¿Qué saben hacer? En rigor y sin permiso para escapatorias, ¿cuáles son sus conocimientos específicos? Han sido, ya estamos al tanto, políticos de tiempo completo, es decir, ocupantes de puestos bien remunerados, tramitadores de aumento salarial de los puestos bien remunerados, inquilinos del ascenso, profesionales del nomadismo ideológico, corredores especializados en entregarse la estafeta a sí mismos.
Son —y ese ser es todo el conocimiento disponible— miembros de la clase política, hasta hace unos años sólo consistentes en priístas, a cargo de un puñado de aptitudes básicas. Entre estas características se catalogan las siguientes:
—Disponibilidad para aceptar cualquier puesto, cerca o lejos de su profesión certificada. Así, para mencionar ejemplos en verdad inconcebibles, un abogado podía ser sin rubor alguno secretario de Salud, o un economista salta de la Secretaría de Pesca a la Secretaría de Marina. Estas, desde luego, son fantasías sólo avaladas por la realidad.
—Distancias institucionales entre el discurso y el comportamiento. De sincerarse un político, admitiría lo inexorable: no es aún hora de hablar con la verdad, no hay quien la entienda, no es asimilable. La verdad se presentará luego, cuando ya no estemos en este valle de lágrimas.
—Eliminación al máximo de la capacidad profesional, la que se tenga. Un funcionario, en este orden de cosas, no es ni debe ser un economista, un abogado, un ingeniero, un químico; nada más y sencillamente, un funcionario, ajeno a las destrezas profesionales; para eso tiene a los subalternos, los asesores, los publicistas. Un funcionario no dispone jamás de tiempo para ejercer su oficio inicial; de hecho, un funcionario no conoce tales cosas como una profesión o el empleo riguroso de tiempo. Su profesión no es la estudiada en la universidad, ni la perfeccionada en el posgrado en Estados Unidos; sus estudios que sí cuentan ocurren en las tomas de posesión de la cadena de empleos o puestos, y su especialidad genuina —acéptenla, porque no hay más— consiste en firmar papeles, contestar decenas o cientos de telefonemas al día, dictar cartas o e-mails, asistir a las juntas y las ceremonias con rostro enérgico, inaugurar todo lo inaugurable, develar placas, atender peticionarios, y llamar a los críticos para invitarlos a comer y “cambiar impresiones”.
He citado algunas de las especialidades auténticas del político, y dejé para lo último la habilidad principal: nunca abandonar la sensación de superioridad. En esto los priístas trascienden con mucho a los panistas, que siempre esperan el rayo de la inspiración. Ahora, lo más común es la prisa del político que quiere irse para no oír las críticas.
Antes, el priísta oía sin inmutarse y simplemente decía: “Oye l’agua”. Ahora los panistas llaman a la PFP. Y que se quejen donde quieran porque ya no hay escalafón sino currículum. * * *Durante siete décadas, los políticos de tiempo completo cumplen profusamente con su magno deber: dejarse ver en relación a su ejercicio presupuestal. Tanto gastas, tanto te encumbras. No se discute: su proceso formativo profundo no depende de lecturas politológicas ni del conocimiento minucioso de teoría del Estado, sino del olvido de lo circunstancial y la definición (negociable) de lo esencial.
El político ha materializado la fuerza y la debilidad del poder, y se trate de un presidente de la República, de un gobernador, un secretario de Estado, un oficial mayor, un diputado o un senador, el político, si tiene sentido, le da corporeidad a un mensaje: “Yo, el hombre al que alabas o detestas, y en el fondo siempre respetas, soy lo más importante a tu alcance”.
Esto fue en el tiempo del presidencialismo. Y ésta era hace poco la norma: si el presidente es el primero de los mexicanos, cada uno de los demás es el último. Eso ya se acabó.
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