A 10 años de la apertura de la criticada prisión estadounidense en la Bahía de Guantánamo, vale la pena hacer un ejercicio de reflexión sobre lo que implica mantener abierto este recordatorio de que la brújula moral de Washington fue secuestrada.
Diez años después de su apertura, miles de imágenes emergen al mencionar Guantánamo: hombres con lentes vestidos de overol anaranjado, encapuchados y esposados, alineados bajo el implacable sol del Caribe; jaulas como de zoológico, a la intemperie, sin nada más que cubos que funcionan como baños; áreas secretas del recinto penitenciario donde se pusieron a prueba "técnicas mejoradas de interrogatorio"; algún prisionero que es privado del sueño e inyectado a la fuerza con líquidos que provocan hinchazón; hombres que son encontrados colgados en sus celdas.
¿Cómo sería el mundo sin Guantánamo? Aunque no lo parezca, es una pregunta doble. Primero, uno debe imaginar un mundo donde el complejo penitenciario nunca abrió sus puertas. Y, con menos fantasía, un mundo en el que el complejo ya dejó de operar.
Para empezar, es bueno recordar lo que ha sido Guantánamo y lo que significa hoy en día.
Desde un inicio, la prisión militar estadounidense establecida en la Bahía de Guantánamo, en Cuba, fue presentada públicamente como un lugar de contención para reclusos de inimaginable maldad. La Casa Blanca y funcionarios militares insistieron en que los prisioneros que estaban ahí eran "lo peor de lo peor".
En alguna ocasión, Richard Myers, el ex jefe del Estado Mayor, describió a los reclusos casi como superhombres capaces de "roer las tuberías hidráulicas" del avión que los condujo a esas instalaciones.
El ex presidente George W. Bush dijo más de una vez que no se utilizaba la tortura como método de interrogación, hasta el día en que transportó a 14 prisioneros al campamento y emitió un anuncio en el que explicaba el valor que tenía para la seguridad nacional interrogar a los detenidos con técnicas radicales. Jueces, funcionarios de seguridad nacional, fiscales y funcionarios del poder legislativo argumentaron que el sistema de Estados Unidos (EU) era demasiado débil para manejar a ese tipo de hombres terribles.
El gobierno del presidente Barack Obama ha estado de acuerdo. Esto se reflejó cuando pospuso la fecha del cierre de Guantánamo, y vaticinó que todavía le queda larga vida al afirmar que unos 48 detenidos serían trasladados a esa prisión en "detención indefinida".
Simbólicamente, Guantánamo siempre ha tenido un poder que va más allá de su misión de acoger a los prisioneros de la guerra contra el terrorismo. Para sus detractores y defensores de las libertades civiles, el complejo representa la violación de derechos en que incurrió Estados Unidos en nombre de esa guerra, sobre todo en lo que respecta a su tolerancia de las "detenciones abiertas".
Para quienes lo defienden, Guantánamo marca la voluntad de Washington de quitarse los guantes. A nivel internacional, es un símbolo de la humillación estadounidense.
Guantánamo es una invitación para que otros puedan decir: "¿Ven? EU es igual que el resto de nosotros, incapaz de resistirse a ir al lado oscuro cuando es atacado".
Guantánamo representa lo que está por debajo de la superficie del EU civilizado, es una ventana de atracción a lo brutal en tiempos de confusión y un recordatorio de la olvidada disciplina que requiere la democracia constitucional.
Pero, sobre todo, Guantánamo es el lugar donde EU ha decidido concentrar el universo de asuntos morales post-9/11 que confunden a los políticos, las leyes y las personas. En caso de duda o ignorancia, o cuando simplemente sea cuestionado por la complejidad de los dilemas de seguridad nacional, envíe los problemas a Guantánamo.
¿No sabe qué hacer con los prisioneros capturados en el campo de batalla de la guerra contra el terrorismo? Envíelos a Guantánamo. ¿Tiene dudas sobre la capacidad de los tribunales de EU para juzgar a los terroristas? Mándelos en Guantánamo. ¿Preocupado por la inquietante realidad de que la tortura salga a la luz pública? Mantenga a quienes fueron torturados en Guantánamo.
