miércoles, octubre 22, 2008

Reforma radical del Estado o muerte de la nación
Muñoz Ledo ante las oligarquías

Ayer mostramos cómo Fox engañó y fue desleal con el país, al pactar y ofrecer públicamente una reforma del Estado a la que luego le cerró el paso, nos dice Muñoz Ledo. En el artículo de hoy exploramos los orígenes de esta traición en el gran pacto que Salinas cerró con la derecha, tras asaltar la presidencia. La descomposición que vivimos hoy es el resultado de dos fraudes electorales.IIICarlos Salinas, verdadero estratega político del neoliberalismo en México diseñó una transición sin democracia, una transición a la que he llamado transición conservadora (en mi libro México en una transición conservadora, Edit. INAH-La Jornada). Para llegar a ella rediseñó los pactos políticos en México desde la posición de ilegitimidad con la que asaltó la presidencia en 1988, a través del fraude electoral. Para la transición conservadora Salinas pactó con la derecha mexicana, los Estados Unidos, la Iglesia y el PAN, otorgando a cada uno de ellos concesiones decididas al margen de cualquier consulta social o referendo democrático. Lo hizo recurriendo al autoritarismo que en aquel entonces detentaba y que era el estilo predominante de gobierno. De manera paralela apretó el paso en la aplicación de las medidas neoliberales y la venta de empresas públicas, lo que le abrió un amplio espacio económico (recursos frescos) y político (fortalecimiento de alianzas basadas en la corrupción con que se hicieron las privatizaciones).El PAN, que desde siempre había formado parte del sistema político como una derecha leal y sumisa al margen del gobierno, se integró entonces de lleno, recibiendo, como premio a su apoyo al fraude y al reconocimiento del usurpador, su integración dentro de un proyecto negociado de transición conservadora en un sistema bipartidista que aspiraba a representar una ficción de democracia. Un sistema a imagen y semejanza del de los Estados Unidos, es decir, un régimen de dos partidos que representan lo mismo y un sistema electoral que apuntaba a quedar dominado por el dinero y por los medios. A cambio de ello, y con el entusiasmo que correspondía a su orientación política, el blanquiazul votó, junto con el PRI todos los cambios legales que desfiguraron el contenido social de nuestra Constitución.Tras el gobierno de Salinas el país terminó con un bipartidismo perfectamente perfilado, lo que prefiguraba ya la alternancia. El período de Zedillo fue el puente para la consolidación del proyecto. En el 2000 entonces lo que la derecha, los Estados Unidos, el PAN y Fox reclamaban, y Zedillo proclamaba (como protagonista) no era una transición, sino un cambio de jinete al frente de los destinos del neoliberalismo mexicano. Resulta claro que con el triunfo de Fox la transición conservadora llegó a su punto culminante. La derecha jamás pensó en una transición democrática efectiva, sus anhelos estaban muy lejanos de una democracia participativa, querían consagrar la ficción democrática, pintarle el rostro al país con la imagen de un nuevo partido y una nueva figura en el poder. Televisa se apresuró a realizar su teleserie sobre la transición, con Woldenberg como protagonista estelar. La transición estaba, para ellos, plenamente realizada, y había que hacer todo lo posible para evitar que avanzara más.Sin embargo a lo largo de este camino surgieron algunos elementos que se le atravesaron al proyecto político del neoliberalismo y le rompieron el ritmo. Uno de ellos fue el surgimiento de un nuevo actor, el EZLN, que desnudaba el modelo y que al declarar la guerra al Estado mexicano evidenciaba su autoritarismo apenas disimulado y reclamaba un cambio de rumbo. Por otra parte la resistencia social se manifestó de múltiples maneras a lo largo de todo el país, y el PRD resistió las embestidas, que incluyeron crímenes, agresiones, minimización mediática, etc.Todo lo anterior nos permite ver con claridad que existían entonces dos proyectos de cambio en México: el de la transición conservadora, asumido por la derecha, y el de la transición democrática. El primero exigía que no hubiera reforma del Estado, que las cosas quedaran como estaban antes, es decir que no hubiera cambios legales, ni nueva distribución del poder, en fin que no hubiera nuevo reparto de canicas. Que el juego continúe igual que antes, pero con otros jugadores, exigiendo claro, que el equipo que siempre había ganado (el del neoliberalismo) mantuviera sus privilegios y que quedara en el gobierno gente de su confianza, y si no voltearía la mesa para romper el juego.Cuando en el año 2000 la ficción democrática pudo realizarse aclamaron la democracia y se vistieron de demócratas, cuando seis años después se vieron en riesgo, acusaron al adversario de ser “un peligro para México”, y como iban a perder el juego, llamaron a la Maestra para que pusiera orden y le colocara la estrella a su delfín.La lucha de Muñoz Ledo por una transición plena a la democracia se despliega en el marco de este proceso, como un esfuerzo para romper la transición conservadora, que sus protagonistas consideraban consumada. Entre los pliegues de un sistema autoritario y profundamente corrupto, Porfirio trató de crear las condiciones políticas con los actores y las condiciones existentes para forzar una reforma del Estado que nunca estuvo en el programa de los neoliberales, fueran éstos del PAN o del PRI. Lo grave es que al parecer tampoco estaba en la agenda de muchos políticos perredistas que al parecer muy rápidamente se adaptaron a la ficción democrática que vendía la derecha.Hoy el libro de Porfirio y su intervención disruptora nos permite con nitidez ver las trampas de los actores complacidos en la transición conservadora, nos deja claro que antes del partido decisivo se habían preparado múltiples triquiñuelas, en las que participaron desde el presidente de la asociación deportiva hasta el árbitro, junto con muchos otros cómplices.Hablamos entonces de una descomposición del sistema político en su conjunto, descomposición que encuentra su origen en el fraude de 1988. Hoy, tras el fraude del 2006, México vive un deterioro que se desliza hacia un Estado fallido. La derecha, empeñada en evitar a toda costa la transición a la democracia, nos lleva al despeñadero, sin darse cuenta de que se está también convirtiendo en víctima de la situación que propició. Nos lleva así a un Estado fallido, lo que es sinónimo del caos. Mañana en la cuarta y última entrega sobre el tema abordaremos las aportaciones de Muñoz Ledo para comprender la crisis social y la violencia que estamos viviendo por la defección del Estado mexicano actual de sus funciones.

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