Carlos Fazio
No hay ni habrá respiro. La ofensiva es total y continuada. Y, como siempre, abarca varias vías, incluidas las encubiertas o clandestinas. Washington fija la agenda de México, considerado un asunto interno por la Casa Blanca y el Capitolio. Más allá de las formas y los modos, de su sonrisa perenne, estilo lúdico, informal y coloquial, el intervencionismo suave de Barack Obama es más de lo mismo. La diplomacia de guerra de Washington sigue siendo tan neocolonial, depredadora y unilateral como ha sido siempre. El tema de fondo, en el que el ya mítico presidente cool que despacha en la oficina oval logró ubicar su nuevo trato con México –tras un corto periodo de ablandamiento salpicado por un doble discurso–, es la seguridad. En rigor, puro continuismo de la era Bush.
Dicen que el diablo está en los detalles. El simbolismo de la breve escala en México estuvo en la doble presencia, aquí, de la bestia y Janet Napolitano. La bestia es el nombre del tanque blindado disfrazado de limusina que utilizó Obama para moverse en un reducido perímetro de seguridad en lo que sus jefes de inteligencia en el Pentágono y la CIA definieron como el Pakistán de América Latina. Y Napolitano, principal funcionaria de su comitiva, es la titular del Departamento de Seguridad Interior, cuya misión es prevenir ataques contra Estados Unidos. Ergo, México es un asunto doméstico. De allí que previamente a la llegada de Obama al país, temprano en la mañana, la Napolitano despachaba en Bucarelli con el gabinete de seguridad nacional de Felipe Calderón.
Es de suponer que daba las últimas instrucciones para la apertura del Centro Conjunto de Implementación (CCI), instancia bilateral que funcionará en territorio mexicano, al margen de la Constitución y las leyes locales –y del control del Senado de la República–, donde expertos de las agencias de seguridad e inteligencia de Estados Unidos tomarán decisiones estratégicas, a la vez que vigilarán, fiscalizarán y calificarán el trabajo de las fuerzas armadas y las distintas policías nativas en el uso del equipo militar que, a un costo de 700 millones de dólares, fue aprobado por el Congreso estadunidense para los primeros dos años de la Iniciativa Mérida. O sea que “los marines llegaron ya”, bajo la pantalla de fiscales in situ de la guerra a las drogas de Calderón, en un franco acto de injerencia en los asuntos internos de México, avalado por el Eliot Ness de Los Pinos y sus Intocables (Obama dixit). A propósito, ¿no que no se iban a permitir condicionamientos ni monitoreos?
Con un punto adicional: el CCI será el cuarto de guerra que encontrará a su llegada a México el embajador designado por Washington, el cubano-estadunidense Carlos Pascual, especialista en desestabilización y reconstrucción de estados fallidos, guerra asimétrica, golpes suaves y comunicación estratégica. The Ambassador Crisis es un experimentado agente de la política de intervención encubierta de Washington. Entre otros cargos, tras la autodisolución de la Unión Soviética, fue administrador adjunto de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) para Europa y los nuevos Estados Independientes, y entre 2000 y 2003 se desempeñó como embajador en Ucrania, donde se ocupó de la lucha contra el terrorismo (sic) y ayudó a construir un fuerte sector privado. Además, introdujo las técnicas del golpe suave, que culminaron en 2004 con la Revolución Naranja en Ucrania. En ese periodo, otras revoluciones de colores exitosas, que siguieron las tácticas desestabilizadoras de las agencias de Washington, fueron las de Serbia, Georgia y Kirgizstán.
En 2005, la administración de Bush lo puso al frente de una nueva Oficina de Coordinación de Reconstrucción y Estabilización –Oficina de Colonias” la llamó John Saxe Fernández–, desde donde Pascual diseñó escenarios de guerra urbana, que permitieron al Departamento de Estado, el Pentágono y la USAID (que opera en combinación con los servicios de espionaje) aprobar y justificar recursos y partidas especiales de ayuda militar y asesorías de tipo contrainsurgente, como ocurre ahora en el caso de México en el contexto de la Iniciativa Mérida, símil del Plan Colombia.
A la sazón cabe mencionar que dos entusiastas del nuevo trato de Obama hacia Cuba, los senadores Richard Lugar, republicano, y el demócrata Joseph Biden, actual vicepresidente de Estados Unidos, apoyaron el proyecto de guerra irregular de Pascual, desde la OCRE. Por cierto, en el esquema de guerra asimétrica intervienen, además del Pentágono, el Departamento de Estado, la CIA, Seguridad Interior, la DEA, Aduanas y un largo etcétera, así como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI). ¿Será que el blindaje del FMI por 47 mil millones de dólares es un anticipo para que Carlos Pascual pueda llevar a cabo la reconstrucción del Estado fallido mexicano?
Si a todo lo anterior le agregamos el adoctrinamiento de senadores y diputados mexicanos en los cuarteles centrales del comando estadunidense de defensa del espacio aéreo (Norad, por sus siglas en inglés) y el Comando Norte (Northcom), en la base aérea Peterson de Colorado Springs; la participación de un contingente de marinos, dos fragatas y helicópteros de la Armada de México en los ejercicios de guerra antisubmarina UNITAS 50-09, bajo el mando del Pentágono, y la llegada decontratistas privados (mercenarios) de Dyncorp, el cuadro se completa. En síntesis, caos e intervención, y un objetivo estratégico: los hidrocarburos de México.
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