¿Qué pasa si borramos todo eso?
Sin Guantánamo, no habría ningún punto focal que trajera a la memoria el papel de EU en la guerra contra el terrorismo. No habría un lugar que encapsulara el viaje errante que inició la nación a raíz del 9/11, la sorprendente desviación de la ley y los procesos de lo que antes se identificaba como una nación segura, justa y respetuosa de la ley.
La ausencia de Guantánamo, ese término que evoca tantas cosas, habría significado que EU no escogió la salida fácil. Si no hubiera existido Guantánamo, EU habría tenido que enfrentar problemas que todavía lo acechan: la capacidad de la Constitución para hacer frente a los enemigos del siglo 21, las fortalezas y debilidades de sus servicios de inteligencia, la incertidumbre de saber quién es un enemigo y quién no.
Los líderes de EU tendrían que haber creado políticas de dudosa legalidad que no nos habrían llevado a un estado de limbo perpetuo codificado hoy por el Congreso y apoyado por el presidente en la forma de detenciones por tiempo indefinido y arrestos militares para sospechosos de terrorismo extranjero.
Sin Guantánamo, todavía habría muchas cosas que le causarían problemas a EU: la guerra en Iraq y las mentiras que lo llevaron ahí, las pérdidas en Afganistán, la extralimitación de la seguridad del Estado al monitorear las conversaciones, tanto virtuales como de otro tipo. Pero no habría una insignia evidente de la vergüenza, ni tampoco un símbolo de la disposición del país a permitir que la seguridad nacional pasara por encima del Estado de derecho. Sin Guantánamo, nuestra brújula moral no habría sido secuestrada de manera tan visible.
Obama ha seguido utilizando Guantánamo como una caja para coleccionar los dilemas de seguridad nacional prioritarios. Ha intensificado el papel de la prisión como un cajón de sastre para meter ahí toda la confusión de seguridad post-9/11, como si por cada celda vacía de un ser humano, se llenara otra con un problema: el uso del método de tortura "waterboarding", el deseo de detener a personas por asociarse con un grupo terrorista, la necesidad de contar con un sistema secundario de justicia, el atractivo político de prometer al Congreso que los enemigos de EU no podrán ingresar a su territorio.
Pero si se cierra Guantánamo –la caja de Pandora de lo que se hizo mal después del 9/11–, se pondría fin a toda una era, y con ello a la furia, la frustración y la pérdida de fe en el gobierno y los tribunales, que ha perdurado una década. Desaparecería la ignorancia que persiste acerca de quiénes están recluidos ahí y el peligro real que representan. Quedaría atrás la decepción de los legisladores que usaron Guantánamo como un recordatorio de que EU se ve acosado por las amenazas y así mantiene vivo el miedo. También quedaría atrás la castración de los tribunales de EU como un lugar viable para tratar los casos de terrorismo.
¿Podría el cierre de Guantánamo resolver la confusión moral y legal que desató la guerra contra el terror, o será simplemente en un remedio fallido? La respuesta está en cómo se haga. No se puede clausurar Guantánamo de manera silenciosa. Más que dejar que se marchite sola, cubierta de excusas de restricciones políticas y complejidades jurídicas, la prisión debe ser cerrada con una clara declaración de los aciertos y errores.
Las detenciones indefinidas están mal. No pasar por los tribunales está mal. Sucumbir al miedo hasta que domine a la ley, está mal.
En última instancia, ya que Guantánamo es un depósito no sólo de presos sino también de la confusión de EU, su clausura debe marcar un momento de claridad y una renovada confianza en el Estado de derecho. Al cerrar Guantánamo, se cierra también la caja de los pecados que desató la guerra contra el terror, la que nos convirtió en una nación como todas los demás, en lugar de ser una nación excepcional.
Al cerrar Guantánamo, se enterrarían los males de la última década, se cerrarían las puertas de un estado de incertidumbre y confusión, y la verdadera excepcionalidad de Estados Unidos podría prosperar una vez más.
(C) The Washington Post Service
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