05 julio 2010
Un joven iracundo de 18 años con la bandera alemana pintada en el rostro celebra a gritos en el Zócalo que los teutones hayan “destruido” a Argentina porque ella mató, eliminó, a México. Un centenar de chavos se aglutina a su lado para opinar igual frente a la cámara. Antes celebrábamos las victorias, ahora nos solazamos ante la derrota de quienes nos ganan. ¿Acaso la inquina juvenil mostrada en este Mundial revela más sobre el país de lo que creemos?
Mi abuelo materno, que jugó en el equipo Club de Oporto, fue quien me enseñó de niña que cuando se ve el futbol, así sean equipos de tercera división, una debe tomar partido. Como un sucedáneo de la guerra, el balompié exige lealtad más allá de la admiración por la agilidad deportiva de individuos o de equipos. El antropólogo Gustavo Román asegura que este deporte es una guerra simbólica que se libra entre tribus modernas y que sirve para descargar las tensiones dentro de un país o entre países. Ciertamente lo es.
Las cosas han cambiado en el futbol. Ya no es sólo “el deporte del hombre” como le bautizó Ángel Fernández. En Estados Unidos hay más mujeres futbolistas que hombres, y les superan por mucho. México tiene excelentes equipos femeniles, y aunque el sexismo limita la participación de mujeres en sitios claves, como árbitras y cronistas, las hay. Ahora en el Mundial se habló de racismo; algo nunca antes visto. Desgraciadamente no sólo en lo positivo ha cambiado. Este Mundial despertó accesos de ira contenida e indignidad preocupantes. Nunca antes se había visto a las y los mexicanos salir así a festejar a un equipo ajeno por haber derrotado al que eliminó a México de la justa mundialista. El lenguaje de xenofobia, odio y resentimiento fue revelador.
El futbol despierta sentimientos guerreros de competitividad y deseo de triunfo sobre otros. Pero con el tiempo ha adquirido otras cargas más potentes y dañinas. Los políticos usan a sus selecciones, como los Kirchner, que hicieron de su entrenador trampolín de campaña política, sin importar que Maradona haya demostrado el principio de Peter (en una jerarquía todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia). Un buen jugador convertido en ídolo fue el peor entrenador. Observar el comportamiento de la gente durante el Mundial es revelador.
Los griegos denominaban Pax olímpica a la paz que se acordaba durante las olimpiadas cuando los pueblos enemigos hacían tregua. Durante años en los mundiales se ha vivido la Pax futbolística. A pesar de las barras bravas de algunos países, en general el Mundial produce una mezcla de diversión, entretenimiento e inocuo sufrimiento de patriotismo lúdico. Sin embargo lo visto esta semana muestra el desgaste emocional que nutre el odio guerrero en México. Muchos podrían decir que este análisis resulta necio ante los problemas del país, pero me parece importante, porque en un México convulsionado por la violencia y la angustia debido a la inestabilidad, estas nuevas reacciones son reveladoras; muestran los efectos secundarios de una violencia que lo permea todo.
Posdata: Nuevo león y Tamaulipas necesitan nuestra ayuda urgente. No olvidemos Angangueo. Michoacán. Son 5 meses con la mitad del pueblo devastado por lluvias, 28 fallecidos y 70 desaparecidos.
Mi abuelo materno, que jugó en el equipo Club de Oporto, fue quien me enseñó de niña que cuando se ve el futbol, así sean equipos de tercera división, una debe tomar partido. Como un sucedáneo de la guerra, el balompié exige lealtad más allá de la admiración por la agilidad deportiva de individuos o de equipos. El antropólogo Gustavo Román asegura que este deporte es una guerra simbólica que se libra entre tribus modernas y que sirve para descargar las tensiones dentro de un país o entre países. Ciertamente lo es.
Las cosas han cambiado en el futbol. Ya no es sólo “el deporte del hombre” como le bautizó Ángel Fernández. En Estados Unidos hay más mujeres futbolistas que hombres, y les superan por mucho. México tiene excelentes equipos femeniles, y aunque el sexismo limita la participación de mujeres en sitios claves, como árbitras y cronistas, las hay. Ahora en el Mundial se habló de racismo; algo nunca antes visto. Desgraciadamente no sólo en lo positivo ha cambiado. Este Mundial despertó accesos de ira contenida e indignidad preocupantes. Nunca antes se había visto a las y los mexicanos salir así a festejar a un equipo ajeno por haber derrotado al que eliminó a México de la justa mundialista. El lenguaje de xenofobia, odio y resentimiento fue revelador.
El futbol despierta sentimientos guerreros de competitividad y deseo de triunfo sobre otros. Pero con el tiempo ha adquirido otras cargas más potentes y dañinas. Los políticos usan a sus selecciones, como los Kirchner, que hicieron de su entrenador trampolín de campaña política, sin importar que Maradona haya demostrado el principio de Peter (en una jerarquía todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia). Un buen jugador convertido en ídolo fue el peor entrenador. Observar el comportamiento de la gente durante el Mundial es revelador.
Los griegos denominaban Pax olímpica a la paz que se acordaba durante las olimpiadas cuando los pueblos enemigos hacían tregua. Durante años en los mundiales se ha vivido la Pax futbolística. A pesar de las barras bravas de algunos países, en general el Mundial produce una mezcla de diversión, entretenimiento e inocuo sufrimiento de patriotismo lúdico. Sin embargo lo visto esta semana muestra el desgaste emocional que nutre el odio guerrero en México. Muchos podrían decir que este análisis resulta necio ante los problemas del país, pero me parece importante, porque en un México convulsionado por la violencia y la angustia debido a la inestabilidad, estas nuevas reacciones son reveladoras; muestran los efectos secundarios de una violencia que lo permea todo.
Posdata: Nuevo león y Tamaulipas necesitan nuestra ayuda urgente. No olvidemos Angangueo. Michoacán. Son 5 meses con la mitad del pueblo devastado por lluvias, 28 fallecidos y 70 desaparecidos.
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