Juan José Morales
Escrutinio
Dicen que las comparaciones son odiosas, pero también son necesarias. Y no puedo menos que comparar la preocupación por la influenza y la gran difusión que reciben las estadísticas acerca de ella —700 muertos en todo el mundo—, con la indiferencia y el poco espacio que se le da al paludismo, que tan sólo en Africa ocasiona un millón de muertos por año.
Aquí cabe precisar que estamos hablando de la influenza causada por el virus del tipo H1N1, porque la otra, la llamada influenza estacional, que se da principalmente en invierno y ataca sobre todo a personas de edad avanzada, causa anualmente más de un cuarto de millón de fallecimientos.
Lo que ocurre es que el paludismo afecta sobre todo a los habitantes del Tercer Mundo, y en particular a los de las naciones más pobres, y tal parece que hemos llegado a considerar normal que la gente pobre enferme y muera a consecuencia de males que podrían ser evitados.
Y, ciertamente, las estadísticas sobre paludismo son aterradoras. Cada año se dan entre 350 y 500 millones de nuevos casos, y tan sólo en lo que a mortalidad infantil se refiere, cada 30 segundos muere de paludismo un niño o una niña en algún lugar del mundo. Es decir, si usted tarda seis minutos en leer estos comentarios, en ese lapso habrá muerto de paludismo media docena de infantes.
Por lo demás, el problema no se reduce a las muertes, sino también a las secuelas que deja la enfermedad. Para los niños, significa anemia, que se traduce en crecimiento y desarrollo deficientes. Si es la madre embarazada la que enferma, el niño nacerá ya con anemia y con un peso inferior a lo normal.
En los adultos, la permanente debilidad que ocasiona el paludismo afecta su capacidad de trabajo y por lo tanto contribuye a agravar la pobreza y la miseria de ellos mismos y de sus familias.
Otro problema es que quienes enferman de paludismo al parecer tienen más probabilidades de contraer Sida, y también en quienes están infectados con virus del VIH, el paludismo resulta más severo.
Pero —y esto hay que recalcarlo— el paludismo no es en modo alguno un mal inevitable característico de las regiones tropicales como a menudo se piensa o como a veces se trata de hacernos creer. Puede evitarse con medidas preventivas bastante sencillas y económicas. Los expertos de la Organización Mundial de la Salud dicen, por ejemplo, que la mortalidad infantil por paludismo se puede reducir un 20% tan sólo si la gente duerme protegida por mosquiteros tratados con insecticida de manera continuada y correcta.
Igualmente, si los enfermos de paludismo reciben tratamiento oportuno y efectivo, se reduce considerablemente la mortalidad en todos los grupos de edad. Y en el caso de las mujeres embarazadas, el tratamiento preventivo puede reducir de manera significativa la proporción de nacimientos de bebés con poco peso y la anemia materna.
Una buena prueba de que se puede prácticamente acabar con el paludismo, es el caso de México, donde fue por siglos un grave problema de salud pública y todavía en las décadas de 1940 y 1950 era una de las principales causas de mortalidad, con un promedio anual de 24 mil muertes y alrededor de 2.4 millones de enfermos. Hoy día, los casos de paludismo se concentran sobre todo en ciertas localidades de cinco estados de la vertiente del Pacífico y las cifras de morbilidad y mortalidad se han abatido dramáticamente. Ya no son de millones sino de unos pocos miles y centenares respectivamente.
El paludismo no tiene porqué seguir segando millones de vidas y causando sufrimientos a tanta gente. Técnicamente, puede ser erradicado.
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