El general Obregón decía –como recuerda Agustín Basave–
los políticos cometen un solo error, todos sus demás errores derivan de ese. Pongamos a prueba esa tesis en el caso de Felipe Calderón: podría pensarse que su macroerror ha sido la macroguerra. 40 mil muertos. El trafico y las redes criminales se han duplicado, la escalada sigue y seguirá hasta el fin del sexenio. Si uno no sabe a dónde va puede terminar en el peor lugar posible.
Si vemos un poco más a fondo, ese macroerror se derivó de otro. Calderón se lanzó a la aventura militar para compensar su ilegitimidad de origen. Quiso justificarse demostrando que tenía agallas
imitando a Salinas, un usurpador anterior. Pero él no podía detener a ninguno de los innumerables políticos –delincuentes– porque dependía de ellos.
Atrás de la ilegitimidad de origen hubo otra pifia: perdió su oportunidad de limpiar su elección y demostrar que tenía verdadera valentía aceptando la propuesta de la oposición del recuento (voto por voto, casilla por casilla). Prefirió llegar al poder manchado.
Atrás de ese error hay otro: haber autorizado la campaña del miedo, el terrorismo mediático contra Andrés Manuel López Obrador impulsado desde la Presidencia y la cúpula empresarial, en violación al espíritu y la letra de la ley. La campaña dividió a la sociedad, la puso al borde de la violencia, que se hubiera producido si AMLO no hubiera disciplinado a su gente. La poralización puede revivirse potenciada a la décima en 2012.
Y más profundo encontramos otro error de los que se derivan todos: violentar los principios democráticos al intentar ganar a como diera lugar
como hacían los priístas, según denunció en 1988 Manuel Clouthier. Sabemos o deberíamos saber que el que rompe con sus principios en aras de sus intereses, tarde o temprano también destruye sus intereses. A esto se debe la múltiple ruina del régimen de Calderón, del PAN y del país.
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