07 junio 2010
No ha sido una, ni dos, las veces que Fernando Gómez Mont ha mencionado, como si tal cosa, que no descarta la idea de que el incendio en que murieron las y los pequeños en Hermosillo fuera intencional. Lo ha soltado al hilo, un poco de prisa, malhumorado, en público y en privado. A lo que se refiere es a la versión que corrió desde el primer día sobre gente del gobernador de Sonora que mantenía la bodega aledaña a la guardería para resguardar documentos fiscales que podrían inculpar al gobierno estatal de malos manejos. Algunos periodistas lo supimos la noche del siniestro, pero nos cuidamos de especular por la delicadeza del asunto, por respeto a las familias y por la falta de evidencia, al menos en ese momento.
¿Qué mueve al abogado Fernando Gómez Mont a ventilar como si tal cosa datos de esta naturaleza? Es un experto penalista, por tanto sería ingenuo creer que es una casualidad que con su investidura haga estas declaraciones. Especulaciones aparte lo que más indignante me parece a este respecto es la insensibilidad del funcionario. Es evidente que no le importa el impacto emocional que sus declaraciones tienen ante las familias de las y los pequeñines muertos. Es pura crueldad, porque vaya que hace diferencia que la autoridad admita semejantes hipótesis sin hacer nada.
Nadie, más que quien ha perdido a un hijo o hija, sabe exactamente en qué lugar entre el pecho y el alma cincelan la añoranza y la tristeza. Miro las fotografías de las y los pequeños que las familias empuñan por las calles para pedir justicia. Son símbolos, son banderas, son una muestra de un país que se desmorona; son rostros humanos, son criaturas que murieron calcinadas. Ya es difícil buscar sosiego ante la pérdida de un bebé por razones accidentales, mucho peor cuando se deja en el aire la noción de que su muerte es producto de una mano asesina.
Si nuestro secretario de Gobernación no alcanza a comprender el peso de sus palabras, ciertamente no es por ignorancia sino por irresponsabilidad. Que la ciudadanía especule ante la incapacidad y corrupción del sistema de justicia es normal, que lo haga el secretario de Gobernación es simplemente un acto político que nutre la inestabilidad; no importa si es involuntario o producto de su hartazgo. Su labor fundamental es mantener la estabilidad del país (menuda tarea para un hombre de mecha corta).
El periodista Diego Osorno nos regaló una crónica impresionante sobre la multitudinaria marcha de aniversario de la tragedia en Hermosillo. Ésta no puede ser una desventura más para México porque en esta historia subyace todo lo que está mal con el país. Desde la infancia el Estado abdica a su deber de asegurar espacios de protección y educación a sus futuros ciudadanos. Ciertamente todos en la línea de mando son responsables, los que firmaron sin preguntar y analizar a quién otorgaban el permiso, hasta quienes, según los dichos del jefe de Bucareli, encendieron el fósforo que ultimó estas vidas. Si Gómez Mont sabe algo más vale que lo diga bien, porque ésta podría ser la gota que derrame el vaso de la ira social.
¿Qué mueve al abogado Fernando Gómez Mont a ventilar como si tal cosa datos de esta naturaleza? Es un experto penalista, por tanto sería ingenuo creer que es una casualidad que con su investidura haga estas declaraciones. Especulaciones aparte lo que más indignante me parece a este respecto es la insensibilidad del funcionario. Es evidente que no le importa el impacto emocional que sus declaraciones tienen ante las familias de las y los pequeñines muertos. Es pura crueldad, porque vaya que hace diferencia que la autoridad admita semejantes hipótesis sin hacer nada.
Nadie, más que quien ha perdido a un hijo o hija, sabe exactamente en qué lugar entre el pecho y el alma cincelan la añoranza y la tristeza. Miro las fotografías de las y los pequeños que las familias empuñan por las calles para pedir justicia. Son símbolos, son banderas, son una muestra de un país que se desmorona; son rostros humanos, son criaturas que murieron calcinadas. Ya es difícil buscar sosiego ante la pérdida de un bebé por razones accidentales, mucho peor cuando se deja en el aire la noción de que su muerte es producto de una mano asesina.
Si nuestro secretario de Gobernación no alcanza a comprender el peso de sus palabras, ciertamente no es por ignorancia sino por irresponsabilidad. Que la ciudadanía especule ante la incapacidad y corrupción del sistema de justicia es normal, que lo haga el secretario de Gobernación es simplemente un acto político que nutre la inestabilidad; no importa si es involuntario o producto de su hartazgo. Su labor fundamental es mantener la estabilidad del país (menuda tarea para un hombre de mecha corta).
El periodista Diego Osorno nos regaló una crónica impresionante sobre la multitudinaria marcha de aniversario de la tragedia en Hermosillo. Ésta no puede ser una desventura más para México porque en esta historia subyace todo lo que está mal con el país. Desde la infancia el Estado abdica a su deber de asegurar espacios de protección y educación a sus futuros ciudadanos. Ciertamente todos en la línea de mando son responsables, los que firmaron sin preguntar y analizar a quién otorgaban el permiso, hasta quienes, según los dichos del jefe de Bucareli, encendieron el fósforo que ultimó estas vidas. Si Gómez Mont sabe algo más vale que lo diga bien, porque ésta podría ser la gota que derrame el vaso de la ira social.
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