07 mayo 2009
A la educadora Perla Lozano Delgado.
Con admiración y respeto.
I
La vida nacional –en la economía, la política, lo social y en la cultura— se desliza por inercias propias de la anormalidad y lo anómalo. Incluso, en la misma cultura del poder económico y político adviértase con fehacencia una excepcionalidad ominosa.
Sin duda. La vida nacional está en crisis –en plural-- y es, por ello, de crucialidad desesperante, tal vez porque la débil flama de la esperanza social aun titila, acosada por implacables turbiones y enrachados golpes de viento. Son días muy aciagos.
En ese contexto de crisis –anormalidad, anomalía institucional y
excepcionalidad—pretende el poder político del Estado mexicano
conducir sus asuntos cotidianos del ministerio constitucional como si
en realidad nada extraño estuviere ocurriendo.
Así, en ese contexto de excepción de hecho y bajo una tenue y
quebradiza pátina de derecho los personeros panistas y priístas y
hasta perredistas y de los demás partidos-negocio realizan, con la
imperturbabilidad de la inconsciencia, sus quehaceres.
O lo que creen que son sus deberes, descritos, entendidos y ejercidos con arreglo a grotescas y crudas interpretaciones propias --prototípicas— de ciertos sofismas de la filosofía, la moral, la ética e incluso la estética de la simulación de constitucionalidad.
Simulación. Simular, pues, que no pasa nada anormal. Simular que no
hay registro en la psique colectiva –social-- de ocurrencias y sucedidos ajenos a las premisas de la vida económica, los silogismos de la vida política y las manifestaciones de la vida societal.
II
En ese contexto de aparente –falsa— normalidad emblematizada en la
noción de “todo sigue igual” (“too está bien”) y de soslayo criminógeno de los retos a la seguridad del pueblo, elemento constituido principal del Estado, vamos a un proceso electoral.
Esas elecciones tienen por propósito programático renovar una porción del poder político del Estado federal –la Cámara de Diputados— y a poderes en algunos de los 31 Estados Unidos Mexicanos y el legislativo local en el Distrito Federal.
La elección es, al modo de ver las cosas algunos mexicanos bien
informados y conscientes políticamente de la realidad, un asunto pro
forma; mírase y disciérnese como un requisito para darle visos de
convencionalidad jurídica a un ejercicio fútil.
Esos mexicanos –un grueso muy importante en el universo de 74
millones de los empadronados como electores-- ponderan,
sospecharíase, si un ejercicio como es el de votar tiene sentido y
significancia en un contexto de insoslayable anormalidad.
Pero esa e la idiosincrasia del noble y estoico pueblo de México,
sincretizada en el aforismo –en realidad, un apotegma práctico-- de
que “tú finges que nos gobiernas y nosotros fingimos que somos
gobernados”. Simulación en doble sentido. Ida y vuelta.
El poder político del Estado simula que le sirve a su mandante
constitucional –el pueblo-- y éste, a su vez (y quizá como respuesta), simula también, haciéndole creer a aquél que se ha tragado la gragea del grosor de una rueda de molino.
III
“No somos tontos, si no que nos hacemos tontos”, diría Pito Pérez, el inefable personaje de José Rubén Romero, contemporáneo en la cultura urbana mexicana del proverbial “peladito” descubierto sociológicamente por el filósofo Samuel Ramos.
En ese Estado de Excepción --consecuencia de un equivalente moral
al “coup d´État” asaz acreditado por las ciencias políticas y sociales
y de luenga genealogía-- vamos a votar por candidatos que, congruentemente, son individuos virtuales, hologramas sólo.
El jefe de los personeros panistas del poder político del Estado, Felipe Calderón, creó esa excepcionalidad contextual, sorprendiendo a los otros personeros --priìstas y perredistas y de los otros cotos partidistas-- para segar mieses de descontento social.
Y para obtener mayor poder y afianzar éste. Pero, en ese intento de “coup d´État”, don Felipe sólo atizó el fuego del descontento social al abanicarlo con socaliñas como las del A-H1N1. El chisporroteo de la irritación puede incendiar al país.
De hecho, ya está incendiado. El llano en llamas tiene por nutriente combustivo el generalizado sentir ciudadano de que don Felipe se quiso pasar de listo y ha quedado como tonto. Creó un Estado de Excepción por decreto presidencial, nada menos.
Y sacudió brutalmente al país sin más propósito que cosechar los réditos de un inexistente capital político, cercenando mediante su ya célebre decreto del 25 de abril derechos civiles y sociales. Oportunismo político ramplón, sin filigranas.
Y oportunidad de justificar la corrupción para acrecer los tesauros de algunos prominentes personeros panistas del poder político del Estado, so pretexto de adquirir medicamentos, vacunas y equipos. Volvamos a Pito Pérez. Y al “peladito”.
ffponte@gmail.com
www.faustofernandezponte.com
Glosario:
Romero, José Rubén (1890-1952): revolucionario; se unió al maderismo y al antirreelecionismo, pero fue perseguido por Victoriano
Huerta. Hombre polifacético: al morir es literato, académico y consejero de Presidentes de la República, pero antes fue burócrata, comerciante, periodista, cónsul y embajador de México, y rector de la Universidad Nicolaíta en Michoacán.
Pito Pérez: Personaje central de las novelas “Apuntes de un lugareño” (1932) y “La vida inútil de Pito Pérez” (1938), cuya filosofía se resume en la desesperanza, que es su testamento. Mieses: plural de mies. Cereal de cuya semilla se hace el pan. Tiempo de la siega y cosecha de granos.
Ramos, Samuel (1897-1959): mexicano. Académico, director de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Auónoma de
México. Autor de varios libros, siendo el más representativo de su pensamiento “Perfil del hombre y la cultura en México”, obra de referencia obligada acerca de la psicología colectiva de la sociedad
mexicana. Vio en el “peladito” la expresión más elemental y más
claramente definida del carácter nacional.
Segar: cortar mieses o hierba con la hoz, la guadaña o con
cualquier máquina a propósito. Cortar de cualquier manera.
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