08 julio 2010
Un policía me explica que tiene pesadillas luego de tantos meses de ver pornografía infantil en internet, su trabajo es documentar las edades de las víctimas (de 1 a 13 años). La psicóloga que hace peritajes ante juzgados para defender a infantes víctimas de violencia sexual, asegura que está agotada de ver cómo las criaturas pasan un infierno para que al final los jueces prefieran creer a los adultos, a los perpetradores y a sus abogados.
Una de las razones de los altísimos índices de impunidad es la tardanza de los juicios, en particular de aquellos por abuso sexual, pornografía infantil y trata de personas. Desde el momento en que las víctimas tienen la valentía de hablar hasta el fin del juicio pasan entre tres y seis años. En la mayoría de casos con víctimas entre 12 y 15 años, cuando llega la sentencia los jueces las ven como adolescentes o “casi adultas” y les “resulta imposible” creer las historias de sometimiento y violación.
Investigadoras, ministerios públicos y jueces admiten que la duración de los juicios es la causa principal del bajo número de sentencias. La clave para un juicio expedito, en que los derechos humanos son respetados, radica en la consolidación de una acusación con elementos de prueba sostenibles, en un conocimiento real de leyes y tratados que sustenten el derecho de la víctima y donde la carga de la prueba no recaiga sólo en su dicho. Casi nadie habla del papel clave de las percepciones, prejuicios y emociones en ese trabajo.
Entrevistando a agentes especializados en violencia sexual, me he encontrado con dos tipos de personajes: quienes traen un desgaste emocional y laboral insostenible, y quienes han creado una resistencia tal que ya nada les conmueve. A ambos hay que ponerles atención (Ahora no hablamos de los que son cómplices conscientes).
Nietzsche escribió que aquellos que luchan contra los monstruos deben asegurarse de que en el proceso no se conviertan en uno. Porque cuando miras al abismo demasiado tiempo, el abismo también te mira a ti. Existen personas comprometidas pero con un desgaste emocional tal que les impide hacer un trabajo efectivo. También hay agentes y jueces que por su frialdad exponen a las víctimas a mayores peligros y a juicios infructuosos, que terminan aliándose a los agresores por la ausencia de empatía con las víctimas.
Las nuevas leyes en México son ventanas de oportunidad, pero es indispensable que las autoridades aseguren presupuestos de atención a víctimas y cursos de sensibilización policiaca y judicial con recursos para la salud psicológica de las y los responsables del acceso a la justicia. Quienes atienden a las víctimas precisan modelos de atención, conocimientos técnicos y científicos, pero sin salud psicoemocional son poco efectivos. La letra de la ley no es suficiente, las palabras de Nietzsche nos lo recuerdan.
Una de las razones de los altísimos índices de impunidad es la tardanza de los juicios, en particular de aquellos por abuso sexual, pornografía infantil y trata de personas. Desde el momento en que las víctimas tienen la valentía de hablar hasta el fin del juicio pasan entre tres y seis años. En la mayoría de casos con víctimas entre 12 y 15 años, cuando llega la sentencia los jueces las ven como adolescentes o “casi adultas” y les “resulta imposible” creer las historias de sometimiento y violación.
Investigadoras, ministerios públicos y jueces admiten que la duración de los juicios es la causa principal del bajo número de sentencias. La clave para un juicio expedito, en que los derechos humanos son respetados, radica en la consolidación de una acusación con elementos de prueba sostenibles, en un conocimiento real de leyes y tratados que sustenten el derecho de la víctima y donde la carga de la prueba no recaiga sólo en su dicho. Casi nadie habla del papel clave de las percepciones, prejuicios y emociones en ese trabajo.
Entrevistando a agentes especializados en violencia sexual, me he encontrado con dos tipos de personajes: quienes traen un desgaste emocional y laboral insostenible, y quienes han creado una resistencia tal que ya nada les conmueve. A ambos hay que ponerles atención (Ahora no hablamos de los que son cómplices conscientes).
Nietzsche escribió que aquellos que luchan contra los monstruos deben asegurarse de que en el proceso no se conviertan en uno. Porque cuando miras al abismo demasiado tiempo, el abismo también te mira a ti. Existen personas comprometidas pero con un desgaste emocional tal que les impide hacer un trabajo efectivo. También hay agentes y jueces que por su frialdad exponen a las víctimas a mayores peligros y a juicios infructuosos, que terminan aliándose a los agresores por la ausencia de empatía con las víctimas.
Las nuevas leyes en México son ventanas de oportunidad, pero es indispensable que las autoridades aseguren presupuestos de atención a víctimas y cursos de sensibilización policiaca y judicial con recursos para la salud psicológica de las y los responsables del acceso a la justicia. Quienes atienden a las víctimas precisan modelos de atención, conocimientos técnicos y científicos, pero sin salud psicoemocional son poco efectivos. La letra de la ley no es suficiente, las palabras de Nietzsche nos lo recuerdan.
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