Por Pedro Otoni*
La política exterior norteamericana presenta signos de agotamiento. Ya no es posible que Estados Unidos siga operando bajo el mismo registro de la última década. El mundo ya no es tan dulce a sus mandos, ni su situación económica es lo suficientemente dulce para proyectarse como modelo a ser seguido por la humanidad.
Ante esa cruzada, el gobierno demócrata actualizó su estrategia militar para el mundo, disminuyó las iniciativas de invasión norteamericana directa, que tiene un costo político y económico elevado e impulsa una manera más insidiosa de control geopolítico. En una táctica similar a las asumidas por la administración Reagan (1981-89), que financió oposiciones armadas en contra el gobierno sandinista en Nicaragua, grupos conocidos como Contras, el gobierno de Obama apuesta en la producción y fortalecimiento de disidencias en países que rechazan el mando de Washington. La ola de protestas en diversos países de mayoría musulmana, conocida como "Primavera Árabe", fue percibida y aprovechada como una ventana de oportunidades para que la política exterior norteamericana pudiera desestabilizar regímenes no compatibles con su sistema de dominación . Así lo fue en Libia, y así lo es en Siria.
La lógica de operación estadounidense en la nueva doctrina imperialista de Washington articula los siguientes lineamientos:
1 - Creación de una opinión pública internacional y regional anti-régimen, utilizando como eje "la lucha por democracia",
2 - Resurrección de diferencias étnicas y religiosas en el interior de los países, explotando en especial minorías al margen del poder de Estado,
3 - Envolvimiento y movilización de los aliados regionales.
La CIA (Central Inteligence Agency) no sólo ayuda a las disidencias armadas, además fomenta, entrena, arma y abastece sus suplementos. Sin embrago, formalmente, así como los EEUU, sus aliados europeos también niegan la participación directa en los conflictos, pero declaran apoyo a los rebeldes en sus objetivos anti-régimen. Luego del desmantelamiento de Libia, la Casa Blanca tiene a Siria y a Irán como blancos inmediatos.
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