187 votos a favor de la moción cubana en contra del bloqueo
2 votos en contra -- EE.UU e israel
3 abstenciones -- Miconesia, Palau e Islas Marshals (colonias norteamericanas en el Pacifico)
2 votos en contra -- EE.UU e israel
3 abstenciones -- Miconesia, Palau e Islas Marshals (colonias norteamericanas en el Pacifico)
La mayor parte de los países del mundo se disponen a condenar, por décima novena vez consecutiva, el bloqueo unilateral que Estados Unidos ejecuta contra Cuba hace más de cincuenta años, y,principalmente, a pedir su inmediato levantamiento. Obama tiene la oportunidad de evitar el genocidio del que es víctima un país cuyo pueblo ya ha dado ejemplos reiterados de que no renunciará a su plena independencia.
Al triunfar la revolución cubana el 1 de enero de 1959 —la primera de carácter socialista en América Latina—, desencadenó la furia más grande que imperio alguno jamás tuvo en la historia de la humanidad. Han pasado más de cincuenta años desde aquel histórico día y Estados Unidos no ha cesado de aplicar todas las medidas, aún las más inimaginables, contra un pueblo y gobierno que no dan señales de doblegarse y que —como diría Fidel Castro— convierte los reveses en victorias, ante lo que hoy puede calificarse, sin exageraciones de ninguna naturaleza, como un verdadero genocidio.
Entre todas las medidas ejecutadas contra la Isla —invasión a Bahía de Cochinos en 1961, guerra bacteriológica, acciones de terrorismo, expulsión de la OEA, cerca de 600 intentos de asesinato de su líder histórico y otras—, un bloqueo económico y comercial oficialmente declarado por John Kennedy en febrero de 1962 a través de la Proclama
Presidencial 3447, casi un año después de que Cuba declarara el carácter socialista de su revolución en respuesta a la agresión mercenaria de Playa Girón, donde el imperio sufrió su primera derrota militar en América Latina en menos de setenta y dos horas, le ha costado a Cuba un total de 751.363 millones de dólares.
Empero, la implacable lógica reproductiva del capital se enfrentaba sin éxito, como hasta ahora, a las ansias de emancipación del trabajo y una parte de la humanidad.
Pero ese enorme monto, estimado a partir de la cotización del oro en el mercado internacional a precios que se han reducido en más de 30 veces desde 1961, llegaría a ser una cifra bastante fría para un economista de Wall Street si detrás de ella no estaría acumulada una serie de afectaciones a la economía de un país y, sobre todo, a una
población de un poco más de 11 millones de hombres y mujeres que en su cotidianidad sufren una serie de privaciones atribuibles a la rabia imperial y a la sola decisión cubana de no renunciar a su soberanía e independencia plenas.
El imperio, a través de su poderoso aparato mediático, ha pretendido construir en el imaginario colectivo mundial, sin lograrlo, la idea de tener una “causa justa” al mantener el embargo comercial contra Cuba, cuya dimensión supera el antagonismo capitalismo vs. socialismo, para convertirse en un verdadero genocidio que pone en primer plano la
contradicción entre humanidad —personificada en un pueblo cuya solidaridad se abre paso en medio de las más grandes dificultades— y barbarie, a la que el imperio pretende condenar al mundo.
De acuerdo a la Convención para la Prevención y Sanción del delito de Genocidio, adoptada por las Naciones Unidas en 1948 —a tres años de concluida la II Guerra Mundial—, lo que Estados Unidos hace con Cuba se inscribe en el artículo II que reconoce como genocidio las acciones perpetradas “con intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal”.
La medida unilateral adoptada impunemente por Estados Unidos y que será condenada por décima novena vez por la mayoría absoluta de los países del mundo este 26 de octubre en las Naciones Unidas, le ha provocado a Cuba afectaciones en todas las áreas. En la salud, donde existe una prestación de servicios universal y gratuita que goza de reconocimiento mundial por su calidad, entre mayo de 2009 y abril de 2010 se ha registrado un impacto negativo de 15,2 millones de dólares, lo que genera sufrimiento y desesperación en miles de pacientes cubanos que es imposible de cuantificar. Otros ejemplos, hay varios, según da cuenta el gobierno de la Isla. De los más importantes
mencionar que por el bloqueo no se tiene acceso al Temozolamide, un medicamento para atacar a tumores del sistema nervioso central que afectan a cerca de 250 pacientes al año y de los cuales treinta son niños.
Pero si de niños se trata, la criminal medida estadounidense —reforzada por las leyes Torricelli (1992) y Helms Burton (1996)— encuentra en los menores de edad a sus principales víctimas. Estados Unidos lo sabe, el Premio Nobel de La Paz que hoy conduce los destinos de un país que ha hecho de la guerra su razón de ser, no lo ignora. El
Departamento del Tesoro de los Estados Unidos incluyó en 2007 al Cardiocentro Pediátrico “William Soler” en la categoría de “hospital denegado” para la adquisición de productos de fabricación estadounidense. A eso, imposible no sumar la imposibilidad cubana de adquirir el equipo necesario para habilitar sesenta aulas terapéuticas para niños con discapacidades motoras.
De la lectura del informe 2010 sobre el impacto del bloqueo en Cuba, no es una exageración afirmar que Estados Unidos se ha propuesto, a través de su política genocida, tratar de impedir el derecho que tienen los cubanos a acceder a una alimentación buena y de calidad, en una suerte de condena a reproducir en la Isla la situación de millones de humanos en amplias zonas del África. Lo hace cuando, al afectar a la empresa importadora de alimentos ALIMPORT por el orden de 102 millones de dólares, impide la compra de 337 mil toneladas de trigo, o 451 mil toneladas de maíz o 109 mil toneladas de pollo a precio promedio de 2008. También se ha afectado a la producción de arroz y la crianza porcina.
El impacto negativo se registra también en los ámbitos de la educación y la cultura. Contrariamente a lo difundido, el bloqueo estadounidense es el que impide el acceso de profesores y estudiantes al internet. La prohibición a varias empresas de Estados Unidos que tienen el monopolio de tecnología para prestar servicios de Internet es clara y
contundente, lo cual no solo afecta al comercio.
Cuba cuenta con un reconocimiento mundial a la calidad de su cine y de otras manifestaciones artísticas. Sin embargo, varias expresiones culturales han tenido que enfrentar los efectos del bloqueo al dejar de recibir un total de 10 millones 575 dólares entre mayo de 2009 y abril de 2010. El Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) está entre uno de los mayores perjudicados al no poder participar en el American Film Market o comercializar con mayor soltura sus excelentes producciones.
Sin embargo, a pesar del crudo bloqueo, en Cuba —parafraseando al desaparecido líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz—, no hay un niño que no vaya a la escuela, hombre y mujer que no tengan techo, alimentación y educación.
Una política de no acabar
Estados Unidos va por el décimoprimer Presidente desde el triunfo de la Revolución cubana y, salvo algunas modificaciones insustanciales que se dictan más por razones aparentes que reales, ninguno de ellos ha sido capaz de marchar en dirección contraria a los mandatos de un sector de ultraderecha, cubano-estadounidense, que controla a republicanos y demócratas, en una constatación muy clara de la orientación “monopolítica” de una democracia que se presenta como ejemplo ante el mundo.
Desde Eisenhower, con quien en 1959 comenzó el bloqueo no oficial con una serie de restricciones al comercio estadounidense con Cuba, hasta Obama, que ha tomado otras medidas que endurecen la aparente flexibilidad, todos los presidentes del imperio más poderoso que haya conocido antes de la humanidad, no han renunciado a ver algún día sometida a una nación que se alzó valiente hace más de dos siglos ante las pretensiones estadounidenses de controlar la Isla.
Pero esos deseos propios de un imperio, al cual Simón Bolívar y José Martí ya pusieron al desnudo con su pensamiento y su lucha por la independencia de Nuestra América, quedaron frustrados, a pesar de gobiernos entreguistas como el de Estrada Palma —impuesto por Estados Unidos en 1902— y Fulgencio Baptista, —que dio un golpe de estado en marzo de 1952—, por la resistencia del pueblo cubano cuya victoria estratégica se conquistó en la Sierra Maestra para entrar triunfante en La Habana en 1959 y convertir a la mayor de las Antillas en un ejemplo de dignidad que ahora, en el siglo XXI, continúa alimentando —sin que Cuba quiera exportar la revolución y Estados Unidos pueda impedirla, como diría Fidel en 1984—, los profundos sentimientos de emancipación de millones de seres humanos en América Latina y el mundo.
El imperialismo reacciona con furia ante ese símbolo y no tiene la menor vergüenza para incluso tomar medidas extraterritoriales contra ciudadanos y empresas que se atreven a impulsar diversas formas de comercio e integración con la Cuba de los mambises. Las leyes Torricelli y Helms Burton prohíben a las subsidiarias estadounidenses
y a empresas de terceros países, incluidos obviamente bancos, cualquier tipo de transacciones comerciales con la Isla, salvo el riesgo de ser sancionadas —por no menos de seis meses y dependiendo del caso— para hacer negocios con y dentro de Estados Unidos.
Así por ejemplo —lo que curiosamente ignoran muchos que hablan o escriben sobre el fracaso del “modelo cubano”—, el imperio ha caído con inusitada dureza, entre mayo de 2009 y abril de 2010, a empresas españolas, mexicanas y de otras nacionalidades que intentaron hacer negocios con la mayor de las Antillas. El bloqueo ha sido ejecutado por los Estados Unidos con tal impunidad que las Naciones Unidas no han podido impedir las sanciones extraterritoriales contra empresas y ciudadanos de países como Australia, Reino Unido, Canadá, Brasil, Países Bajos, Suecia, España, Finlandia, Japón, México, Suiza, Noruega e Italia de manera directa e indirectamente a cerca de otra veintena de países.
Obama, el gran derrotado
En enero de 2009, luego de una previsible derrota republicana, el demócrata Barack Obama asumía la conducción del gobierno de los Estados Unidos, en medio de grandes expectativas internas alentadas por las primeras señales de crisis económica del país emblemático del capitalismo. Pero también su ingreso a la Casa Blanca despertaba algún grado de confianza en que el imperio iba a retirar sus tropas de Afganistán e Irak, así como flexibilizar el bloqueo a Cuba para “reencontrarse —como dijo el primer presidente negro estadounidense— con América Latina.
Incluso el 29 de abril de ese mismo año el ex jefe del Comando Sur, general James Hill; el ex director de la Oficina Nacional de Control de las Drogas, general Barry MacCaffrey; el ex jefe del Estado Mayor, Colin Powell, y otros nueve ex altos miembros de las fuerzas armadas de ese país reconocieron que “la política actual de aislamiento de Cuba ha fracasado en cuanto a alcanzar nuestros objetivos”. No era Cuba sino los intereses estadounidenses lo que alentaba la conclusión terminante de quienes formaron parte activa del aparato y complejo militar-industrial.
No hay medida que los gobiernos de Estados Unidos —demócratas o republicanos— no hubiesen tomado para derrotar a la Revolución cubana. Desde operaciones militares —abiertas y encubiertas— hasta económicas, comerciales y tecnológicas, pasando por las políticas y terroristas, el imperialismo ha agredido ininterrumpidamente durante más de medio siglo a un pueblo decidido a construir su propio destino, en un claro
desconocimiento a la libre autodeterminación y la preservación de la paz mundial establecidas en la Carta constitutiva de las Naciones Unidas.
Pero así como ha actuado, le ha ido a los Estados Unidos. A partir de 1992, de cincuenta y nueve votos a favor de levantar el bloqueo, la comunidad internacional, conformada en su mayoría por gobiernos de corte ideológico distinto al vigente en la tierra de los mambises y de Martí, ha sido parte de la cadena de victorias cubana en ese foro
mundial al dejar cada vez más solo a los Estados Unidos: 179 en 2004, 183 en 2006, 184 en 2007, 185 en 2008 y 187 en 2009.
A la Asamblea de este 26 de octubre, Cuba llega con una América que, independientemente del carácter de la mayor parte de los gobiernos de la región, expresa una voluntad, casi unánime, de alcanzar mayores niveles de autonomía frente a los Estados Unidos. Ese resurgimiento del latinoamericanismo explica, en gran parte, el respaldo a la demanda cubana de condenar el bloqueo imperial y exigir su inmediata suspensión. De ahí que no sea una casualidad que Cuba haya recibido un total respaldo en la triple cumbre en Brasil —Unasur, Mercosur y CALC— a fines de 2008, en la V Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago en abril de 2009 y en la cumbre preparatoria de la comunidad de estados latinoamericanos y caribeños sin la presencia de Estados Unidos y Canadá, en febrero de 2010 en Rivera Maya, México.
Pero tampoco pasa por alto la molestia estadounidense ante esos procesos de integración en la región, ya que es un dato inobjetable encontrar sus orígenes en la constitución del ALBA, en diciembre de 2004, cuando de la voz y la pluma de los presidentes Fidel Castro y Hugo Chávez empezó a escribirse otro capítulo de este tercer momento
emancipatorio en América Latina y el Caribe.
Solidaria como nadie
Pero el bloqueo genocida no ha sido capaz de doblegar la resistencia cubana. Todo lo contrario, si bien hay que estar en ese país para darse cuenta de la criminalidad del bloqueo, el espíritu internacionalista y la fortaleza política y moral, así como las incontables muestras de solidaridad con el mundo, han convertido a Cuba en ese “yo colectivo” sin cuya práctica de solidaridad millones de personas no hubiesen dejado de ser analfabetas o no habrían salvado la vida o recuperado la vista, así como el apartheid hubiese continuado oprimiendo a millones de personas en Sudáfrica.
En Bolivia, por ejemplo, hasta el 20 de octubre pasado, la misión médica ha realizado más de 42 millones de atenciones desde que llegó en febrero de 2006 para asistir a los afectados por las inundaciones y ha salvado la vida de cerca de 40 mil hombres y mujeres de todas las edades, así como ha llegado con la “Operación Milagro” a 600 mil
operaciones de la vista.
Pero la solidaridad cubana no tiene ni color ni olor preferidos. Estados Unidos ha recibido el ofrecimiento de ayuda cubana cuando los atentados terroristas en septiembre de 2001 o cuando Fidel Castro dijo estar dispuesto a enviar en 2005 a 1.600 médicos y toneladas de medicina al sur de los Estados Unidos, donde miles de personas fueron
afectadas por el huracán Katrina. De hecho, cientos de estadounidenses han roto el bloqueo al viajar a Cuba en busca de atención médica y para participar de encuentros internacionales en las que el ser humano, y no el capital, ocupa el centro de atención.
Por eso, la Asamblea General de las Naciones Unidas es más una prueba para Estados Unidos que para Cuba. De continuar el imperio en la posición de mantener una política fracasada —como fracasada ha sido su invasión a Afganistán e Irak, así como fracasada será su intervención militar a Irán si decide hacerlo—, solo contribuirá a su mayor soledad en su laberinto de acciones condenadas por la inmensa mayoría del planeta. Pero, sobre todo, es un nuevo desafío para Obama, quién está a tiempo de dejar de ser el testimonio viviente de la inmoralidad con la cual fue designado Premio Nobel de la Paz.
A menos de 100 millas del imperio, Cuba no se moverá ni un milímetro y seguirá siendo ejemplo de soberanía, independencia y dignidad.
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