La de abajo, la mujer sumisa nacida de las rosas que sembraron los indios esclavos y siervos de los españoles y los obispos católicos, se convirtió en la virgencita morena, la audaz valiente al frente de las tropas de los rebeldes, de los guerrilleros independentistas. Cuando inició la lucha por la independencia, la Virgen de Guadalupe fue pintada en el estandarte de los más jodidos.
Fue usada como bandera porque las fuerzas de Morelos y de Hidalgo y todos los frentes de campesinos rebeldes eran diferentes a las fuerzas de los criollos que buscaban la independencia sólo para enquistarse como nuevos usurpadores del poder, y también para diferenciarse de los reformistas que pedían a la España dominante que no los abandonara, que una independencia de puro nombre podía ser suficiente, que no creían que este pueblo de bárbaros e indios pudiera salir adelante por sí mismo.
Los guerrilleros independentistas, así como los revolucionarios de 1910, estaban llenos de fe. Algunos de una fe expresada en el machismo oscuro y egoísta, o en el arma de seis balas, actitudes aún pobres como para destruir un imperio que ha violado toda dignidad.
El gran padre Dios se parecía más a los tiranos y patrones, a los caciques, los capitanes y los machos “chingones”. El anciano Hidalgo, débil defensor y flácido actor de la liberación se parecía más al joven Cristo dolorido cercano a la idea del mexicano empequeñecido por la alta figura del español poderoso. El mexicano, achicándose a sí mismo, haciéndose sumiso como el dominador lo desea.
El mexicano venera al Cristo sangrante y humillado, condenado por los jueces por que ve en él a Cuauhtémoc. Cuauhtémoc significa el águila acaecida, Cortés le quemó lo pies por no someterse. Todos los pobres perdieron el sentido de vivir, y dejaron que sobre sus cabezas hablaran los criollos y fueran discriminados, explotados, sin derechos ni dignidad. Tal y como ahora viven la mayoría de los mexicanos. Todos sus dioses los abandonaron.
La amante del Dios renace aquí, la Guadalupe-Tonantzin que recoge al héroe caído, el que espera la resurrección, mamar de la luz de vida, del amor incondicional, la que llena de sangre furtiva y da la vida para que los nuevos mexicanos nazcan. Regresar al origen; romper con el dominio y resucitar.
El catolicismo, al final, retomo este gran mito: la aparición de una virgen mestiza –cruza del dominio y la nueva sumisión, el templo de la Tonantzin será usado por los católicos hasta que la remplacen por la nueva virgen católica. La muerte de los grandes dioses, los vengadores y atroces harán renacer a las deidades femeninas. La única esperanza era la comunicación con el mundo, a través de la madre, la tierra, la Tonantzin, el modelo mítico.
Los indígenas se guiaban antes de la conquista por los ritmos de la tierra, se anclaban al movimiento del cosmos, ahora esos ritos eran herejías, y los dominadores se los hicieron olvidar con muerte y sangre. Atravesados por el fracaso, la debilidad y la pobreza, los indios tenían que hacer méritos para ser reconocidos como humanos. Se les negó la educación científica para que no pudieran entender las causas verdaderas del poder económico y político que los hacía trabajar en las minas, o para comprender el nuevo comercio mundial que haría que los países europeos se enriquecieran con nuestro trabajo. Se le puso encima el mito de la sumisión.
¿Cómo puede ser posible que la Virgen de Guadalupe sirva para apagar la dignidad de los esclavos y al mismo tiempo para reanimar el poder del pueblo?
La Iglesia condicionaba la categoría de “humanidad” si el individuo se entregaba a la “pureza de la diosa consoladora”, esta pasividad incondicional era entregada por dios padre, según el mito, para sufrir con los pobres, para derrotarse con los derrotados, morirse con los muertos en vida, los dominados.
Para otros mexicanos, despiertos y sin rendirse, la Guadalupe es la madre violada, la conquistada, la carne misma de las indias. “La malinche, la amante de Cortés, es verdad que ella se da al conquistador pero este al dejarle de ser útil la olvida”. El pueblo mexicano, en cambio, no olvidará la traición a la malinche. Maldición al pueblo nacido de esta conquista hasta que su sangre de naturaleza atroz, como huracán o como volcán despierte. La lucha independentista irrumpió como un enorme trueno para quemar todo el orden instaurado desde siempre injusto.
La historia que los españoles nos contaban sobre nuestra naturaleza no se parecía en nada a la verdad del indio rebelde, de los mexicanos dispuestos a tomar las armas. Ahora nada encontrará consuelo sin la mujer que lucha, la que indica la libertad, la que indica la posibilidad de autogobernarse, de conciliar a todos los machos dominados contra los machos armados.
Guadalupana, el mito del regreso, la que consolaba a los más pobres, está dispuesta a quemarse los pies como a Cuauhtémoc con tal de no ver a su pueblo podrido, humillado, avejentado de esperanza.
Los mexicanos la esperan ahora, en esa y en otras luchas por venir, sea un mito utilizado por la Iglesia dominante del pueblo y en contra de la identidad del agachado, se redibujará una virgen despierta a la fe en nosotros mismos, de lo que son capaces, los hombres desnudos de toda soberbia, de todo machismo, con nada más que con el pecho dispuesto a recibir el poder popular o la muerte.
Las mujeres mexicanas destruirán toda la cultura que les inculcó la sumisión: el ser sólo consuelo, sólo servicio y trabajo sin paga, acción sin reconocimiento, y reprimiendo la desesperación. Todas y todos revolucionarios, la virgen guadalupana que se quita su túnica de estrella y de infinito y se pone por un momento los pantalones del minero y se llena las manos de herramientas del trabajador.
La virgen morena y moderna del tiempo ahora, mexicanos al grito de guerra contra el robo de sus tierras, su alimento, de un pueblo muriendo por falta de salud, de educación, de justicia y libertad. La Madre Tonantzin Guadalupe ya no es un mito, es la realidad de las madres solteras, de las mujeres abandonadas de la historia, de las guerrilleras y luchadoras sociales, de las madres trabajadoras de dobles jornadas, esa es la virgen reencarnada.
Para todos los trabajadores del SME, y todos los luchadores sociales de esta patria México, va la dedicatoria de esta parábola de la virgen que no es tan virgen, porque es por los dueños del poder constantemente violada: representa a las mujeres violadas de Atenco, de Ciudad Juárez, de Oaxaca, de Guerrero y de Xongolica, las mujeres pobres en los reclusorios o en la prostitución forzada. Hombres fuertes y trabajadores del México actual, tengan fe en su sangre, en su fuerza de unidad, que las mujeres no harán más que armarse para continuar por otros frentes en la batalla.
Sin vírgenes y sin estandartes, con todas las divinidades muertas, habrá que abrevar de los nuevos tiempos de libertad de nuestro pueblo, mientras tanto, que todas las fuerzas religiosas se derrumben porque creen que seguimos ciegos de nuestro propio gran poder.
¡Todo el poder al pueblo!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario