25 febrero 2010
Por atascados: le costamos al país 45 mil millones de pesos cada año; condenamos a nuestros hijos a la diabetes; y nos vamos a morir más pronto.
Los mexicanos adultos ocupamos el segundo lugar en todo el planeta de barrigones y barrigonas y vamos rodando veloces al primer lugar. Pero, eso sí, en niños, los nuestros son los más gorditos y gorditas sin discusión alguna. Hasta hace poco esto de la grasa de más era un padecimiento de uno de cada cuatro habitantes. Ahora es de tres de cada cuatro.
El problema del sobrepeso en este país está grueso. Pero lo peor es que no estamos haciendo nada para detener la báscula. Hablo de algo en serio para evitar que cada día seamos más voluminosos. De que el gobierno federal y el Congreso se dejen de politiquerías y vean sus panzas frente al espejo y hagan algo urgente y a largo plazo. No basta con la escenografía del reciente Acuerdo Nacional para la Salud Alimentaria. Lo que se necesita es una gran estrategia integral que incluya: una planeación económica que privilegie la producción de los alimentos que realmente requerimos; una gran revolución educativa para padres e hijos que incluya la responsabilidad social de los medios de comunicación; y el reencauzamiento de prioridades y recursos para acabar con la terrible paradoja de millones de hambrientos y desnutridos frente a otros millones de rollizos sedentarios. Entender que la nutrición sigue siendo la medicina preventiva más barata. Y que somos lo que comemos.
Por todo eso y más es urgente la implementación de políticas públicas en las que participen expertos, legisladores, instituciones académicas, de salud, educativas y gobierno para contener la auténtica epidemia de gordura del presente y plantearnos un futuro menos rechoncho y más ágil para los años que vendrán. Pero, además hay que tomar desde ya decisiones tan drásticas como las demanda la propia emergencia. Urge, por ejemplo, que se prohíba de plano la venta de alimentos chatarra en las 217 mil escuelas. Las declaraciones de funcionaretes de la SEP de que no pueden prohibir alimentos y bebidas chatarra para no estigmatizarlas equivale a permitir la venta de veneno. Que eso y no otra cosa son los pasteles, frituras y refrescos con que atiborran a los niños. Pero la razón verdadera de la criminal protección oficial a la comida chatarra es que la mayoría de estos productos son casualmente fabricados por los grandes corporativos que fueron generosos donadores en la pasada campaña presidencial. Por eso es un negocio redondo y papas. Así que a quién le importa saber que el cerebro es 85% agua y que eso junto con el hierro y el zinc es lo que nuestros niños necesitan y no los 40 gramos de azúcar de una cola y el montón de grasa de pasteles adictivos porque contienen sustancias que crean adicción como si de droga se tratase.
De ahí la importancia de la serie de notas y reportajes de EL UNIVERSAL documentando el desastre alimenticio que padecemos y que a nadie parece importarle. Como si el cuerpo social que somos estuviese resignado a la dejadez o atiborrándose de porquerías a causa de la depresión. No se vale. El futuro no se lo merece.
Los mexicanos adultos ocupamos el segundo lugar en todo el planeta de barrigones y barrigonas y vamos rodando veloces al primer lugar. Pero, eso sí, en niños, los nuestros son los más gorditos y gorditas sin discusión alguna. Hasta hace poco esto de la grasa de más era un padecimiento de uno de cada cuatro habitantes. Ahora es de tres de cada cuatro.
El problema del sobrepeso en este país está grueso. Pero lo peor es que no estamos haciendo nada para detener la báscula. Hablo de algo en serio para evitar que cada día seamos más voluminosos. De que el gobierno federal y el Congreso se dejen de politiquerías y vean sus panzas frente al espejo y hagan algo urgente y a largo plazo. No basta con la escenografía del reciente Acuerdo Nacional para la Salud Alimentaria. Lo que se necesita es una gran estrategia integral que incluya: una planeación económica que privilegie la producción de los alimentos que realmente requerimos; una gran revolución educativa para padres e hijos que incluya la responsabilidad social de los medios de comunicación; y el reencauzamiento de prioridades y recursos para acabar con la terrible paradoja de millones de hambrientos y desnutridos frente a otros millones de rollizos sedentarios. Entender que la nutrición sigue siendo la medicina preventiva más barata. Y que somos lo que comemos.
Por todo eso y más es urgente la implementación de políticas públicas en las que participen expertos, legisladores, instituciones académicas, de salud, educativas y gobierno para contener la auténtica epidemia de gordura del presente y plantearnos un futuro menos rechoncho y más ágil para los años que vendrán. Pero, además hay que tomar desde ya decisiones tan drásticas como las demanda la propia emergencia. Urge, por ejemplo, que se prohíba de plano la venta de alimentos chatarra en las 217 mil escuelas. Las declaraciones de funcionaretes de la SEP de que no pueden prohibir alimentos y bebidas chatarra para no estigmatizarlas equivale a permitir la venta de veneno. Que eso y no otra cosa son los pasteles, frituras y refrescos con que atiborran a los niños. Pero la razón verdadera de la criminal protección oficial a la comida chatarra es que la mayoría de estos productos son casualmente fabricados por los grandes corporativos que fueron generosos donadores en la pasada campaña presidencial. Por eso es un negocio redondo y papas. Así que a quién le importa saber que el cerebro es 85% agua y que eso junto con el hierro y el zinc es lo que nuestros niños necesitan y no los 40 gramos de azúcar de una cola y el montón de grasa de pasteles adictivos porque contienen sustancias que crean adicción como si de droga se tratase.
De ahí la importancia de la serie de notas y reportajes de EL UNIVERSAL documentando el desastre alimenticio que padecemos y que a nadie parece importarle. Como si el cuerpo social que somos estuviese resignado a la dejadez o atiborrándose de porquerías a causa de la depresión. No se vale. El futuro no se lo merece.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario