Por: Bernardo Bátiz V.
Está circulando un nuevo libro sobre la sociedad secreta denominada Organización Nacional del Yunque. Escrito con un lenguaje repetitivo, tedioso, cansón, sin plan ni concierto, llama la atención por su título y porque reconoce algunas conductas de dicha organización, que si bien eran conocidas por conducto de investigaciones de periodistas o politólogos, aquí son aceptadas expresamente por uno de los fundadores y militantes de la primera hora.
El título del libro es un engaño: Los secretos del Yunque, pues no revela nada nuevo, y su subtítulo está peor: Historia de una conspiración contra el Estado mexicano. Realmente es una confesión equívoca, porque parece que su autor, Luis Paredes (cuyo nombre secreto es Enrique Cid), lo único que hace, o pretende hacer, a lo largo de extensos, pero tenaces capítulos, es justificarse, defenderse de acusaciones y vengarse de quienes lo corrieron del grupo al que entregó su juventud y entusiasmo, aunque, de paso, trata de advertirnos que sus antiguos correligionarios quieren adueñarse del poder en México..
En el texto destacan varios puntos: el reconocimiento del secreto inicial de la organización y, por tanto, el entrenamiento de sus miembros en el disimulo, el engaño y el misterio. Es interesante también que acepta expresamente algo que ya se sabía: el uso de métodos violentos de lucha, para lo cual quienes operaban la organización tras bambalinas, preparaban a jóvenes en artes marciales, combate cuerpo a cuerpo y manejo de armas. Enrique Cid enumera, además de las pistolas personales, las armas de repetición, de asalto y de diversos calibres.
La meta del Yunque fue
penetraro infiltrar varias organizaciones que les pudieran servir para, sin dar la cara, tener acceso a los cargos públicos y a los centros de decisión; desde luego que lo hicieron con el Partido Acción Nacional, pero también con las asociaciones de padres de familia, agrupaciones de empresarios, de vecinos, etcétera. Otros proyectos, según el autor, fueron el
Godofredo, destinado a las fuerzas armadas y el
Tepeyac, encaminado a influir en la Iglesia católica.
De muchas de las andanzas del Yunque nos hemos enterado por diversas fuentes, principalmente por conducto de las investigaciones y publicaciones del periodista Álvaro Delgado, quien ha sido el principal develador de lo que esta organización pretendió mantener en secreto. Hoy, uno de sus dirigentes e ideólogos, peleado con la jerarquía de su grupo, perseguido por la justicia debido a las acusaciones que sus antiguos compañeros le hicieron, saca a relucir muchas de las maniobras y artimañas que por años habían procurado disimular.
Enrique Cid reconoce que el Yunque es un obstáculo para la democracia, verdad que descubre cuando lo excluyen de sus filas; de Acción Nacional afirma que sus dirigencias son
manipuladaspor la organización y que ejerce el control en numerosos comités panistas
porque tiene mayoría en los órganos internos.. Acepta sin rubor que la democracia es incompatible con esa organización.
El autor juzga a la izquierda con un estereotipo: la identifica como el mal y la califica con los lugares comunes de populista y delirante, y él, que militó en un grupo armado y capacitado para la pelea, acusa a los movimientos progresistas de proclives a la violencia. Evidentemente no distingue entre los porros con los que él y sus amigos se enfrentaron en Puebla en sus luchas estudiantiles, y la izquierda pacífica que pretende hoy un cambio desde abajo y sin violencia. Olvida que durante el plantón que siguió al fraude electoral de 2006 no hubo ni un golpeado ni un vidrio roto ni acto alguno de violencia.
No hay discernimiento; expresa un burdo prejuicio que coincide con lo que a él y a sus inexpertos compañeros les enseñaron sus reclutas durante sus prácticas juveniles, y con lo que repitieron incansablemente publicistas extranjeros contratados en la campaña presidencial de Felipe Calderón; todo lo aceptaron sin reflexión alguna.
El título del libro parece una advertencia respecto de quienes conspiran en contra del Estado mexicano, pero la sugerencia de que el autor parece preocuparse es frontalmente contradictoria con las conclusiones del epílogo, donde presume de que su organización se encuentra ya en muchos países de América Latina, en España, en Francia, en Estados Unidos y que tiene un programa llamado San Felipe, para incursionar en el lejano Oriente.
En este epílogo menciona la
ciudad de Diossin tocar siquiera el alto y hermoso concepto agustiniano, y proclama que
mejor que el amor, haz la paz. Concluye proponiendo que juntos muchos podrán gestar
un gran poder para poder poder.
Olvida, por supuesto, cualquier referencia a la justicia, a la igualdad, a la fraternidad, que serían presupuestos indispensables de una paz aceptable y humana, y piensa tan sólo en la defensa del sistema capitalista y de la fuerza de la organización, desde luego, antes de que lo eliminaran de la misma.
En alguna parte de su obra se atreve –y esto lo pinta de cuerpo entero– a defender lo hecho en México por el ex presidente Carlos Salinas.
El gobierno encabezado por Felipe Calderón y el Partido Acción Nacional tendrán mucho que explicar acerca de este libro que los pone en entredicho. Tendrán que contestar si son o no marionetas del Yunque y también quiénes estuvieron detrás de los jóvenes, muchos de ellos ahora adultos, e inclusive ya viejos, deslumbrados y fanatizados en su adolescencia, pero que en política siguen actuando en favor de causas que presentan como loables y en contra de quienes se les indica, sin saber siquiera de dónde vienen las consignas, pero convencidos ciegamente de que luchan por
el bien.
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