Con
la seguridad que da la complicidad, los priístas se aprestan a
consumar un proyecto antidemocrático con el que México engrosaría las
filas de los países más subordinados a los grandes poderes
trasnacionales. Por su actuación, quedó claro que el Instituto Federal
Electoral (IFE) es un apéndice de la oligarquía imposibilitado para
cumplir sus funciones de acuerdo con el mandato constitucional. Y una
vez que el Tribunal Electoral dé su fallo definitivo se habrá consumado
un nuevo golpe de Estado técnico, con el fin primordial de inmovilizar
a la sociedad y desdibujar sus organizaciones políticas.
Ayer lunes dio comienzo la primera reunión plenaria de los
senadores del tricolor, para aprobar nada menos que la agenda centrada
en las iniciativas de Enrique Peña Nieto. En realidad, son las
propuestas que interesan a los grandes centros de poder trasnacional, a
saber, las reformas laboral, energética y hacendaria, según Emilio
Gamboa Patrón, “con la finalidad de que los mexicanos tengan beneficios
en su nivel y calidad de vida”. O sea que ya ni la burla perdonan los
dirigentes del “nuevo” PRI.
Lo más
preocupante es que no encuentren, los priístas y sus aliados naturales,
contrapesos efectivos que pudieran frenar la canallada que se pretende
consumar en contra de las clases mayoritarias. Ya dijo Gamboa que
“percibe buena intención” de los coordinadores del PAN y del PRD “para
sumar voluntades y alcanzar las mayorías que lleven a aprobar las
leyes, que se habrán de traducir en gran beneficio para los mexicanos”.
De los panistas es lo esperado, lo extraño sería lo contrario. Pero
del PRD sería la confirmación de que la izquierda mexicana, una parte
importante de ella, no existe como tal, sino como una fracción de
oportunistas desclasados carentes de ideología.
Es muy obvio que las baterías del poder se orientarían a la
seducción de esa fracción, mejor conocida como la de Los Chuchos, a fin
de ampliarla y asegurar su colaboración. Si eso llegara a ocurrir, el
país entraría en una nueva fase de lucha política caracterizada por más
firmes embestidas del grupo en el poder en contra de las clases
mayoritarias, a fin de doblegarlas y minimizar su capacidad de respuesta
ante las medidas antidemocráticas que se pondrían en marcha en cuanto
Peña Nieto llegara a Los Pinos.
Por
eso es vital que las corrientes progresistas del país entiendan el
papel que les toca desempeñar en los próximos meses, nada menos que de
valladar de la fuerza avasallante de la oligarquía y de los poderes
imperiales, los cuales quieren imponer de una vez sus objetivos de
dominación política y social, para tener el control pleno de las
riquezas del país y asegurar una mano de obra domesticada, indefensa,
que no dé ningún tipo de problemas.
Si esto se pudiera concretar, las nuevas generaciones de mexicanos
estarían condenadas a sobrevivir en un ambiente apocalíptico, bajo un
Estado canalla que sería su enemigo natural. Esto se podría evitar en
la medida que las corrientes de izquierda entiendan que no tendrán otra
oportunidad de ofrecer una lucha en condiciones no tan desfavorables,
como sería el caso si se dividieran y empezaran a proceder con miras de
corto plazo, y un sentido vil y sin ética de la negociación política.
Tres décadas de neoliberalismo y de entrega de los bienes
nacionales a intereses trasnacionales y oligárquicos, nos tienen al
borde del abismo. No entenderlo es hacerle el juego a esos grupos, cuyo
único propósito en la vida es sumar riquezas y poder, a costa de lo que
sea. En nuestro caso, nada menos que del futuro de los mexicanos. El
“nuevo” PRI llegaría a Los Pinos con la firme convicción de continuar el
proyecto depredador de las camarillas surgidas hace treinta años con
la puesta en marcha del llamado Consenso de Washington, aún vigente
gracias a la alianza de los grandes centros de poder asentados en las
principales súper potencias occidentales.
No hay que olvidar que el entonces presidente Lázaro Cárdenas pudo
encabezar una ingente lucha en defensa del país, gracias a su
liderazgo, pero sobre todo a que las clases mayoritarias y sus
dirigentes comprendieron que no habría otra oportunidad para dar esa
gran batalla. Es la misma coyuntura en que hoy nos encontramos, aunque
las circunstancias sean muy distintas: la hay en estos momentos, gracias
a la grandiosa movilización que logró el Movimiento Progresista
durante el proceso electoral.
Está vigente, sin
duda alguna, y sus participantes listos a actuar en defensa del país,
sólo se necesita que la izquierda demuestre tener convicciones
patrióticas y, sobre todo, miras de largo plazo para no ceder a las
primeras presiones de la oligarquía. Pronto se verían recompensados sus
esfuerzos con la suma de las masas despolitizadas que aún aprovecha el
PRI con suma habilidad.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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