MÉXICO, D.F., 4 de diciembre (Proceso).- En estos días, como desde hace 34 años, Proceso ejerce su vocación y compromiso: el periodismo político. No es lo nuestro ni la criminología ni la criminalística. Menos aún, la aplicación de la justicia.
Por convicción, por desmesura o por desatino, desde el primer día de su gobierno Felipe Calderón hizo pasar al narcotráfico del terreno penal al político. En pos de legitimación, le declaró la guerra a los cárteles y, sin consenso, la convirtió en política de Estado. En automático, el narcotráfico y la guerra de Calderón se volvieron tema natural y recurrente de Proceso.
Este semanario ha cubierto la guerra de Calderón sin reticencias –guerra en la que se ha vertido más sangre que tinta en reseñarla, podría decirse, evocando a Joseph Roth–, incluso con riesgo de la integridad física de sus reporteros, enviados, corresponsales y fotógrafos. Y lo ha hecho utilizando las herramientas propias del periodismo de investigación del mundo de hoy. En ese seguimiento, las investigaciones de Proceso han dado cuenta de las fallas, errores, abusos y fracasos de la estrategia contra el narcotráfico, contrariando el discurso presidencial. Aún más: los reportajes de la revista han tocado el presunto tabú de la relación entre los capos del narcotráfico y la política y han llegado hasta el máximo nivel, la casa presidencial. Calderón lo ha intentado, pero no ha podido hacer prevalecer la mentira sobre la verdad.
El poder público requiere consustancialmente de lo que los politólogos llaman medios disponibles. Ambos, poder y medios adláteres, tienen sus propios intereses pero comparten por lo menos uno: la conservación de sus privilegios. Televisa es un medio disponible para el actual gobierno. No es el único; sí es el más poderoso y servicial.
En cambio, un medio de comunicación independiente acaba convirtiéndose, para un gobierno autoritario, en un enemigo real o imaginado. Así lo es Proceso para el gobierno que encabeza Calderón. Por ello emprendió un embate desproporcionado contra nuestro semanario –el día mismo de su cuarto cumpleaños como presidente– a través de su medio disponible preferido y de su conductor estrella, Joaquín López Dóriga. Aún ignoramos si es venganza, revancha o amenazadora advertencia. Olvidan quienes participan en la agresión, gratuitamente o no, que los lectores de los medios impresos independientes no son factores pasivos, sino activos, que con su juicio ponen en evidencia la calidad o la falta de calidad de sus contenidos. Este es uno de los principios que rigen la comunicación en las sociedades modernas. La fuerza imbatible de Proceso está precisamente en ellos, los lectores.
Hoy es Calderón. Mañana, quizás, Enrique Peña Nieto. Los medios disponibles al poder público, Televisa por delante, siempre estarán puestos para decir: a sus órdenes, señor.
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