MÉXICO, D.F., 8 de junio.- La indignación frente a Israel ha vuelto a sacudir al mundo. El ataque en aguas internacionales a una flotilla de seis barcos que se dirigía a llevar ayuda humanitaria a la Franja de Gaza ha colocado en primer plano la agresividad de las fuerzas armadas de Israel y la situación intolerable creada por el bloqueo que ese país mantiene sobre un territorio donde habitan más de 1 millón y medio de palestinos. Ante semejantes expresiones de intolerancia, violatorias de los principios del derecho internacional humanitario, el llamado a las negociaciones que detengan el horror y la violencia se hace más urgente. Sin embargo, el escepticismo está presente. Pocas circunstancias indican que será posible convencer a Israel de cambiar sus ánimos guerreros; el viento sopla en su contra, pero sus dirigentes no están dispuestos a cambiar de rumbo.
El ataque ha merecido una condena generalizada; el aislamiento de Israel dentro de la comunidad internacional está hoy más acentuado que nunca. Notoria, porque en otras épocas era su mejor aliado en el Mediterráneo, ha sido la reacción de Turquía, uno de los países que con mayor dureza ha criticado el ataque al llevar el caso al Consejo de Seguridad. De acuerdo con el primer ministro Erdogan, el asalto a los buques en alta mar ha sido “un acto inhumano de terrorismo de Estado”. Los hechos tendrán un impacto sobre las complejas negociaciones diplomáticas para aplicar sanciones a Irán. Por lo pronto, los problemas de ese país han pasado a segundo término en el Consejo de Seguridad. Cuando parecía haberse logrado el consenso entre los miembros permanentes para fortalecer sanciones económicas, el conjunto de los representantes islámicos siente que sería más urgente penalizar a Israel. El ambiente se inclina ahora en contra del enemigo más acérrimo de Irán, el que mayormente lo acusa de mentir sobre las intenciones de su proyecto nuclear, el que estaría dispuesto a usar armas de destrucción masiva para impedir que pueda modificar las relaciones de poder militar que existen en esa parte del mundo.
El impacto más severo de lo ocurrido en el Mediterráneo lo resiente la diplomacia de la administración Obama, uno de cuyos ejes centrales ha sido la búsqueda de entendimiento con el mundo islámico. El meollo de esa diplomacia es el relanzamiento de las pláticas de paz entre palestinos e israelíes que desemboquen en el reconocimiento de un Estado palestino capaz de convivir en paz con Israel.
A pesar de las tensiones que han caracterizado a las relaciones entre Estados Unidos e Israel en los últimos meses, debido a la oposición estadunidense a los asentamientos humanos en Jerusalén oriental y, más recientemente, a la aceptación del señalamiento explícito contra Israel en el documento final de la conferencia de revisión del TNP, los acercamientos preliminares al inicio de pláticas de paz entre palestinos e israelíes ya se están realizando. De hecho, había la intención de anunciar el comienzo de tales pláticas en la visita de Netanyahu a Washington, que fue suspendida cuando éste debió regresar precipitadamente a Israel.
El mecanismo de acercamiento utilizado hasta ahora han sido las llamadas “pláticas indirectas” entre las dos partes, efectuadas a través del representante especial de Obama, George Mitchell, un diplomático de gran experiencia que desempeñó un papel clave en las negociaciones para un acuerdo de paz en Irlanda del Norte.
Ahora bien, tales acercamientos se conducen teniendo como interlocutor a la autoridad palestina, la cual no representa formalmente a los habitantes de Gaza, quienes eligieron democráticamente como sus líderes a los miembros del grupo Hamas, considerado un grupo terrorista por Estados Unidos e Israel.
Los acontecimientos de los últimos días han dejado claro que las pláticas de paz entre palestinos e israelíes pasan por la solución del bloqueo a Gaza. Imposible seguir ignorando los graves daños por carencias de medicinas, materiales de reparación, alimentos y todo tipo de recursos para la educación que sufren los habitantes de Gaza. Imposible, también, seguir ignorando a quienes formalmente encabezan el gobierno de ese territorio.
Es difícil imaginar a los dirigentes israelíes dando un giro para conciliar y aceptar el levantamiento del bloqueo sin garantías del aniquilamiento del grupo Hamas. Igualmente difícil es imaginar a los dirigentes de Hamas aceptando la convivencia con el Estado de Israel. La intransigencia está en las dos partes.
Sin embargo, es Israel, por su indudable poder militar, quien presenta los obstáculos mayores a la conciliación. Hace algún tiempo que los dirigentes de ese país han abandonado el objetivo de la convivencia pacífica con sus vecinos como la mejor garantía de sobrevivencia y seguridad del Estado de Israel. Para ellos, según ponen en evidencia acciones recientes, como el ininterrumpido bombardeo durante semanas del territorio de Gaza, la seguridad israelí se defiende a través de la fuerza militar, de la superioridad de sus fuerzas armadas, de la determinación y dureza de sus ataques.
A tales antecedentes cabe sumar el hecho de que la diplomacia de la administración de Obama sólo ejercerá presiones cautelosas. Después de todo, no puede cortar definitivamente con su mejor aliado en el Medio Oriente ni ignorar el peso interno de los cabilderos judíos, claves para aprobar iniciativas en el Senado o realizar elecciones en diversos distritos.
La negociación como alternativa al enfrentamiento no tiene, pues, mucha viabilidad en el Medio Oriente. Sin embargo, aunque parezca una labor de Sísifo, no hay más remedio que seguir intentándola.
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