Barómetro Internacional
Darío Botero Pérez
Celebración de los primeros cien días con Obama y nuestra Nueva Era, la de la Democracia Directa comprometida con los Objetivos del Milenio para 20015, o antes.
Las instituciones políticas y sociales son resultado de la lucha milenaria de la humanidad por una convivencia que garantice la supervivencia y las mejores condiciones de vida posibles para los miembros del conglomerado sometido a ellas.
Se ha partido de las más espontáneas y primitivas -altamente autocráticas-, como el matriarcado y el patriarcado, surgidos alrededor del núcleo familiar, célula social por excelencia.
Llegar a la constitución de repúblicas de democracia representativa significó un salto cualitativo gigante, en la medida en que se rompió con el presunto origen divino de la autoridad, aducido por las monarquías (y similares expresiones autocráticas de gobierno) para justificar las enormes diferencias sociales entre reyes, dictadores, señores, vasallos, esclavos y hombres libres.
En esas circunstancias históricas de precariedad productiva pero exaltación ideológica exacerbada por los abusos del absolutismo, la conquista de la soberanía por el pueblo mediante la sangrienta y radical Revolución Francesa, pronto se la enajenaron los capitalistas, a través de militares, políticos y gobernantes, tanto clérigos como laicos, siempre al servicio de los potentados.
Para tamaña expropiación de derecho tan sagrado, se valieron de su enorme apropiación privada de la riqueza social, tanto como del monopolio de las armas por los Estados diseñados para protegerlos de la canalla o populacho, como suelen llamarnos a los demás ciudadanos.
Ambas circunstancias obligan a los desposeídos a sometérseles, si no quieren morir de inanición o torturados.
De todos modos, el reconocimiento de que la soberanía reside exclusivamente en el pueblo, es un avance importantísimo -producto de una larga y tormentosa lucha y de una difícil pero inevitable evolución social y antropológica- que tenemos la oportunidad histórica de consolidar, como ninguna generación precedente la tuvo.
Ahora es posible para los ciudadanos ejercer su derecho a gobernar directamente, pues las condiciones materiales lo permiten. Con Internet, está al alcance de todos, por ignorantes o preparados que se sientan, por tímidos, cobardes, valientes o arrojados que sean.
En contraste, bajo el imperio del capitalismo depredador, las limitaciones objetivas al ejercicio de la democracia plena y, por tanto, auténtica; o sea, al gobierno directamente por el pueblo, sin exclusiones ni privilegios, obligaron a establecer la figura de los “representantes”, elegidos por los ciudadanos para “representar” los intereses de los electores.
Pero es obvio que la naturaleza humana, por la prevalía del instinto de conservación que exige privilegiar la propia vida y el bienestar personal sobre cualquier cosa, obliga a los elegidos a defender, en primer lugar y sobre los de los demás, sus propios intereses.
Tal realidad se ha pretendido enfrentar y superar, o, al menos, matizar, exigiéndoles (y atribuyéndoles cándidamente, como lo anotó Voltaire), unas cualidades especiales a los líderes, políticos, gobernantes y funcionarios, aunque sabemos de sobra que ningún humano las posee, a pesar de Ghandi y otros seres ejemplares y sumamente escasos, las llamadas excepciones a la regla
Pero, para no retroceder a épocas de mayor arbitrariedad, asumimos que, efectivamente, son gentes de una honorabilidad y una pulcritud excepcionales. Se les ha dado carta blanca para actuar, y la han aprovechado. Ocasionalmente, algunos abusivos son sancionados, pero eso también es excepcional.
No obstante, para tranquilidad de la ciudadanía que no es tan insulsa, se supone que la división de poderes y la existencia de leyes y sanciones, impiden que los “representantes” se desborden.
Ha sido una ficción necesaria para que la república de la democracia representativa pueda funcionar, a pesar de las enormes desigualdades que consagra, perpetúa y profundiza, y de la evidente corrupción que incuba, en todas partes, no sólo en las republiquetas bananeras convertidas en Estados fallidos a causa de las nefastas políticas neoliberales y de la corrupción y vileza de sus gobernantes.
Afortunadamente, la dinámica social ha traído impresionantes avances técnico-científicos que irradian a toda la humanidad y exigen que -para alcanzar las instancias superiores para las que estamos preparados como especie-, toda ella se beneficie como consecuencia de la gran productividad característica de la automatización.
Ésta remplaza al humano productor directo, liberándolo de la esclavitud del trabajo, de modo que pueda desarrollar plenamente su potencial creativo, tan indispensable para enfrentar los asombrosos retos impuestos por la necesidad de sobrevivir y reparar los daños causados por el irresponsable capitalismo.
