Editorial
Con el telón de fondo de la conmemoración por un aniversario más de la Independencia de México, el Zócalo capitalino reflejó ayer la persistencia de la fractura política que recorre el país y que es un saldo del periodo de crispación que se vivió a raíz de los comicios presidenciales de 2006. La Plaza de la Constitución, sembrada de vallas y resguardada por elementos de la Policía Federal Preventiva (PFP), fue disputada en vísperas de la celebración por simpatizantes del ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, quienes convocaron al llamado “Grito de los libres”, y por los organizadores de la ceremonia oficial encabezada por el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón Hinojosa.
La pugna por las ceremonias del calendario cívico se ha vuelto cada vez más recurrente tras las elecciones de 2006. Cabe recordar que el año pasado, en el contexto del enfrentamiento poselectoral entre el gobierno federal y la coalición Por el Bien de Todos, el ex presidente Vicente Fox se vio forzado a trasladar la ceremonia del Grito de Independencia a Dolores Hidalgo, y que el acto en el Zócalo fue conducido por el entonces jefe de Gobierno capitalino, Alejandro Encinas. La celebración fue precedida por el levantamiento del plantón que seguidores de López Obrador mantuvieron durante 46 días en el Paseo de la Reforma y la avenida Juárez, la calle Francisco I. Madero y la Plaza de la Constitución, en protesta por un proceso electoral caracterizado por las intromisiones ilegales del gobierno federal, los intereses empresariales y la parcialidad de la autoridad electoral.
Las acusaciones de graves pérdidas económicas a causa del plantón fueron usadas como pretexto para iniciar una campaña de linchamiento mediático en contra de López Obrador y sus seguidores. Lejos de atender las demandas de los inconformes, el grupo gobernante apostó al desgaste y división de éstos. Sin embargo, la división expresada ayer en el Zócalo es una muestra clara de que el descontento prevalece.
La presencia castrense previa a la ceremonia de ayer es, por otra parte, una clara muestra del temor derivado del déficit de legitimidad que la actual administración arrastra de origen. Los asistentes al “Grito de los libres”, muchos de los cuales acamparon en el Zócalo, aseguraron que la madrugada de ayer fueron provocados e intimidados por elementos del Ejército y el Estado Mayor Presidencial. Para el acceso a la plaza hubo a una rigurosa revisión de los asistentes, que incluyó la instalación de detectores de metales, así como el decomiso de propaganda de apoyo a López Obrador y a la Convención Nacional Democrática (CND). Tales sucesos contrastan claramente con las declaraciones que el propio Calderón Hinojosa realizó ayer al mediodía, en el sentido de que “nadie queda al margen de la celebración, porque es el minuto de la concordia y la reconciliación”.
En días recientes, las fuerzas partidistas han encontrado en el Congreso un terreno idóneo para alcanzar acuerdos políticos que se traducen en reformas constitucionales. Sin embargo, estos consensos son claramente insuficientes para resolver la situación de diferendo en la sociedad civil que trasciende a la clase política. La división se extiende por todo el país y tiene muy diversas expresiones, como lo son las lacerantes condiciones de desigualdad social y económica, los constantes agravios y violaciones a los derechos humanos al amparo de la impunidad, y la marginación y el abandono de las comunidades indígenas y campesinas.
Desde cualquier óptica, la militarización de lo que supuestamente es una celebración popular es reprobable, porque pone en evidencia que los llamados “a la concordia y a la reconciliación” del Ejecutivo federal no trascienden el discurso: si el grupo gobernante tuviera voluntad real de actuar en esa dirección, bien podría empezar por contrarrestar las desigualdades originadas por el actual modelo económico. De lo contrario, las manifestaciones de descontento popular persistirán y la división que se expresó ayer en el Zócalo prevalecerá.
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