22 diciembre 2009
No es que a uno nada le guste. Ni que sea un opositor sistemático a todo lo que venga del gobierno. Tampoco se trata de abominar los colores blanquiazules. Pero la verdad, la verdad, a mí la muerte a balazos de Arturo Beltrán Leyva me genera muchas más dudas que certezas.
Por supuesto que hay que reconocer que siempre serán un gran acierto las acciones exitosas en contra del crimen organizado. Pero es igualmente válido cuestionar el grado de éxito de esta en particular: para empezar, ¿se trataba de capturar vivo al capo sinaloense o de silenciarlo? ¿Por qué cien marinos de élite comenzaron a disparar a las cinco de la tarde cuando tenían cercado el edificio desde las 12 del día? ¿No era más fácil aguantar hasta que se rindieran, detenerlos e interrogarlos para extraerles información valiosísima? O se trataba de matarlos de cualquier manera. Y si es así, ¿por qué? ¿Algo tendría que ver el hecho de que los Beltrán Leyva fueron quienes sembraron narcomantas en buena parte del país exigiendo una guerra más democrática al gobierno? Es decir, que combatiera por igual a los cárteles y dejara —como hizo Fox— de proteger a Joaquín El Chapo Guzmán. ¿Valió la pena pagar el precio de la sospecha?
Y no sólo eso. Hay preguntas fundamentales que son todavía más peliagudas e inquietantes. ¿Por qué rayos el operativo lo llevó a cabo la Marina? ¿Qué hacían sus fuerzas especiales de policías a 240 kilómetros de la costa más cercana? Por qué las versiones contradictorias y excluyentes: de la propia Armada, de que ellos llevaban meses con la indagatoria; de la DEA, señalando que es “el resultado de la cooperación y el intercambio de información entre autoridades estadounidenses y nuestros valientes socios mexicanos”; finalmente, la versión de la PGR de que el operativo se debió a denuncias anónimas. Por cierto ¿a quién le reprocha el procurador Chávez Chávez cuando dice que “el Estado mexicano nunca ha perseguido ni va a perseguir a los delincuentes para matarlos, porque esa no es su función, sino la de cumplir con el estado de derecho”? ¿Entonces no se cumplió aquí con el estado de derecho? Más aún, qué papel jugaron, o de plano no jugaron y por qué, el Ejército y la propia PGR, que venían ocupándose de estos asuntos. ¿A tal grado llega la desconfianza entre estas instituciones? ¿A ese nivel están penetradas unas y otras por el narco? ¿Es la Marina el último reducto confiable? ¿La nueva guardia pretoriana de Felipe Calderón?
¿Es verdad —como asegura Ricardo Ravelo en Proceso— que el mismo día de la balacera Arturo Beltrán esperaba a comer en su departamento a un invitado tan especial como el general Leopoldo Díaz Pérez, jefe de la Zona Militar 24 con sede en Cuernavaca? A ver, si nos atenemos a las cabezas recientes de EL UNIVERSAL, la cosa está de escalofrío: “Militares y policías protegen a El Barbas (también Jefe de Jefes). Y es que resulta que la Armada tuvo que desarticular cuatro anillos de seguridad que protegían a Arturo Beltrán Leyva, cuyo sistema de resguardo incluía elementos del Ejército, policías municipales, estatales y ministeriales y una vasta red de informantes. Todo lo cual consta en un expediente de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada a cargo de la PGR. ¿Está claro? Por lo pronto, a mí me parece que además de la guerra contra el narco, hay otra guerra interna en el gobierno por encuentros, desencuentros y favores que pagan cuantiosísimamente los diversos cárteles del crimen organizado.
Otra: “Beltrán edificó un imperio en Morelos” en la que explica que el capo era señor y dador de vida y muerte en al menos 15 de los 33 municipios del estado, que controlaba a su antojo. A través de ellos armó un importante corredor de tráfico de drogas, para lo que corrompió hasta la médula a jefes y agentes policiacos.
Y uno se pregunta ¿por qué en el panista estado de Morelos? ¿Por qué desde el anterior gobierno de Sergio Estrada Cajigal los barones de la droga están tan a gusto ahí? ¿Alguien en los dos gobiernos federales recientes investigó en serio aquella afirmación que incluso involucraba pasionalmente al susodicho gobernador con Nadia Esparragoza Gastélum, hija del legendario narcotraficante Juan José Esparragoza, alias El Azul?
Finalmente, ¿es posible admitir que en una operación de esta naturaleza se trate de una ocurrencia chistosa la que zangoloteen el cadáver de un lado a otro, le bajen los pantalones para pintarle un número 3 en los calzones y luego lo cubran de billetes y joyas? ¿Es un hecho a propósito? ¿Un mensaje?
Así que, felicitaciones al gobierno, pero nos debe muchas explicaciones.
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