Marcos Roitman Rosenmann
Marx, al comenzar El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, con su ironía y estilo literario señaló que los grandes hechos, si se repiten, no tendrían el carácter de grandeza o tragedia, y lo harían en su modalidad de farsa o caricatura. La actual crisis no contradice su postulado. De forma grotesca, el ansia de acumulación de los capitales financieros especuladores que actúan en las bolsas del mundo es parte de esta caricatura. Si la tragedia se produjo con el crack del 29 y la crisis de entreguerras del siglo XX, la farsa está representada por el adoctrinamiento económico liberal desatado en los años 70 del mismo siglo.
Tratando de hacer comulgar con ruedas de molino, se cayó en el mismo mal: se repitió el mismo error. Sólo que en esta ocasión se cumplió la profecía marxista. Ha sido una estampa única observar a los banqueros jugando contra la banca. Pareciera que no les importó declararse en quiebra. Su convencimiento altanero deviene de sentirse controlados por los gobiernos formales y ser parte del poder transversal. Estaban seguros de que el Estado saldría en su auxilio. Para ellos el mundo pasó a convertirse en un casino con una ruleta. Una gran ruleta en la cual se puede jugar y apostar hasta el infinito. No hay peligro. Si cae uno, ya vendrá otro. Juegan todos contra todos y en beneficio propio.
Resulta obsceno verificar cómo los gobiernos de la derecha y socialdemócratas salen en defensa de sus corruptas elites financieras. Desde Estados Unidos hasta Holanda, pasando por Alemania, Italia, Francia, España o Canadá. Miles de millones de euros y dólares son entregados a los bancos para mantener abierto el casino. Hay que seguir apostando a la ruleta. Se trata de mantener la fiabilidad en el sistema y dar rienda suelta a los ludópatas. Cualquier cosa antes que poner en entredicho el orden financiero y económico mundial. De no hacerlo estarían corroborando que el capitalismo está en crisis. Y semejante afirmación es una herejía. Hoy, las bolsas siguen siendo un gran negocio. Comprar en momentos de baja permite obtener pingües beneficios a medio plazo. Pero sólo quienes poseen grandes sumas de dinero pueden invertir. Mientras tanto, a cara descubierta o de manera soterrada se ejerce una fuerte presión sobre las clases explotadas y dominadas, aprovechando para flexibilizar aún más el mercado laboral, despedir a los trabajadores, a cientos y miles, acosar a los sindicatos, privatizar y conceder mayores prerrogativas a las trasnacionales en su afán por recortar los derechos sindicales y laborales, ya de por sí disminuidos en estas dos últimas décadas. En pocas palabras, aumentar el grado de explotación del capital sobre el trabajo. Empresas como Monsanto, Bayer, Repsol, Iberdrola, son un ejemplo del nuevo tipo de actuación en el orbe. Convirtiéndose en grandes latifundistas participan de procesos desestabilizadores. Sin escrúpulos contratan paramilitares en Colombia y desplazan a los campesinos de sus territorios para plantar soya y transgénicos. Otras apoyan a gobiernos corruptos en su ansia de mantener en el poder a sus aliados al ver afectados sus intereses. Inyectan fuertes sumas de capital a partidos políticos, caso de México, recibiendo a cambio la palabra de los gobernantes ilegítimos a la hora de hacerse más adelante con los sectores estratégicos, antes en propiedad del sector público.
Verificar la caricatura de refundación del capitalismo no es un consuelo. La muerte cada dos segundos de un niño en el mundo no es una farsa. El aumento de suicidios entre los campesinos en los países de América Latina, Asia y África se relaciona con la falta de créditos y la incapacidad para hacer frente a las deudas contraídas con los bancos. Desesperanza, frustración e impotencia. La lucha es parte de la estrategia de sobrevivencia, aunque también la muerte acaba transformándose en una mala salida cuando se reprime la organización política y popular. Así, los empresarios se frotan las manos. Se quedan con sus propiedades y, como si fuera poco, piden para ellos exenciones fiscales, límites al pago del IVA y anular las multas contraídas con Hacienda. Es el momento para optimizar su situación. Pero los trabajadores no gozan de los mismos privilegios. Para ellos, el discurso y la política es la de ajustarse el cinturón, pagar el IVA y ser buenos ciudadanos, es decir, pagar 100 por ciento de los impuestos, las hipotecas, los préstamos, los intereses bancarios y las deudas. No hay aplazamientos posibles. De no comportarse adecuadamente, el embargo, la pérdida de los bienes, el despido y la cárcel son el horizonte más probable.
Mientras tanto, George W. Bush, en un ataque de apoyo a las políticas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, ofrece a sus amigos miembros del G-8 y países emergentes una reunión para hablar de la recesión. Con un carácter entre nostálgico por la despedida de su mandato, ha reservado el derecho de admisión. Seguramente en medio de cenas opíparas, los asistentes darán un tirón de orejas a los desbocados especuladores por haber roto las leyes del mercado. Igualmente, estarán convencidos de que las aguas volverán a su cauce dentro de unos años y que es hora de capear el temporal. Así, apostarán por seguir apoyando el desmantelamiento del sector público, la privatización de la salud, la educación, la desregulación del mercado laboral, el despido libre, la apertura comercial y financiera. Ninguno de ellos pondrá en duda la viabilidad del capitalismo. Ahora recurrirán al viejo lord Keynes para salvar los muebles, cuestión que no es incompatible para evitar el colapso.
Como colofón de este esperpento, el presidente del gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, llora por no ser convocado. En un provincianismo propio del subdesarrollo cultural y social que caracteriza a la España del siglo XXI, al decir de Vicent Navarro, el reino moviliza todas las fuerzas para estar presente como uno de los invitados donde está reservado el derecho de admisión. Pobre bagaje para un gobierno que debería estar más preocupado por evitar que sus trasnacionales no cometan genocidio, etnocidio ni desestabilicen gobiernos democráticos en América Latina.
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