miércoles, noviembre 05, 2008

Astillero



■ Cúpula tocada
■ Doble golpe
■ ¿Ramón Martín Huerta II?


Nadie pudo anoche desvanecer el tufo de atentado. Ni siquiera el explicablemente dolorido Felipe Calderón, que alentó claves de maquinaciones oscuras al dar un breve mensaje mediático en el que no asumió el presunto accidente aéreo como un lamentable suceso que por no tener implicaciones ni significados ocultos o de reto al poder habría de agotarse en sí mismo, en el natural cumplimiento de rituales íntimos y de exaltaciones públicas, sino que lo convirtió en motivo de acicate, causa de endurecimiento verbal y anuncio de decisiones por tomar.


Enfoque ajeno al contexto llano de un mero accidente, razonar apresurado (y, por ello, altamente demostrativo de que en esa cúpula tocada ya se tenía información grave dos horas y media después de la caída del jet oficial) y respuesta aguijoneada en función de combates tan fieros que llegan a causar bajas en el entorno más cercano, en el entorno que es escalón antes de llegar a la cúspide, en una espiral creciente de confrontaciones y atentados que se nutre de la guerra sin sentido al inextinguible narcotráfico, de las peleas mercantiles por riquezas petroleras y de las fieras batallas internas por la riqueza derivable de cargos públicos y postulaciones.


Golpes secos al centro del poder (mucho más que la detonación de granadas a unos metros de algún balcón de gobierno, en este caso, michoacano). Juan Camilo Mouriño fue pieza fundamental de la consolidación del calderonismo, acompañante en el desierto al que Fox desterró a su entonces secretario de energía y confidente de absoluto poder íntimo tanto en los tiempos difíciles de la campaña electoral que no creció, de los resultados que una parte de México no aceptó y combatió, y en el diseño de los planes reformistas más controvertidos, como el petrolero en el que comprobadamente el entonces secretario de gobernación tenía conflicto personal y familiar de intereses. Mouriño que había redoblado recientemente su escolta personal y según versiones palaciegas estaba por dejar Bucareli, cumplido supuestamente el encargo de negociar la reforma petrolera que no fue tan privatizadora como él y su amigo Calderón pretendían pero que sin lugar a dudas dejaba resquicios suficientes para colar los intereses mercantiles de las familias gobernantes a través de empresas amistosas y compartidas, sobre todo de España, la tierra natal de quien se habilitó la ciudadanía mexicana mediante documentaciones a modo para llegar a Gobernación y, antes de que estallara el escándalo de las firmas desde cargos oficiales en negocios familiares, soñar con la posibilidad de ser el candidato de Los Pinos a la sucesión de 2012. El trágico cierre del escabroso ciclo político del personaje más cercano a Calderón se produjo en el contexto de un peculiar proceso de enrarecimiento de su entorno, tanto las filtraciones de funcionarios que aseguraban que la salida de Mouriño de Bucareli era cuestión de pocos días (se decía que ni siquiera estaba yendo ya a su despacho) como la extraña defensa de los secretos de su padre, Manuel Carlos Mouriño, ante una acusación de lavado de dinero que habría llevado a una acomedida PGR a solicitar un amparo que acabó avivando el tema.


Santiago Vasconcelos, por su parte, era el hombre de la convergencia binacional de intereses en materia de narcotráfico. De larga trayectoria en la procuraduría federal de justicia, había ganado la confianza de las autoridades estadunidenses que al apoyarle le ayudaban a mantenerse en cargos fundamentales de la lucha mexicana contra el narcotráfico. Él, junto con Jorge Tello Peón, formaba una reserva que Calderón podría utilizar en caso de que se agravaran los conflictos entre el procurador Medina Mora y el secretario de Seguridad Pública, García Luna, y de que las políticas oficiales de supuesta confrontación del negocio de las drogas siguieran produciendo derrotas y desánimo apenas disfrazables mediante decomisos y detenciones de medio pelo y espots de presuntos triunfos y avances heroicos e históricos. La caída de Santiago Vasconcelos representa, sin lugar a dudas, ganancias para determinados personajes del tinglado calderonista, y dará elementos de presión a los gringos suministradores de millones de dólares mediante la Iniciativa Mérida que si no cuenta con mexicanos “de confianza” en la plantilla oficial habrá de ser manejada mediante celosos y excluyentes oficiales extranjeros.


Astillas
Desde dentro de Pemex, una voz cuyo nombre será omitido comenta que “los nuevos ejecutivos panistas que están incrustados en Pemex –hay desde ex alcaldes hasta diputados teiboleros– son los que han dado al traste a Pemex, han tomado decisiones erróneas, garrafales pero nadie les dice nada. En 2004 mandaron a la calle a muchos compañeros que tienen suficiente experiencia y conocimiento de Pemex, y lo más chistoso del asunto es que algunos compañeros fueron contratados por compañías extranjeras como Halliburton, Schlumberger, etcétera”... María Guadalupe Amaro Maqueo plantea: “he leído con gran consternación la noticia del secuestro de un niño de cinco años y su asesinato con una inyección con ácido, lo cual me parece inconcebible. Sin embargo, no he visto la mínima preocupación de la señora Morera ni del señor Martí, no he visto que se proclame ninguna manifestación blanca con veladoras ni tampoco la manifestación de los curas”… Varios lectores denuncian el fraude realizado por Neoskin, una empresa especializada en depilación cuyas oficinas en varias ciudades de la República cerraron de la noche a la mañana, luego de haber desplegado una campaña de venta de paquetes de atención a futuro que debían ser pagados por adelantado para recibir llamativos descuentos… Y, mientras la política estadunidense se aventura a lo que finalmente puede quedar en notable pero no tan profundo cambio cromático (a fin de cuentas, lo que gobierna a Estados Unidos son los grandes intereses económicos, no el color de la piel), ¡hasta mañana, reconociendo por lo pronto que el futuro del vecino siempre podrá ser mucho mejor que con el desahuciado Bush!

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