Pero, lo que los más atrasados (o tarados) interpretan, es que el pobre ciudadano se queda sin empleo y sin ingresos. O sea, sin capacidad de consumo, pues eso es lo que nos muestra la “realidad” que conocemos y vivimos (la misma convicción de nuestros abuelos primitivos que niegan que hayamos llegado a la Luna).
Tal interpretación se alimenta de las experiencias con el capitalismo, expropiador de las mayorías a nombre del “sagrado” derecho a la propiedad privada.
Sin embargo, en ese sistema, ésta sólo está al alcance de unos pocos, sobre todo si pensamos en la gran propiedad, aunque el espectáculo de los USAnos expropiados de sus casas, viéndose obligados a habitar en carpas, también corrobora la aseveración (si creemos que sus viviendas y enseres son su “capital”).
Las grandes promesas de libertad, igualdad y fraternidad que se apropió, fueron el sustento ideológico de las revoluciones burguesas que les permitieron a los capitalistas “capitalizar” los anhelos ciudadanos en su beneficio, enajenando no sólo a la nobleza sino también al pueblo del monopolio del poder.
Pero esos nobles sueños de los plebeyos jamás se han cumplido para las mayorías. Los ciudadanos han sido estafados. Los frutos de la Revolución Francesa no han llegado a quienes levantaron las consignas reivindicando la dignidad de todos. Se los arrebataron los potentados.
Para acabar de ajustar, las funciones que el capitalismo clásico admitió como esenciales para la existencia social -de modo que se las asignó al Estado como monopolios públicos sustraídos a las feroces leyes del mercado y ajenos al lucro egoísta y letal de los potentados-, durante el decadente imperio del neoliberalismo fueron privatizadas.
Su inmenso mercado cautivo no dejó de atraer la codicia de los potentados, quienes aprovecharon su intimidad con el actor Ronald Reagan para materializar otra de las criminales recetas de la Escuela de Chicago, la “desregulación”.
Para sólo mencionar el aberrante, detestable e inadmisible caso del agua, que merece un escrito aparte, dada su extrema gravedad; entre otros desastres, la desregulación le permitió al sistema financiero aumentar sus tasas de ganancia geométricamente.
Apelaron a un “ingenioso” diseño de toda clase de estafas. Para atrapar incautos codiciosos, ansiosos de enriquecimiento rápido y fácil, les pusieron nombres cautivantes bajo la denominación genérica de “productos financieros”.
Pretendieron hacerle creer a la humanidad que habían “evolucionado” de servidores de la sociedad -privilegiados con el manejo del monopolio público del ahorro y el crédito bajo un estricto control del Estado- a industriales creativos, cuya materia prima es el dinero, del que sacan toda clase de “derivados” aprovechando que nadie les estorba ni vigila.
De hecho, lo que realmente han explotado es la confianza del público, víctima de estafas asombrosas por su codicia y gracias al desamparo por parte de las autoridades, que debieron protegerlos si sus amores no fuesen con los potentados neoliberales.
Por fortuna, la crisis actual nos ha cogido en una etapa de la humanidad cuando se volvió real y cotidiano ese sueño del “ágora” donde se reunían, porque cabían y se respetaban mutuamente, los escasos humanos que ostentaban la condición de “ciudadanos” en la esclavista sociedad griega.
Ésta fue la inventora del concepto “democracia”, bastante avanzado y civilizador, sustento y guía de la lucha de la humanidad por recuperar el ejerció de la soberanía por los pueblos, por todos y cada uno de los “ciudadanos”, arrebatándosela a quienes nos la expropiaron para mantenernos sometidos y llevarnos al borde del abismo de la extinción, junto con muchas especies más.
Desde la Revolución Francesa, esa condición de “ciudadanos iguales” se nos reconoce teóricamente a todos, aunque en la práctica siempre se nos ha negado a las mayorías.
Pero, por fin, ahora disponemos del “ágora virtual” que permite que todos y cada uno participemos y nos expresemos directamente, en una clara defensa de nuestros verdaderos intereses, valores y principios, no de lo que los “representantes”, en su mayestática y anacrónica grandeza, consideran que son.
Podemos ejercer nuestra ciudadanía soberana sin recurrir a representantes, delegados o intermediarios; sin necesidad de acudientes ni apoderados ni tutores; sin estafadores de por medio, interesados en su propio beneficio.
Estos son los asombrosos escenarios de nuestra “modernidad”.
A pesar del cálculo mezquino de los potentados, que causa dolorosas y absurdas crisis y frena el progreso, éste no deja de ser vertiginoso. Tampoco deja de exigir que le quiten las ataduras del interés egoísta de unos seres anacrónicos que demandan sepultura para que la vida no se extinga.
