MÉXICO, D.F., 4 de marzo.- Sé que hace poco has perdido a tu padre, a tu madre o a tus hermanos, o que quizás son tus amigos o tus compañeros de clase a quienes les ha tocado perder a alguno de sus familiares. También sé que nada de lo que pueda decirte a ti o a tus amigos compensará esa pérdida o disminuirá su dolor. Tampoco, quizás, hará que tú o tus amigos dejen de soñar con ellos, de que se despierten llorando, de preguntarse dónde están o por qué se fueron, por qué los dejaron si todavía tenían tantas cosas que les habría gustado disfrutar con ellos: leer un cuento, jugar en el parque, celebrar los cumpleaños, las fiestas de 15 años o las de graduación, la primera salida con el novio o la novia; en fin, tantas cosas que jamás serán posibles…
A ustedes, los niños, les ha tocado pagar la peor parte de esta guerra sin que nadie se preocupara siquiera por imaginar los costos que tendría para sus vidas, por reparar los daños que les ha dejado, por expresarles simpatía o comprensión; sin que nadie los hubiera acurrucado y dicho que entiende su sufrimiento y que se compromete a compensarlos. No es este el país que muchos mexicanos queremos ni el que ustedes se merecen.
A todos nos corresponde pedirles perdón por nuestra indiferencia, por nuestra incapacidad para escucharlos. Una vez que lo hayamos hecho, pero sólo entonces, tendríamos que sumarnos todos e invitar a los niños a sumarse y a dedicar todas nuestras energías a no alimentar el rencor o buscar la venganza. Necesitamos de la energía de todos para construir un país en el que nunca más otros niños tengan que sufrir lo que a ustedes les ha tocado sufrir. Sólo podremos construir el país que queremos si somos capaces de reconciliar, de reivindicar para todos, como derecho fundamental, el derecho a la vida. Que nadie les diga que su dolor y sus muertes son daños colaterales que había que permitir en aras de otros objetivos que nunca debieron haber sido colocados por encima del derecho a la vida de todos.
La reconciliación que el país requiere comienza por que los adultos podamos hacernos cargo de la pérdida que los niños han sufrido, ya sea que sus padres hayan muerto por error, porque formaban parte de un grupo delictivo o porque eran soldados o policías. Los niños no tienen la culpa y la pérdida de sus padres les pesa y duele de la misma manera a todos. La reconciliación no podrá darse mientras los adultos no nos hagamos cargo del dolor de cada uno de los niños, hijos del policía o del delincuente: los niños no tienen la culpa.
Nada de esto será posible mientras no sanemos las heridas, mientras no abracemos a nuestros niños y les digamos que ellos no son culpables, y mientras nosotros, los adultos, no seamos capaces de ofrecer un lugar para que todos los niños puedan tener una vida digna en nuestro país.
*Doctora en antropología social y psicoanalista, Elena Azaola Garrido es autora de varios libros sobre derechos humanos, de las mujeres y de la infancia; ha recibido numerosos reconocimientos nacionales e internacionales y ha representado a México ante organismos como la UNICEF con el tema de los derechos de los niños.
eazaola@ciesas.edu.mx
No hay comentarios.:
Publicar un comentario