Obama, el fin de la guerra sucia
MÉXICO, D.F., 4 de noviembre (apro).- La victoria de Barack Obama representa también la derrota de la mercadotecnia política de la guerra sucia y el inicio de un nuevo estilo de campañas presidenciales: aquellas caracterizadas por el uso intensivo de las nuevas tecnologías convergentes, en especial la oferta simultánea de video, internet y telefonía para generar una nueva comunicación política.Las campañas de miedo y de odio alcanzaron su máxima expresión en Estados Unidos durante la era Bush.Personajes como Dick Morris y Karl Rove, especialistas en convertir los prejuicios de una sociedad tan polarizada como la norteamericana en percepciones paranoicas sobre "los otros" (llámense musulmanes "terroristas", mexicanos "criminales", negros "resentidos" o asiáticos "piratas"), transformaron los dogmas conservadores en absolutos mesiánicos: Dios dictó las irracionales y costosas guerras del petróleo en Afganistán e Irak; la guerra fría fue ganada por el neocapitalismo especulador gracias a que Dios está con las grandes corporaciones; la "democracia a la americana" es una misión militar más allá de las fronteras. Lo peor de este periodo, en el que dominó la propaganda de guerra sucia, con tácticas como los videoescándalos y la manipulación grosera de la información y del derecho a la privacidad (ahí está el Acta Patriótica aprobada durante la era Bush para autorizar el espionaje en la correspondencia privada), es el alto grado de intoxicación mediática, anímica y social que invadió a Estados Unidos durante casi una década. La campaña de Obama fue inusual porque tuvo que enfrentar no sólo la herencia de los neoconservadores, sino también los ataques del establishment demócrata y posteriormente -en la última etapa de su campaña- del fundamentalismo religioso que le impuso el republicano John Mc Cain a su desastrosa compañera de fórmula Sarah Palin.Obama no se dejó intimidar por los ataques más groseros, racistas y sensacionalistas de los spin doctor del miedo.El giro de 180 grados se produjo cuando el derrumbe de los grandes bancos de inversión de Wall Street, a mediados de septiembre, reivindicó el mensaje central que desde hace dos años ha impulsado el sereno y pragmático candidato demócrata: la realidad de Estados Unidos va más allá de las "guerras santas" de Bush; la economía está en un estado desastroso debido a la ineficacia, la avaricia y el abuso de la misma coalición de intereses religiosos y corporativos que sostuvieron al texano, a pesar de las muestras evidentes de fracaso.Como un castillo de naipes se derrumbó el "sueño neoconservador". Ni uniformidad moral ni militarismo fundamentalista ni neoliberalismo a ultranza, y menos el conservadurismo mediático de aliados como la cadena televisiva Fox (propiedad del australiano Rupert Murdoch) o los halcones académicos y republicanos, podrían sacar a Estados Unidos del pantano.Como contrapartida, los mensajes de reconciliación racial, reforma económica con intervención estatal, reforma política para incluir a los ciudadanos excluidos y transformación de la hegemonía norteamericana en un poder compartido y no unilateral, adquirieron una nueva dimensión.Los hechos le dieron la razón a Obama antes de que las urnas le otorgaran la victoria.Los últimos intentos por sembrar la guerra sucia generaron un efecto boomerang contra Mc Cain. Los electores norteamericanos ya no se compraron las historias de un Obama "desconfiable", "amigo de terroristas", "blando frente a Irán", "extranjerizante" y, quizá, hasta un espía embozado de Al Qaeda o de Hussein.Incluso, la utilización grotesca del testimonio de un fontanero se observó como una medida desesperada de los publicistas del republicano para desacreditar la propuesta económica del candidato demócrata.Los neonazis que llamaron a asesinarlo a través de internet sólo demostraron lo lejos que están los grupos más racistas de la América posrepublicana.Peor le fue a la señora Palin. La debacle de Wall Street demostró que Estados Unidos es demasiado importante para dejarle a una hockey mum la posibilidad de dirigir los destinos de la nación con guiños televisivos y una mezcolanza de clichés conservadores.La derrota de la campaña de odio no hubiera sido posible sin la apuesta moderna de Obama hacia las nuevas audiencias masivas y convergentes.Detrás del impresionante aparato publicitario y promocional del candidato demócrata está la apuesta por una audiencia deliberativa, cuyas necesidades y reclamos son tomados en cuenta en una coalición compleja y llena de nuevas energías.Obama no desperdició los más de 600 millones de dólares recaudados durante su campaña (sin necesidad, como en México, de recurrir a los fondos públicos o al sindicato de Pemex para desviar recursos). Articuló una poderosa maquinaria de comunicación política y mercadotecnia electoral que reformará para siempre las campañas electorales. Ojalá en nuestro país aprendamos la lección para este 2009 y no volvamos a importar, como en 2006, a los sembradores de odio y miedo, que desde la guerra de Irak y el fracaso de José María Aznar en España habían demostrado que son un auténtico fraude electoral.
Email: jenarovi@yahoo.com.mx
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