“Adiós, gracias por soportarme, ya no causaré problemas, cuiden a mis animales. Los amo. Ya no soy nadie. P.D: olvídenme por favor”, Alejandro, 16 años.
“¿Qué debo hacer? Me quieren tener lejos, prefieren mi ausencia, pues me voy para siempre a la fregada”, Claudia, 17 años.
“Ya estoy cansado de vivir y tengo miedo de seguir viviendo conmigo… JA JA JA”, Arturo, 16 años.
“Pasan los días lentamente y me pesa el cuerpo, me duele vivir ¿no se qué hacer?”, Lucy, 15 años.
Son mensajes que escribieron para decir adiós en un momento desesperado. Son jóvenes que simplemente dejaron de ver al futuro. Sus familiares hallaron las notas en sus cuartos, después de que se mataron.
En un tramo de la carretera hacia Toluca, cuando su papá lo amenazó con recluirlo en una escuela militar, Arturo se pegó un tiro entre la mandíbula y el cuello. Lucy se aventó de un cuarto piso, siete años después de la muerte de su madre. A Claudia la encontraron colgada: estaba ebria y drogada. Alejandro también se ahorcó porque no resistió reprobar el examen para ingresar a la preparatoria.
Hoy se suicidan, en promedio, 128% más jóvenes mexicanos que hace 20 años. Mil 924 personas de entre 15 y 29 años se quitaron la vida en 2008, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Mil 81 más que en 1990, cuando se registraron 843 suicidios.
Ésta es la tercera causa de muerte violenta de jóvenes, después de los accidentes y los homicidios. Y representa 41% del total de los suicidios registrados en el país.
Por cada joven que logra matarse, 20 más lo intentan. Tan sólo en 2008, 349 mil 987 jóvenes de 12 a 29 años trataron de quitarse la vida. Dos mujeres por cada hombre. Son más que todos los estudiantes inscritos de la UNAM reunidos una tarde en Ciudad Universitaria.
Tabasco, Guanajuato, Coahuila, Distrito Federal y Chihuahua son las entidades donde más se suicidan los jóvenes, de acuerdo con el Instituto Mexicano de la Juventud (Imjuve).
La conducta impulsiva de jóvenes y el consumo de drogas eleva el riesgo de suicidio. Lo aceleran problemas familiares, ser pobre y la deserción escolar.
“Las ideas sobre quitarse la vida están iniciando a los diez años. A los 12 empiezan con el plan, y el pico de riesgo de hacer un intento es a los 15 años”, explica Corina Benjet, investigadora del Instituto Nacional de Psiquatría Ramón de la Fuente.
En dos años, Frida lo ha intentado siete veces; la primera, en diciembre de 2008, tenía 15 años: el novio la dejó por la mejor amiga. Le diagnosticaron depresión mayor con episodios sicóticos. Los fármacos que le recetaron la mantienen prácticamente dormida. No puede ni ir a la escuela. Tiene 17 años.
“No tengo metas, no veo al futuro… me siento muy triste, muy deprimida, yo ya no quiero vivir. Quiero dejar de escuchar esas voces”, apenas articula.
Como Frida, 85% de quienes intentan suicidarse padecen un trastorno mental, reporta la Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquátrica.
Otros factores de riesgo para que los jóvenes tomen la decisión límite es la pérdida de un ser amado o ser víctimas de abuso sicológico o sexual.
“No recuerdo cuándo fue la primera ni la última vez que me violó, ni cuántas veces. Todo empezó cuando mi papá me abandonó y mi mamá se juntó con ese señor que empezó a violarme. Yo tenía seis. Él paró cuando cumplí 12. Pero a los 17 ya no pude más, me sentía sucia... Me tomé 80 pastillas para dormir con cloro y alcohol”, cuenta Fabiola, que cinco veces ha intentado arrancarse la vida con el mismo método. Tiene 23.
Estos factores potencian la soledad, el malestar y la desesperanza por la que atraviesan los jóvenes, lo que los lleva a no querer vivir, advierten los expertos.
“Ya llegué a mi destino”, anotó Perla antes de matarse con raticida. Tenía 15 años.
“Viven en una profunda depresión y soledad, ante la indiferencia de una sociedad que los ve pero no los mira, y cuando los mira se sienten agredidos. ‘¿Y para qué?’, se preguntan. Para qué estudiar, para qué cumplir con ciertas normas, si la brutalidad de este país no puede generar empleo digno con seguridad social para ellos. Con honestidad, ¿somos capaces de responder el para qué a nuestros jóvenes hoy?”, cuestiona Mario Luis Fuentes, director del Centro de Estudios e Investigación en Desarrollo y Asistencia Social (CEIDAS).
Seis de cada diez jóvenes que trabajan reciben de uno a tres salarios mínimos como remuneración, y una gran parte se encuentra en el sector informal, reconoce el Programa Nacional de Desarrollo 2007-2012.
“Es mucho el malestar en los jóvenes, mucho el dolor de sentirse lastimados, incomprendidos y sin oportunidades”, dice la doctora Emilia Lucio Gómez, investigadora de la UNAM.
Los jóvenes dejan la escuela, en promedio, a los 16 años: 42 de cada 100 lo hacen porque tienen que trabajar, según el Imjuve.
“Quiero silencio, silencio total, quiero que todos se mueran, ésa es la verdad. Morir con todos”, escribió Raúl, de 15 años, una semana antes de ser encontrado muerto por una sobredosis de cocaína, alcohol y mariguana, en el sitio donde se reunía con un grupo de punketos.
Lilia lo consiguió al quinto intento. Un potente cóctel de fármacos le provocó un paro cardiaco. Nadie hizo suficiente caso de cuatro avisos previos. Cuatro oportunidades de salvarla.
“Tenemos un problema, porque algunos intentos de suicidio se reportan como intoxicaciones o accidentes. Y pasa muy frecuentemente que los servicios de emergencia o los médicos que tienen contacto con el paciente que intentó suicidarse no lo canalizan al siquiatra para valorar si es pertinente el internamiento. Lo mandan a casa tranquilamente. Lo grave es que es muy frecuente que después de un intento suicida, antes del primer mes, se presente el segundo”, advierte José Luis Vázquez Ramírez, siquiatra del IMSS especializado en niños y jóvenes.
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