San Juan Teacalco, Temascalapa, Estado de México. Lo primero que Petra recuerda de cuando se enteró que en su comunidad se depositaban desechos radiactivos es que ese día regresaba del molino con una cubeta repleta de masa. Su tránsito por el viejo camino de tierra –hoy convertido en la carretera federal Otumba-Tizayuca– fue interrumpido por un convoy de camiones que, escoltados por patrullas, transportaban “como máquinas viejas, como fierro viejo todo revolcado”, recuerda la anciana de 77 años.
Sería gracias a la encargada de la tortillería que ella y otros vecinos sabrían que ese cargamento era de varilla contaminada con Cobalto 60 (un elemento radiactivo utilizado en las radioterapias para enfermos de cáncer).
Pero no sólo eso: se enterarían que en San Juan Teacalco existía un cementerio nuclear y que ese material se depositaría allí. Era 1985 y para entonces el confinamiento llevaba ya 15 años operando.
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