lectores
Queridos amigos, colegas y caros leyentes:
¡Saludos fraternales y solidarios a todos! Ante la imposibilidad de hacerlo personalmente con cada uno de ustedes, les quiero hacer llegar por esta vía mi más emocionado y muy agradecido reconocimiento a su interés —expresado mediante infinidad de mensajes por Internet y por teléfono y personalmente a mis allegados— por mi estado de salud, el cual entró en crisis el pasado 9 de mayo y apenas ayer, 1 de julio, sentí que podía volver la hoja. Lo que padecí fue una parálisis de la vejiga que en las últimas semanas se complicó con una parálisis parcial del colon. Me declaro ignaro en cosas de la ciencia médica y las causales y desarrollo de mi crisis de salud, pero eso es lo que me ocurrió.
Empero, no me siento cien por ciento bien —estoy débil y me canso fácilmente y existen otras secuelas penosas—, pero lo suficiente para reanudar mi quehacer, el de explicar hechos y sucedidos e identificar desde una perspectiva historicista los componentes de su contexto y, así, contribuir a la misión central del periodismo que es, en mi modesta opinión, la de educar para crear conciencia y liberar ésta. Una conciencia liberada es capaz de cambiar la realidad, sobre todo aquella que lo oprime.
Jamás imaginé una respuesta tan generosamente solidaria —abundante, rica, variadísima— de tanta gente de México y otros países a mi crisis de salud. Tomo nota de la preocupación de mi amigo de muchas décadas, Jorge Sethson, de Buenos Aires, Argentina, compañero mío que fue durante mi beca en Estados Unidos para estudiar periodismo, o de Aniano Gago, de Radio y Televisión de Castilla y León, en España, así como amigos de Jamaica, Cuba, Filipinas, Japón, Australia.
Ello ha sido para mí una revelación que raya en lo increíble: hay vínculos, invisibles si se quiere, entre mis colegas y yo, así como entre quienes me leen y yo, particularmente, entre mis amigos y yo. Este episodio descorrió los velos de una intangibilidad que uno suele dar por descontada: la fuerza de la amistad. O por mejor decir, la energía solidaria de la amistad. Esa energía es mágica: me tocó, me cubrió, y me alentó en este proceso de recuperación de mi salud. Atizó esa energía la fogarata de mi ánimo y fortaleció mi actitud mental positiva, sin la cual no habría superado este avatar. Puedo decir que mi restablecimiento se lo debo en gran medida a mis amigos. A ustedes. A todos ustedes, sin excepción. ¡Qué fuerza tan poderosa!
Esa actitud mental, así reforzada y fortalecida por la energía de la amistad, me sirvió para resolver el tratamiento a seguir: preferí la homeopatía, el ayuno, la herbolaria y el naturismo. Uno de mis yernos es médico y trabaja en el Hospital Naval (el de la Armada), de Veracruz, y me insistía mucho en el tratamiento alópata. "Es rápido y seguro, suegro", me decía. "Unas cuantas horas y queda usted como nuevo". Desde luego que no le temo al bisturí, sino a las secuelas: varios meses de recuperación post-operatoria y quedar ahito y dopado con muchas pastillas. Quiero subrayar que le estoy muy agradecido a mi yerno, por sus comedidos y preocupados empeños.
Mi agradeecimiento sin límite se extiende, además de a todos mis amigos, colegas y caros leyentes que concentraron esa enorme energía que influyó en mi recuperación, a mis queridos amigos Julio Ricardo Blanchet, Gabriela y Tere Dávila Madrid, al doctor homeópata Héctor Pérez, distinguido médico xalapeño, y a Miguel Angel Cabrera.
Mi agradecimiento también a mis amigos en el puerto de Veracruz, particularmente Lupita Mar y Miguelángel Barragán, Omar González y Alfonso Salces Fernández, director del diario Notiver, quien alertado de mi exagerado y temprano (y falso) deceso --así se corrió la voz-- llenó de reporteros y fotógrafos (y hasta de radio y televisión) mi casa. A mis colegas en el puerto. También mi agradecimiento sin límite a mis vecinos en el tradicional e histórico barrio de La Huaca, en donde resido desde 1998. Los nombres vienen a la memoria: Jorge, Georgina, Eliseo, Mary, Charo, Ana Karina, Nacho, doña Naya, doña Goya, Sergio, don Pedro, y muchos más, como Edwin Cepeda y Corona... A la incomparable y sensible Oralia Méndez... Pendientes día con día de mi estado de salud. A mis finos amigos en el Distrito Federal Raúl González Vázquez, Hugo Murillo Zermeño, José Luis Becerra —cuya solidaridad moral se tradujo también en solidaridad material—, Eduardo Ibarra Aguirre, José Jacques Medina, Fernando Castillo Tapia, Hildebrando Ayala, Norberto Espinosa, Régulo León-Arteta, Eva Olalde, Marialena Bouchez, Ana Luz Trejo-Lerdo, Vladimir Galeana, Leopoldo Mendívil, Martha Chapa, Manú Dornbierer, Harry Gayner, Adriana Barraza, Manuel Hernández Granados (no sólo amigo, sino también colaborador leal), entre muchísimos más cuyos nombres quisiera incluir en esta relación de gratitud. A mi querido amigo de Tampico, Luis Roberto Botello, a quien me une una amistad de medio siglo.
Mi agradecimiento se extiende con renacida fuerza a todos y cada uno de los miembros consaguíneos y políticos de mi familia. Conformaron una red de apoyo no sólo moral extraordinaria, sino de soporte logístico, muchas veces con enormes sacrificios personales. Mi homenaje a Lupita Collins Robinson y a don Miguel Velázquez de Léon de los Ríos.
Si la enfermedad en sí fue una experiencia ilustrativa —educativa, diríase—, esta revelación de la energía de la amistad y su manifestación esplendorosa, la solidaridad, resultó avasalladora: me ha hecho sentir otro, renacido, reencarnado, más humilde, más realista... Sin la amistad me hubiera sido, así lo creo, virtualmente imposible superar estos obstáculos.
Esta experiencia me enriqueció vivencialmente con largueza, pues acrecentó mi acervo emotivo. En lo material, padezco las estrecheces financieras que devienen de experiencias como la descrita.
Les reitero a todos, con el corazón en la mano, mi reconocimiento y mi gratitud a los incontables amigos, colegas y caros leyentes que hicieron posible que haya superado --o casi-- los obstáculos ya señalados.
Y les ruego, de la manera más humilde, que acepten mis expresiones de agradecimiento.
Les abraza
Fausto Fernández Ponte
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