miércoles, junio 18, 2008

A católica indignación, devota penitencia

La Cruzada contra el Mal de los integristas de naranja
17.06.08
Comité Ejecutivo de la Federación Internacional de Ateos (FIdA)

Mientras en Alemania se concede el premio Büchner de literatura al escritor Josef Winkler, cuya obra aborda una descripción crítica de los horrores producidos por el catolicismo, en nuestro país una avanzadilla de cruzados neogóticos conocidos como “HazteOir.org” consiguen, mediante una simple campaña de envío masivo de spam, que tres de los principales grupos económicos españoles retiren su inversión publicitaria de la cadena televisiva La Sexta por emitir, según aquellos, contenidos “ofensivos” con los sentimientos religiosos de la mayoría de la población.

El último éxito del caudillo de los ultras, Ignacio Arsuaga, ha radicado en conmover a los responsables de imagen de El Corte Inglés, quienes esta misma mañana, por boca de Ángel Barutell, director de Relaciones Externas de la multinacional, expiaban su pecado –se habían escondido tras la pantalla de una poco profesional “central de medios”- y afirmaban estar “molestos e indignados” por haber sido inducidos a pagar publicidad en cierta diabólica cadena cuya enseña es el número maldito. Días atrás, el director de marketing de El Ocaso, la compañía del sol menguante, señalaba airado que “no iba a permitir” que su empresa promocionara programas que pudieran ofender a “cualquier tipo de sentimientos de grupos ciudadanos”. Y antes aún, el pasado día 8, el director de relaciones públicas de la cervecera holandesa Heineken, Diego Antoñanzas, maldecía el “sesgo laicista” de “Salvados por…”, y corría a retirar su dinero y sus verdísimas bendiciones del programa blasfemo.

El hígado de los ultracatólicos filtrará, ya sin complejos, el caldo holandés, deambulará en éxtasis por los grandes almacenes de don Isidoro y esperará tranquila su jubilación, saboreando las ventajas fiscales de invertir en El Ocaso. Han demostrado estas empresas que el argumento sociológico, antaño empleado con cierto éxito por la Iglesia, puede constituir un factor de riesgo, y que en tiempos de crisis –o de “desaceleración económica”- debe optarse por el campo católico antes que por el de la indiferencia religiosa. En definitiva, el dinero tiende a ser apostólico y romano, de derechas, buen consumidor y mejor previsor.

Arsuaga, quizá enturbiado por la mística de la gloria, y animado siempre por las generosas donaciones procedentes de ciertos lobbys fundamentalistas republicanos –no de esos tricolores que logran cabrear al piadoso Bono, por supuesto, sino de los de americanos del norte- ha hablado de “un nuevo éxito del movimiento cívico” por la “auténtica” libertad de conciencia. No negamos la palma, y felicitamos su estrategia. Tememos, desde luego, que la citada autenticidad se deba más a la memoria del catecismo Ripalda que al derecho de todos, pero no puede sorprendernos, especialmente cuando se atribuye a la compañía que financió los carteles de bienvenida a Benedicto XVI para su periplo fallero, o que impide sistemáticamente la distribución de libros críticos con la mafia política de este país, o que patrocina a la cadena de los obispos y del condenado Federico. Pero, en fin, cualquier empresa privada puede actuar como estime conveniente, fidelizar al sector de mercado que prefiera y jugar su baza en el botín comercial, destino ineludible del sudor y de la pena.

Lo verdaderamente interesante, en este caso, consiste en la pérdida real de imagen de los inclinados. Es norma, en todo Estado de derecho, que nadie se someta a las exigencias de un chantaje, porque los fanáticos y los secuestradores se crecen y la amenaza contra las libertades aumenta. Cuando de conciencia se trata, ninguna está amparada por la protección divina ni libre de críticas. Esto, que es tan fundamental en un régimen democrático como el sufragio universal, implica que la libertad de expresión esté por encima de pretendidos escrúpulos personales, y que delitos como el de “blasfemia” constituyan residuos totalitarios apegados, cual negras garrapatas, al Código Penal.

Jaleados por una opinión pública minoritaria pero persistente, las conquistas de Arsuaga se limitan a las argucias clericales de siempre. Fanáticos y henchidos de fe, al igual que sus iguales de Oriente, los medios empleados no alcanzan, de momento, y por citar una monstruosidad reciente, la contundencia coránica exhibida hoy en Bagdad, con sus más de cincuenta asesinados. Pero las proclamas de estos alucinados yihadistas del Espíritu Santo dejan bien clara su inspiración política, que consiste en defender la fe con la extorsión y en imponer una rígida censura frente a la crítica. Cambian los uniformes y cambian las circunstancias, pero el espíritu –¡ay!- siempre permanece. Malditos libros sagrados, que impiden el aprendizaje de la auténtica lectura…

A la Conferencia Episcopal le molesta el “ruido” de los apóstatas, y a los cruzados mágicos de Arsuaga el humor ácido que desvela la miseria y la arrogancia del clero. A nosotros, ateos, no se nos permite sentir la herida de la ofensa. Pero sí, ésta se produce, y ocasionalmente con intensidad. Especialmente cuando los gobiernos y los ciudadanos se arrodillan ante una cruz o una media luna, o cuando Papas, sheiks y prelados claman por la paz y financian la guerra. Ésas son, en el fondo, las verdaderas blasfemias de todo tiempo.

Para esa laya anaranjada, toda crítica a la única y sacrosanta Católica es siempre una crítica impúdica, que ha de ser vengada. Como atestigua el todavía alcalde de Morón, el pueblo creyente sigue cantando a María Auxiliadora, y el poderío económico, al unísono, entona penitencias, rogativas y el mea culpa convenido. Eso sí, ahora, tras lo de Arsuaga y sus secuaces, sin dignidad y sin pantalones…

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