A pesar de todo, hoy disponemos de las herramientas para materializar los mejores sueños y construir la gran confraternidad universal.
Será el más exquisito fruto de la “globalización” puesta al servicio de los intereses estratégicos de la especie y de la vida, en vez de al de los potentados que amenazan su supervivencia y han convertido los países en grandes sucursales de sus empresas, en desiertos y basureros.
Muchos no lo entienden, ni sospechan su significado para la especie, la vida y la Pacha Mama o Madre Tierra, exaltada por Evo Morales ante todas las naciones, en una reivindicación oportuna de las sabidurías milenarias que la patanería capitalista desprecia.
Por eso, la crisis del sistema es irreversible. No sólo la del capitalismo, que es su agobiante y letal expresión económica y social, sino la de todas las instituciones diseñadas al amparo de la democracia “representativa”, lo mismo que la de los regímenes totalitarios ajenos a cualquier noción de democracia, que perpetúan las desigualdades tras la jerarquía todopoderosa.
Para lograr ese luminoso futuro, es ineludible castigar a los potentados corruptos y a todos sus cómplices, porque nos han sumido en esta espantosa miseria, convirtiendo el mundo en un basurero.
Acompañando a Madoff deben estar Bush y todas las miserias humanas, llenas de plata, odio y poder, que representan. Son la encarnación de la hidra mítica que intenta ser el capitalismo, enemigo de su merecido destino mortecino, como lo demuestra su pataleo desesperado por evitarlo.
Se les acabó su imperio capitalista que les permitía engañar, estafar y suplantar al soberano, acaparando la riqueza social que le pertenece a la humanidad para que pueda cumplir su glorioso destino, envilecido por los “grandes” hombres de la política, la milicia y el culto a “dios”.
Los últimos cumplen la función de explotadores abusivos de la noción universal de Dios, para poner a los creyentes al servicio de los potentados que degradan la dignidad humana, pisoteando nuestra condición divina.
Aunque el capitalismo dice garantizar las oportunidades, la igualdad y las libertades, en verdad, fomenta, aunque desesperado por ocultarlas y embellecerlas, demasiadas injusticia, desigualdad, mezquindad, iniquidad, opresión y miseria.
La caricatura mortal para la dignidad y el progreso universales que ha demostrado ser el capitalismo, como sistema o “modo” de producción, seguirá sacrificando generaciones para que los potentados no pierdan sus privilegios, en caso de que seamos inferiores a nuestra obligación histórica de darle sepultura.
En tal caso, no será posible resolver el milenario conflicto del medio oriente. Y veremos como sigue el exterminio sionista de palestinos para arrebatarles sus tierras. Tampoco terminarán las invasiones a Afganistán e Irak ni el acoso a Irán. Cuba no recuperará el territorio de Guantánamo y el gobierno colombiano confirmará su vileza despreciable ofreciendo los aeropuertos de la patria para que los USAnos multipliquen la base militar de Malta que el gobierno soberano del Ecuador les exigió que le devolvieran a su digno y erguido país.
Mucho menos podremos, antes de 2015:
1. Erradicar la pobreza extrema y el hambre
2. Lograr la enseñanza primaria universal
3. Promover la igualdad entre los sexos y el ‘empoderamiento’ de la mujer
4. Reducir la mortalidad de los niños menores de 5 años
5. Mejorar la salud materna
6. Combatir el VIH/Sida, la malaria y otras enfermedades
7. Garantizar la sostenibilidad del Medio Ambiente
8. Fomentar una alianza mundial para el desarrollo
O sea, los Objetivos del Milenio no pasarán de ser un engaño colectivo más, propiciado por los potentados para adormecer nuestra sensibilidad hasta admitir la miseria, la enfermedad, la ignorancia, la discriminación, el aislamiento y la desigualdad como el estado natural del ser humano, mientras ellos aumentan exorbitantemente sus fortunas y destruyen el planeta.
Eso sucederá si nos negamos a reclamar y ejercer nuestra soberanía, y si no castigamos a todos los criminales que tanto mal le han hecho a Pacha Mama y a todo su contenido, del cual nosotros somos parte afectada capaz de reaccionar, si dejamos de ser tan indiferentes, pendejos y cobardes, si tenemos dignidad.
Depende de cada uno establecer los síes con los cuales se identifica, si es que le da la gana de pellizcarse y participar en los asuntos públicos que a todos nos competen y que nadie tiene el derecho de apropiarse, aunque es lo que ha venido sucediendo aprovechando la indiferencia de los escépticos.
dario.botero.p@gmail.com
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