La sanción en el derecho siempre tiende a interpretarse como castigo y nunca debería ser así. La sanción es el resultado de una calificación que la autoridad hace de una acción o una omisión, cualesquiera que éstas sean, que han violado un mandato legal y que deriva en una reparación del daño jurídico causado. Si uno comete u omite un acto que ordena la ley, causa un daño y, en consecuencia, debe repararlo. Eso es lo que la sanción significa en el derecho y no un castigo o una venganza de la sociedad ofendida. No pagar nuestros impuestos implica una reparación del daño; igual sucede si estacionamos nuestro auto en lugar prohibido. Y eso sucede, asimismo, con un acto criminal.
Cesare Beccaria, filósofo italiano del siglo de las luces, sostenía que el delito es un fenómeno social, vale decir, de la sociedad. No es una obra demoniaca de un individuo aislado. Ya el solo hecho de que se considere que una acción o una omisión es un delito, conforma un hecho social y no individual. Beccaria llamaba a hacerse cargo de la responsabilidad social con respecto a aquellos que cometen esos ilícitos. Ahí no hay represión o venganza que buscar. La ley es punitiva, señalaba el filósofo milanés, no porque convenga a la sociedad, sino a los poderosos que definen lo que es bueno y lo que es malo y el resto de la sociedad debe sometérseles (De los delitos y de las penas, XLI).
Entre los actos ilícitos destacan los delitos penales, los que llamamos comúnmente criminales. Son infracciones a la ley que implican un daño a la propiedad, a la vida, a la libertad y al orden público. Quienes nos gobiernan piensan, cuando esos delitos nos agobian y nos ponen al borde de la anarquía o la disolución de las relaciones sociales, en una venganza, en un castigo que, si se puede, vaya más allá del daño cometido. Es un mal modo de ver las cosas. Se ha dicho hasta la saciedad: a un delito ya cometido casi no cabe remedio. El remedio se da cuando el delito se evita antes de que se cometa.
En una sociedad llena de miserias como la nuestra, es ahí, en esas miserias, donde deberíamos buscar las causales de ese fenómeno tan destructor de la vida en convivencia. Resolver el problema persiguiendo a delincuentes luego de sus crímenes o vengarse una vez capturados, si es que se les aprehende, imponiéndoles penas de venganza y de castigo, sólo exacerba el problema, pues los delincuentes, cuando están bien provistos de dinero, también son capaces de ejercer su venganza. Ya hemos visto a lo que lleva la represión, que no es más que venganza vil.
Una sociedad férreamente individualista y capitalista es generadora nata del delito y en su peor especie, el crimen organizado, que es definido por todos los delincuentes como “simple negocio”. El delito, podría decirse, es inmanente a la sociedad capitalista, especialmente cuando se le define como “negocio”. De ningún modo quisiera decir que todos los empresarios son delincuentes; lo que quiero decir es que el crimen y, sobre todo, en su modalidad de crimen organizado, rodea a los negocios y se trata siempre de dinero fácil. Tampoco es generalizado, pero aparece constantemente y forma parte, de modo natural, de los negocios.
¿Por qué el crimen prospera en nuestro país? También se ha dicho hasta el exceso: porque nueve de cada 10 delincuentes jamás son atrapados y menos incriminados. A eso se llama impunidad. Pero no es algo que sólo se deba a la ineficacia e impreparación de los órganos persecutores del delito. Se trata de una vastísima red de complicidades que enrola a todos los órdenes del gobierno y del Estado. Todo mundo lo sabe. Ortiz Mayagoitia tiene razón al decir que eso es culpa de nuestros legisladores. Lo que se le olvida preguntar es el porqué. ¿Cuántos juzgadores cree el presidente de la Corte que han dejado escapar a delincuentes por simple corrupción? Se conocen varios casos.
No hay ni puede haber otro modo de resolver la comisión de delitos que prevenirlos. El capítulo de la obra de Beccaria que cité entre paréntesis se titula, precisamente, “Cómo se pueden prevenir los delitos”. Atacar los huevos de serpiente generadores del crimen y la ilegalidad en la vida social, alejar a nuestra gente, de todos los niveles sociales, de la oportunidad de delinquir; educar a nuestros hijos a respetarse y a respetar a los demás, aunque también los enseñemos a defenderse de ellos; darle a cada ser humano la oportunidad de hacer bien las cosas en su vida y tantas y tantas cosas más que, además, han sido reiteradas miles de veces. Para eso hay que invertir la riqueza de la sociedad.
No se trata sólo de buenas leyes. Con fiscales, policías y jueces corruptos no sirve ninguna buena ley. Tampoco cuando hay gobernantes que conviven con e invitan al delito. Hay que invertir en educación, en el desarrollo para crear fuentes de trabajo, hay que pagar a los policías buenos salarios y educarlos también en el buen desempeño del deber. Hay que educar todo el tiempo a los padres de familia para conducir a sus hijos por el camino de una buena vida. Hay que dar a las familias un modo honesto de vivir (es un mandato de la Constitución), vale decir, darles trabajo, diversión sana, esparcimiento que el erario pueda pagar. Hay que dar a nuestra gente un buen gobierno.
Todo ello suena espantosamente utópico, ¿no es cierto? Pues no hay otra solución. La represión vengativa, la tortura de los aprehendidos, la reclusión a vida, el despojo de los bienes de los delincuentes, la pena de muerte, el Ejército en las carreteras, los caminos y las calles, las golpizas a “presuntos” (que, por lo general, nada tienen que ver en el asunto), sembrar el miedo entre la población, permitir que los medios de comunicación hagan su agosto con historias sucias (en reportajes, entrevistas y películas), para hacer un negocio fruto del morbo y la histeria sociales y mucho más que eso, todo lo cual quiere decir, violencia contra violencia, no sólo no nos resolverá el problema. Nos lo va a agravar hasta la disolución.
Sin duda, todos somos responsables de este fenómeno. Pero es un hecho que los que pueden hacer algo son el Estado y su gobierno y éstos no saben hacer otra cosa que oponer ciegamente la violencia a la violencia. Ellos son los corruptos y los solapadores de la impunidad. Ellos son los verdaderos generadores de este crimen generalizado que está ahogando y disolviendo a nuestra sociedad.
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