28 diciembre 2009
No importa si somos de derecha o de izquierda, si somos anarquistas o afiliadas al Vaticano o al Yunque, si la política no nos interesa, o si lo nuestro es la Aristocracia, la poesía, el Manga o el Wii; lo cierto es que todas las personas nos sometemos a los designios de los ciclos de la vida
No importa si somos de derecha o de izquierda, si somos anarquistas o afiliadas al Vaticano o al Yunque, si la política no nos interesa, o si lo nuestro es la Aristocracia, la poesía, el Manga o el Wii; lo cierto es que todas las personas nos sometemos a los designios de los ciclos de la vida. Es por ello que cada doce meses festejamos un cumpleaños, cada cinco o diez años se llevan a cabo miles de fiestas de aniversarios de bodas. Cada doce meses se llevan a cabo 150 mil casamientos y ciento veinte mil divorcios. Cada tres y seis años ya sea en resistencia, en congruencia, ingenuamente o por compromiso, millones salimos a marcar boletas a las urnas para elegir a quienes creemos que podrán darle un giro a la vida política de nuestro país. Es así como celebramos Hanukah, Navidad y año nuevo (que ya muy poco tienen que ver con asuntos religiosos o místicos) Conmemoramos la muerte de un año y el nacimiento de un ciclo en el cuál esperamos se logren renovar las ideas, las relaciones, los sistemas sociales y políticos, las emociones y los ciclos de la vida.
Cada año millones de familias nos atrevemos a procrear o adoptar bebés con la esperanza de que ese nuevo ser humano sea eventualmente capaz de dejar el mundo un poco mejor de como lo encontró al nacer. Reproducimos a la especie humana porque creemos que hay esperanza, que el futuro se construye y que algo mejor está por venir. Desde las y los intelectuales que desde sus escritorios de las grandes universidades o sus becas de la fundación MacArthur critican la descomposición social, hasta las familias que quedan embarazadas porque así lo dictó la biología y la falta de métodos anticonceptivos, todas y todos leemos, debatimos, escribimos y discutimos con las y los demás porque estamos buscando respuestas para la gran pregunta ¿cuál es el secreto para cambiar al mundo y ser felices?
Más allá de que tan originales creamos que somos, a lo largo de los siglos las respuestas que nos han dado las mejores mentes del mundo son casi las mismas. Comparto con ustedes un viaje por ellas con la esperanza de que nos sean útiles.
Si todo está tan mal ¿por qué no te suicidas? Preguntó Viktor Frankl, el creador de la logoterapia, una corriente de la psicología que se centra en la búsqueda de sentido del ser. Difícilmente encontramos sentido a la vida si no exploramos qué es lo que es importante para nosotros en lo individual. Experimentos científicos han demostrado que la gente que es empática y piensa en el bienestar de las otras personas y de sí misma, desarrollando el sentido profundo de la compasión, encuentra sentido a su vida y es capaz de sanar sus pérdidas para convertirlas en aprendizajes. Frankl nos recuerda que somos libres para tomar decisiones. No importa si estamos en al cárcel o en una situación de peligro, lo que hace la diferencia es la manera en que actuamos ante las circunstancias. Siempre estamos eligiendo. El país, al familia, las relaciones mejoran o se van a pique por lo que hacemos y por lo que dejamos de hacer, encontrar y asumir la voluntad del sentido de lo que hacemos y decimos es uno de los secretos.
Si no obedecen a Dios, que les quemen en la pira sagrada. La alteridad, es decir el reconocimiento de que hay una gran diversidad y que las personas compartimos creencias distintas, es un concepto despreciado sistemáticamente por quienes creen que quieren lo mejor para la sociedad sin embargo se empeñan en hacer lo peor para ella. Mientras un grupo social siga creyendo que sus miembros son más importantes, poderosos e inteligentes que “los otros y las otras” y por tanto sienten derecho a dominarles, a someterles o a despreciarles, ese grupo no hará más que dividir y debilitar a la comunidad. En la antigüedad se estableció la idea de normalización de un paradigma: un hombre que manda se casa con una mujer que obedece, ambos se reproducen y su prole obedece a ambos, pero sobre todo al patriarca. En el Siglo XX se desarrolló una nueva noción que plantea que no existe La familia, sino diversas estructuras familiares. Grupos intolerantes basándose en dogmas religiosos y en el principio del desprecio hacia lo diferente, hacia lo otro (la alteridad) han decidido declarar la guerra a la concepción moderna de diversidad familiar. Los sacerdotes, que eligen una vida de aparente celibato sexual, desprecian y urgen a la guerra sagrada en contra del matrimonio de las parejas del mismo sexo; y niegan el derecho de las mujeres a utilizar métodos anticonceptivos. Curiosamente ellos eligen en qué deidad creer y cómo llevar si vida erótica, pero insisten en negar a las y los demás ese mismo derecho. Los blancos explotan a los indígenas, los ricos a los pobres. La adultocracia se impone al sano desarrollo de la infancia, el machismo exige hembrismo y declara la guerra al feminismo y así sucesivamente. El problema con el desprecio a las diferencias, con la exclusión de quienes no piensan igual a nosotros, es que su método nos lleva irremediablemente al uso de la violencia como castigo. Respetar la diversidad y entender que lo que es bueno para mi no necesariamente es bueno para las y los demás es la clave. Dijo una mujer atacada por los talibanes: “Respeto que creas en las piedras, pero no me las avientes a mi”. Tolerar significa soportar aquello que nos molesta, pero el secreto está no en tolerar sino en respetar; es decir asumir que podemos no estar de acuerdo con otras personas pero somos capaces de convivir sanamente con ellas.
