Carola Chávez
El cuarto jueves de cada noviembre se celebra en los Estados Unidos el día de acción de gracias. Resulta que hace siglos, unos colonos ingleses se estaban muriendo de hambre cuando unos nativos, conmovidos con su situación, decidieron regalarles un pavo y otros alimentos autóctonos, de esos que el que no sabe no se atreve a probar por temor a morir envenenado. Barriga llena corazón contento, comenzó la matazón.
Los indígenas fueron arrasados casi al punto de la extinción. Los que quedaron fueron condenados, para siempre, a vivir en reservas, como los elefantes africanos en el parque Kruger, pero sin las consideraciones y cuidados que reciben los memoriosos paquidermos. Allí viven tan olvidados que muchos ellos ni se acuerdan y también comen pavo festejando el día de su desgracia.
El agradecimiento empieza con un titulado y celebrado indulto presidencial. Cada año, el presidente de turno del único país del continente americano que aplica de la pena de muerte, perdonará la vida a un pavo. Cobbler se llamaba el pavo indultado este año, porque le ponen nombre, lo fotografían, lo perdonan y luego nadie sabe a ciencia cierta a dónde van los pavos indultados, y nadie pregunta, porque a nadie importa una noticia tan difundida, tan sin consecuencias, tan sin importancia. Salvado Cobbler, corre el generoso primer mandatario a la Oficina Oval a ordenar el asesinato con daños colaterales de algún sospechoso de cualquier cosa allá, bien lejos, en Paquistán.
Con la mente puesta en los ofertones del Black Friday del día siguiente, se sienta la familia a dar gracias sin saber a quién, entonces terminan agradeciéndose a sí mismos por todo lo que tienen sin pensar que todo lo que tienen es el resultado del despojo de otras gentes, en otros lugares, que ya no tiene mucho que agradecer.
Celebran los gringos su agradecimiento por un modo de vida que florece macabro sobre el dolor de familias descuartizadas por bombas democratizantes; sobre informes falsos que justifican invasiones verdaderas; sobre dictaduras cipayas y asesinas, impuestas desde su Casa Blanca, que regalan a sus amos lo que le quitan a sus pueblos. Celebran sobre los presos de Guantánamo, borrados de la vida en vida, para que ellos, familia inconsciente, puedan comer su pavo agradecidos.
Agradecen vivir en el país de la libertad sin saber que viven en el país con más presos del mundo. Agradecen que, cada año, cada gringo bota a la basura suficiente comida para alimentar, durante el mismo período, a todita la hambrienta región subsahariana. Y en plena celebración botarán un montón de kilos más para seguir celebrando porque les sobran razones para agradecer mientras nos sobra, al resto del mundo, el dolor y la injusticia que sus razones provocan.
Día de acción de gracias, para desgracia de todos.
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