Asa Cristina Laurell
Se repite con mucha frecuencia que la atención médica se encarece cada día más por los “avances de la ciencia” y, por tanto, difícilmente puede ser proporcionado a todos. Esta afirmación se considera una verdad categórica y justifica el surgimiento de la economía de la salud como una rama importante de las “ciencias de la salud”.
Los econometristas de la salud se dedican principalmente a calcular el costo-beneficio de distintos tratamientos para determinar qué servicios incluir en los “paquetes” de atención médica a disposición de distintos grupos de la población.
Paradójicamente, el país donde más ha crecido esta econometría es en Estados Unidos, donde el incremento del gasto en salud es incontenible. Este país gastó en ese rubro 16 por ciento del producto interno bruto en 2006, o sea el doble que el resto de los países desarrollados con sistemas de cobertura médica completa para toda su población. A pesar del alto costo de la salud en Estados Unidos, 47 millones carecen de seguro de salud y 108 millones con seguro tienen una cobertura médica insuficiente. Como consecuencia, entre 18 mil (Institute of Medicine) y 100 mil (Himmelstein, Universidad de Harvard) personas mueren al año por falta de atención adecuada. Los principales orígenes de este enorme gasto son los medicamentos, el equipo médico sofisticado y los seguros privados de salud.
Esta situación es muy conocida, pero ha sido imposible de resolver por las presiones políticas del “complejo médico-industrial”, que ha ganado sobre la opinión pública, la cual clama por un seguro público y universal. Según Vicente Navarro (Universidad de Johns Hopkins), 65 por ciento de la población general y 59 por ciento de los médicos apoyan ésa propuesta.
¿Por qué son estos “avances científicos” tan caros? Empecemos por los medicamentos.
En 2007 la industria farmacéutica tuvo ganancias de 49 mil millones de dólares (539 mil millones de pesos) o 1.7 veces del gasto público y privado en salud de México. Los mecanismos usados por esta industria para mantener sus ganancias son múltiples: inflan sus precios artificialmente, en particular antes de que expire una patente; lanzan al mercado productos sin ventajas sobre los existentes; pagan los “ensayos clínicos” de sus nuevos productos, lo que tiende a sesgar los resultados en favor del productor; gastan enormes cantidades en promoción de sus productos (por ejemplo, 29.9 mil millones de dólares en Estados Unidos) con publicidad televisiva y para los médicos; cabildean ante los gobiernos y en los parlamentos para frenar la legislación considerada contraria a sus intereses o para ganar el apoyo de nuevos tratamientos (por ejemplo, vacunas); usaron su poder para incluir el Acuerdo sobre Comercio de Propiedad Intelectual en el contexto de la Organización Mundial de Comercio, etcétera.
Estas prácticas no tienen beneficios para la población, por el contrario, es el origen, no sólo del costo artificialmente alto de los medicamentos, sino también de los daños a la salud colectiva e individual. Los dos ejemplos más conocidos son los efectos secundarios, incluso mortales, de algunos medicamentos y la creciente resistencia de bacterias y virus contra los antimicrobianos.
El problema es de fondo, porque en vez de concebir al medicamento como componente terapéutico necesario y útil de la atención médica se ha convertido en una mercancía que genera altas ganancias y encarece la atención.
La industria del equipamiento médico va por el mismo camino. Ciertamente se ha dado un avance tecnológico importante durante las décadas recientes, con innovaciones diagnósticas y terapéuticas. No obstante, la carrera innovadora en este campo, frecuentemente en manos de capital de riesgo, a menudo no añade capacidad diagnóstica ni terapéutica a la atención. Tan es así, que muchos países han introducido los Certificados de Necesidad para comprar nueva tecnología en instituciones de salud, por ejemplo Estados Unidos y México. Sin embargo, esta industria ha inventado nuevos mecanismos para vender sus productos a semejanza de la industria farmacéutica. Uno de ellos es subrogar el servicio a los hospitales con equipo e insumos, o promover el establecimiento de empresas comerciales independientes que vendan el servicio a pesar de que es útil en pocos casos.
Como se aprecia, los “avances científicos” no son culpables del creciente costo de la atención médica y la exclusión de muchos de sus beneficios. Es el uso de la ciencia para fines de negocios y altas ganancias.
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