La guerra y la paz. La educación para la paz, un concepto afinado en el Siglo XXI propone que personas de todas las edades asuman su papel como reproductoras del respeto a las diferencias, que asuman su capacidad individual para ejercer violencia (es decir para reaccionar destructivamente ante los conflictos) y por tanto su capacidad para elegir conscientemente no dañar a las y los demás. La construcción de la paz pasa necesariamente por entender la violencia simbólica y estructural que nos rodea; con ella aprendemos a negociar los conflictos y a medir nuestra capacidad de intolerancia, frustración, enojo y reacción. La paz no se consigue con la ausencia de guerra, sino desde las acciones individuales hacia las colectivas. No se puede imponer pero si puede enseñarse; la clave es que para ello la congruencia es fundamental.
Para mi hay tres reglas esenciales para transformar el mundo. De ellas parte la receta personal a la que cada cuál puede añadir otros ingredientes. Encontrarle sentido a la vida y saber qué hacer con esa vida una vez que lo hemos hallado. Respetar a las y los demás como deseamos ser respetadas, y elegir todos los días negociar los conflictos antes de hacer daño a las y los demás. En el centro, al menos en lo personal, están todas las formas de amor, desde los afectos a las personas, los animales y la naturaleza, hasta las grandes pasiones que nos inspiran, nos transforman y nos revitalizan el aliento para seguir adelante y comenzar un nuevo ciclo.
No importa si somos de derecha o de izquierda, si somos anarquistas o afiliadas al Vaticano o al Yunque, si la política no nos interesa, o si lo nuestro es la Aristocracia, la poesía, el Manga o el Wii; lo cierto es que todas las personas nos sometemos a los designios de los ciclos de la vida. Es por ello que cada doce meses festejamos un cumpleaños, cada cinco o diez años se llevan a cabo miles de fiestas de aniversarios de bodas. Cada doce meses se llevan a cabo 150 mil casamientos y ciento veinte mil divorcios. Cada tres y seis años ya sea en resistencia, en congruencia, ingenuamente o por compromiso, millones salimos a marcar boletas a las urnas para elegir a quienes creemos que podrán darle un giro a la vida política de nuestro país. Es así como celebramos Hanukah, Navidad y año nuevo (que ya muy poco tienen que ver con asuntos religiosos o místicos) Conmemoramos la muerte de un año y el nacimiento de un ciclo en el cuál esperamos se logren renovar las ideas, las relaciones, los sistemas sociales y políticos, las emociones y los ciclos de la vida.
Cada año millones de familias nos atrevemos a procrear o adoptar bebés con la esperanza de que ese nuevo ser humano sea eventualmente capaz de dejar el mundo un poco mejor de como lo encontró al nacer. Reproducimos a la especie humana porque creemos que hay esperanza, que el futuro se construye y que algo mejor está por venir. Desde las y los intelectuales que desde sus escritorios de las grandes universidades o sus becas de la fundación MacArthur critican la descomposición social, hasta las familias que quedan embarazadas porque así lo dictó la biología y la falta de métodos anticonceptivos, todas y todos leemos, debatimos, escribimos y discutimos con las y los demás porque estamos buscando respuestas para la gran pregunta ¿cuál es el secreto para cambiar al mundo y ser felices?
Más allá de que tan originales creamos que somos, a lo largo de los siglos las respuestas que nos han dado las mejores mentes del mundo son casi las mismas. Comparto con ustedes un viaje por ellas con la esperanza de que nos sean útiles.
