28 octubre 2010
El español de 31 años sube al metro en Tokio y se encuentra “con unas lolitas, pero no eran unas lolitas cualesquiera, sino de esas que se visten como zorritas, con los labios pintados, carmín, rímel, tacones, minifalda… Tendrían unos trece años”. “Subí con ellas y las muy putas se pusieron a turnarse. Mientras una se iba al váter, la otra se me trajinaba”. “No hay nada como la piel tersa, los pechitos como capullos…”. El autor de estas declaraciones publicadas en el libro Dios los cría y ellos hablan de sexo, drogas, España, corrupción (Ed. Planeta) es nada menos que el famoso Fernando Sánchez Dragó, multipremiado escritor español y conductor del programa literario Las noches blancas, de la televisión pública Telemadrid. En la página 159, antes de narrar lo de las lolitas, el dramaturgo y coautor Albert Boadella le dice que a él le gustan las mujeres cincuentonas. Dragó le contesta: “A mí me gustan las de 15”. Y sigue: “Llámame viejo, llámame como quieras, pero es así”. Como sus palabras quedaron publicadas, argumentó que si fue delito ya prescribió porque eso sucedió en 1967.
Otro europeo famoso, Frédéric Mitterrand, titular francés de Cultura, sobrino del ex presidente francés y emblema de la apertura de Sarkozy con la izquierda, escribió en su autobiografía La mala vida (2005) sus visitas a prostíbulos de Bangkok en busca de niños. Escribe: “He cogido la costumbre de pagar chicos [...] Evidentemente, he leído lo que se ha escrito a propósito de esos chicos de Tailandia, he visto muchos reportajes [...] sé lo que hay de inconsciencia cuando no de avaricia en la mayor parte de las familias, las montañas de dinero que esto genera cuando los muchachos no se quedan más que las migajas, los detalles sórdidos de todo este tráfico [...] no dejo de pensar en eso, lo que no me impide volver. Todo ese ritual de feria de efebos, de mercado de esclavos, me excita enormemente".
Entre muchos otros famosos usuarios y promotores de la trata sexual de menores, estos dos reconocidos personajes representan la idealización del abuso sexual de infantes, la normalización de la pedofilia desde el poder mediático, político y cultural. Aparentemente, cuando estas confesiones se dan en un contexto intelectual y literario tiene perfecta cabida, sin ambages; eso es lo que permite a estos sujetos ufanarse y escribir a detalle lo que consideran arranques de exotismo erótico (aunque en el fondo saben que cometieron delitos y que saldrán librados). Sánchez Dragó, ante las críticas en España, ha dicho que exageró en sus explicaciones. Mitterand, por su parte, aseguró que como era la ultraderecha quien lo criticaba se sentía honrado. Durante siglos el abuso sexual infantil ha sido exaltado en el mundo literario; las cosas comienzan a cambiar lentamente, pero mientras no encontremos a más líderes culturales y escritores tomando posturas éticas al respecto la tragedia que viven a diario millones de criaturas esclavizadas será la anécdota literaria de una generación de famosos indispuestos a asumir la responsabilidad de sus palabras y sus hechos.
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