Bajo la Lupa
Recep Tayyip Erdogan, primer ministro de Turquía, durante una conferencia de prensa, el 7 de junio en Estambul
Alfredo Jalife-Rahme
Alfredo Jalife-Rahme
Habíamos quedado en que no se debía dramatizar demasiado la cuarta resolución de las sanciones contra Irán (ver Bajo la Lupa, 13/6/10) emitida por la mayoría de los 15 miembros del Consejo de Seguridad de la ONU –entre ellos los cinco permanentes (EU, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia)– y el restante de miembros no permanentes, de los cuales Brasil y Turquía votaron negativamente, mientras Líbano se abstenía.
Lo grave de la postura de México no es que haya votado contra Irán en forma esquizofrénica, sino, peor aún, es que la sesión haya sido presidida por el “mexicano” Claude Heller Roissant, quien no aprendió nada de la diplomacia de desarme y desnuclearización de don Alfonso García Robles, nuestro único Premio Nobel de la Paz.
¿De dónde viene la esquizofrenia del voto mexicano? Pues que –según reportó amargamente el portal Debka, presunto portavoz del Mossad– México se había adherido a la histórica declaración de Teherán del 17 de mayo del BIT (Brasil, Irán, Turquía) sobre el trueque nuclear persa y avalado consensualmente por el G-15: núcleo del resucitado Movimiento de los No-Alineados, que comporta 118 países.
Si se entiende racionalmente, el aval de México a la declaración del BIT en Teherán debió haber conducido a que votase en forma similar a la negación de Brasil y Turquía.
Hubiera sido demasiado soñar un voto negativo de México, que contó con una oportunidad histórica para refrendar el legado pacifista, de desarme y desnuclearización impulsados por la “edad de oro” de nuestra otrora muy competente diplomacia, en particular en la fase de la guerra fría bipolar.
No se puede pedir demasiada creatividad diplomática durante la etapa aciaga del castañedista Arturo Sarukhan Casamitjana, el todavía muy verde embajador de México en EU, a quien le falta madurez y conocimiento para “representar” a nuestra principal embajada en el mundo, cuando es notorio que le ha quedado muy grande el saco para confrontar la mexicanofobia imperante con uno de nuestros dos socios anglosajones del TLCAN.
No vamos a ahondar ahora en las consecuencias conceptuales que tendrá negativamente sobre el Tratado de Tlatelolco –una joya de la creatividad diplomática mexicana que promueve zonas libres de armas nucleares– el voto positivo de México en favor del unilateralismo de EU y en contra de Irán.
¿Evisceró Claude Heller Roissant el significado conceptual y simbólico del Tratado de Tlatelolco?
Tampoco profundizaremos, por ahora, que mediante su voto contra Irán y en favor de EU, México se hace el harakiri tecnológico –visto en el mediano y largo plazo cuando el diapasón mundial pasa de la unipolaridad estadunidense a la multipolaridad regional– al aprobar, en contra de nuestros intereses de mayor seguridad nacional, la política de apartheid que aplican los poseedores de armas nucleares (en forma oficial: los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, y en forma oficiosa: los países clandestinos como Israel) contra quienes no las poseen, lo cual constituye desde su génesis la principal crítica al oligopolio del Tratado de No-Proliferación de Armas Nucleares que EU –único país que ha lanzado dos bombas atómicas en la historia de la humanidad contra las poblaciones civiles de Hiroshima y Nagasaki– pretende controlar con sus premios obscenos (a Israel) y sus castigos injustos (a Irán).
Pese a todos los agravios acumulados que ha propinado EU a México, con demócratas y republicanos por igual –desde la erección del muro transfronterizo de la ignominia, pasando por la mexicanofobia de Samuel Huntington, hasta la oprobiosa ley Arizona–, en términos de realismo político –porque tampoco nos podemos enfrentar alocadamente a la todavía máxima potencia militar mundial, pese a su decadencia–, nuestro país tuvo la oportunidad dorada de haberse abstenido y/o haber pospuesto la votación hasta que otro país presidiera la sesión mensual (y así evitar un grave error que deberá ser analizado cuidadosamente por los futuros y creativos diplomáticos del ejemplo de lo que no hay que hacer).
Pero más allá del crudo realismo político –que conducía a no confrontar a EU, pero tampoco a desdecirse de la declaración de Teherán y en apoyo público al BIT– la coyuntura –para no decir, un milagro diplomático de la Virgen de Guadalupe– le dio al país una oportunidad inédita: el asesinato, un día antes a la votación (insistimos presidida por “México”) del joven Sergio en Ciudad Juárez por los mexicanicidas de la Patrulla Fronteriza. Tan sencillo como haber expuesto la verdadera protesta de México ante el mexicanicidio transfronterizo mediante una abstención que hubiera tenido resonancia mundial: más por la hostil política migratoria de EU (que se pasa perorando en el vacío sobre sus muy selectivos y etnodiscriminatorios “derechos humanos”) que por el contencioso iraní, donde México solamente puede aportar humildemente su lubricación a la paz mundial.
De hecho, con la sanción a Irán, que puede derivar en una guerra en el golfo Pérsico, el voto “mexicano” apoya indirectamente la confrontación en espiral.
Es evidente que el voto hostil de México contra Irán no le va a quitar el sueño al país persa que es muy hábil en el manejo diplomático cuando su mismo presidente Ahmadinejad, pese a la resolución adversa del Consejo de Seguridad, no ha dado por muerto el canje de su uranio (Naharnet, 15/6/10), con base en la solución diplomática creativa de Lula, el presidente brasileño, y de Erdogan, el premier turco: dos muy capaces estadistas de los países emergentes que debiera Felipe Calderón adoptar como émulos.
Independientemente de que exhibe al PAN y a su presidente muy desangelado en turno como instrumentos del unilateralismo de EU, y desnuda la ausencia de una política exterior propiamente autónoma (sería mucho pedir que sea “independiente”), ante la catatonia del Senado, el paroxismo de la comedia de errores que se acumularon en el voto de México contra Irán lo constituye la falta de colaboración y solidaridad de México con el país líder de Latinoamérica: Brasil, uno de los proponentes de la creativa solución diplomática al uranio persa. Este solo hecho hubiera conducido a la abstención de México para no ofender, más allá del BIT, al gigante latinoamericano.
Una vez más el “México panista” de Fox y Calderón colisiona abiertamente con Brasil y coloca en tela de juicio la voluntad de unión latinoamericana a la que convocó recientemente en Cancún: otra esquizofrenia de la cancillería mexicana que llegó a su delirium tremens con el filosionista Jorge Castañeda Gutman y que parece más una franquicia del Departamento de Estado de EU.
En lugar de abstenerse, por los tres motivos racionales que hemos aludido (el legado del desarme y desnuclearización de don Alfonso García Robles, el infanticidio de Sergio y la solidaridad con Brasil), México optó insanamente por seguir los cánones y cañones de EU en su confrontación estéril con Irán –a menos que Washington busque una guerra, que tampoco se ve cómo podría ganar cuando se encuentra empantanado en Irak y Afganistán. En este caso, entonces, Claude Heller Roissant se habrá pronunciado (¿inconscientemente o teledirigido por el Departamento de Estado?) en favor de la guerra contra Irán. Y en estos lúgubres asuntos no existe vuelta atrás.
Así, Calderón ha militarizado insanamente tanto la política interna como su política exterior y, lo peor, coloca innecesariamente a México en un frente de batalla donde se puede volver tiro al blanco de los pletóricos enemigos de EU que, hasta donde sabíamos, no son nuestros.
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