Si todo está tan mal ¿por qué no te suicidas? Preguntó Viktor Frankl, el creador de la logoterapia, una corriente de la psicología que se centra en la búsqueda de sentido del ser. Difícilmente encontramos sentido a la vida si no exploramos qué es lo que es importante para nosotros en lo individual. Experimentos científicos han demostrado que la gente que es empática y piensa en el bienestar de las otras personas y de sí misma, desarrollando el sentido profundo de la compasión, encuentra sentido a su vida y es capaz de sanar sus pérdidas para convertirlas en aprendizajes. Frankl nos recuerda que somos libres para tomar decisiones. No importa si estamos en al cárcel o en una situación de peligro, lo que hace la diferencia es la manera en que actuamos ante las circunstancias. Siempre estamos eligiendo. El país, al familia, las relaciones mejoran o se van a pique por lo que hacemos y por lo que dejamos de hacer, encontrar y asumir la voluntad del sentido de lo que hacemos y decimos es uno de los secretos.
Si no obedecen a Dios, que les quemen en la pira sagrada. La alteridad, es decir el reconocimiento de que hay una gran diversidad y que las personas compartimos creencias distintas, es un concepto despreciado sistemáticamente por quienes creen que quieren lo mejor para la sociedad sin embargo se empeñan en hacer lo peor para ella. Mientras un grupo social siga creyendo que sus miembros son más importantes, poderosos e inteligentes que “los otros y las otras” y por tanto sienten derecho a dominarles, a someterles o a despreciarles, ese grupo no hará más que dividir y debilitar a la comunidad. En la antigüedad se estableció la idea de normalización de un paradigma: un hombre que manda se casa con una mujer que obedece, ambos se reproducen y su prole obedece a ambos, pero sobre todo al patriarca. En el Siglo XX se desarrolló una nueva noción que plantea que no existe La familia, sino diversas estructuras familiares. Grupos intolerantes basándose en dogmas religiosos y en el principio del desprecio hacia lo diferente, hacia lo otro (la alteridad) han decidido declarar la guerra a la concepción moderna de diversidad familiar. Los sacerdotes, que eligen una vida de aparente celibato sexual, desprecian y urgen a la guerra sagrada en contra del matrimonio de las parejas del mismo sexo; y niegan el derecho de las mujeres a utilizar métodos anticonceptivos. Curiosamente ellos eligen en qué deidad creer y cómo llevar si vida erótica, pero insisten en negar a las y los demás ese mismo derecho. Los blancos explotan a los indígenas, los ricos a los pobres. La adultocracia se impone al sano desarrollo de la infancia, el machismo exige hembrismo y declara la guerra al feminismo y así sucesivamente. El problema con el desprecio a las diferencias, con la exclusión de quienes no piensan igual a nosotros, es que su método nos lleva irremediablemente al uso de la violencia como castigo. Respetar la diversidad y entender que lo que es bueno para mi no necesariamente es bueno para las y los demás es la clave. Dijo una mujer atacada por los talibanes: “Respeto que creas en las piedras, pero no me las avientes a mi”. Tolerar significa soportar aquello que nos molesta, pero el secreto está no en tolerar sino en respetar; es decir asumir que podemos no estar de acuerdo con otras personas pero somos capaces de convivir sanamente con ellas.
La guerra y la paz. La educación para la paz, un concepto afinado en el Siglo XXI propone que personas de todas las edades asuman su papel como reproductoras del respeto a las diferencias, que asuman su capacidad individual para ejercer violencia (es decir para reaccionar destructivamente ante los conflictos) y por tanto su capacidad para elegir conscientemente no dañar a las y los demás. La construcción de la paz pasa necesariamente por entender la violencia simbólica y estructural que nos rodea; con ella aprendemos a negociar los conflictos y a medir nuestra capacidad de intolerancia, frustración, enojo y reacción. La paz no se consigue con la ausencia de guerra, sino desde las acciones individuales hacia las colectivas. No se puede imponer pero si puede enseñarse; la clave es que para ello la congruencia es fundamental.
Para mi hay tres reglas esenciales para transformar el mundo. De ellas parte la receta personal a la que cada cuál puede añadir otros ingredientes. Encontrarle sentido a la vida y saber qué hacer con esa vida una vez que lo hemos hallado. Respetar a las y los demás como deseamos ser respetadas, y elegir todos los días negociar los conflictos antes de hacer daño a las y los demás. En el centro, al menos en lo personal, están todas las formas de amor, desde los afectos a las personas, los animales y la naturaleza, hasta las grandes pasiones que nos inspiran, nos transforman y nos revitalizan el aliento para seguir adelante y comenzar un nuevo ciclo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario