Por Ricardo Rocha
26 octubre 2010
Así lo consignó EL UNIVERSAL apenas este sábado 23. Luego, como si la premonición fuera también un acierto, al día siguiente otra cabeza estremecedora: Nueva masacre de jóvenes en Juárez; por si fuera poco, la de ayer lunes fue que 21 universidades están en bancarrota.
Es obvio que la secuencia de las tres “notas de ocho” no fue premeditada. Pero la suma es escalofriante. Y sintetiza la terrible realidad que viven siete millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan. A los que este país ha ignorado y minusvaluado. A quienes ha violentado el presente y cancelado el futuro.
Todavía no se acallan los ecos de la masacre de Salvárcar hace ocho meses —16 jóvenes asesinados y falsamente acusados— cuando otra vez los disparos destrozan la vida de 14 muchachos más, también en Ciudad Juárez. Ahora con el agravante de que los asesinos, según testigos, “eran unos mocosos de entre 16 y 21 años”.
Es brutal: ¿en qué hemos convertido este México nuestro de todos los días? ¿Qué clase de país hemos hecho que los jóvenes se matan unos a otros? ¿Cómo es que han llegado a esta violencia despiadada? ¿Qué les hemos quitado? ¿Por qué los hemos empujado a este extremo? ¿A quién le importa realmente la sangre derramada entre quienes empiezan a vivir apenas? ¿De veras creen que son suficientes las condenas… que ayuda en algo la tristeza… que consuela la indignación… que reconfortan las condolencias? ¿De verdad no vamos a hacer nada aparte de condolernos, de entristecernos y de indignarnos?
¿Qué hemos hecho como sociedad? ¿Qué como gobierno? ¿Dónde fue que perdimos nuestra capacidad de asombro? ¿Cuándo diremos ya basta? ¿O vamos de plano a matar desde ahora a los años que vendrán? ¿Cuántos miles de muchachos necesitan morir para que hagamos algo?
Porque eso es lo que significa el descuido criminal de una generación no sólo perdida sino también explosiva. A la que la falta de cupo en las escuelas, las puertas en las narices cuando busca empleo y la exclusión están aventando a la migración, la prostitución o la delincuencia.
Lo peor del caso es que el mismo estudio de la UNAM citado por EL UNIVERSAL establece contundentemente que “no se advierten signos de que el Estado mexicano haya comprendido y asumido las dimensiones y costos, en toda su magnitud, de que esta situación se mantenga en el futuro”. Los precios serán impagables en desigualdad, enfermedades y violencia.
Así que urge que, desde el Congreso, desde el gobierno, desde la sociedad, hagamos algo ya por darle sentido y rumbo a esta nación. Porque mientras tanto, qué vergüenza.
Es obvio que la secuencia de las tres “notas de ocho” no fue premeditada. Pero la suma es escalofriante. Y sintetiza la terrible realidad que viven siete millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan. A los que este país ha ignorado y minusvaluado. A quienes ha violentado el presente y cancelado el futuro.
Todavía no se acallan los ecos de la masacre de Salvárcar hace ocho meses —16 jóvenes asesinados y falsamente acusados— cuando otra vez los disparos destrozan la vida de 14 muchachos más, también en Ciudad Juárez. Ahora con el agravante de que los asesinos, según testigos, “eran unos mocosos de entre 16 y 21 años”.
Es brutal: ¿en qué hemos convertido este México nuestro de todos los días? ¿Qué clase de país hemos hecho que los jóvenes se matan unos a otros? ¿Cómo es que han llegado a esta violencia despiadada? ¿Qué les hemos quitado? ¿Por qué los hemos empujado a este extremo? ¿A quién le importa realmente la sangre derramada entre quienes empiezan a vivir apenas? ¿De veras creen que son suficientes las condenas… que ayuda en algo la tristeza… que consuela la indignación… que reconfortan las condolencias? ¿De verdad no vamos a hacer nada aparte de condolernos, de entristecernos y de indignarnos?
¿Qué hemos hecho como sociedad? ¿Qué como gobierno? ¿Dónde fue que perdimos nuestra capacidad de asombro? ¿Cuándo diremos ya basta? ¿O vamos de plano a matar desde ahora a los años que vendrán? ¿Cuántos miles de muchachos necesitan morir para que hagamos algo?
Porque eso es lo que significa el descuido criminal de una generación no sólo perdida sino también explosiva. A la que la falta de cupo en las escuelas, las puertas en las narices cuando busca empleo y la exclusión están aventando a la migración, la prostitución o la delincuencia.
Lo peor del caso es que el mismo estudio de la UNAM citado por EL UNIVERSAL establece contundentemente que “no se advierten signos de que el Estado mexicano haya comprendido y asumido las dimensiones y costos, en toda su magnitud, de que esta situación se mantenga en el futuro”. Los precios serán impagables en desigualdad, enfermedades y violencia.
Así que urge que, desde el Congreso, desde el gobierno, desde la sociedad, hagamos algo ya por darle sentido y rumbo a esta nación. Porque mientras tanto, qué vergüenza.
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