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jueves, abril 21, 2011

Chomsky: Who Owns The World?

Chomsky: Is the World Too Big to Fail? The Contours of Global Order

There are sure to be far-reaching consequences of what is taking place both in the decaying industrial heartland of the U.S. and in the Arab world.

The democracy uprising in the Arab world has been a spectacular display of courage, dedication, and commitment by popular forces -- coinciding, fortuitously, with a remarkable uprising of tens of thousands in support of working people and democracy in Madison, Wisconsin, and other U.S. cities. If the trajectories of revolt in Cairo and Madison intersected, however, they were headed in opposite directions: in Cairo toward gaining elementary rights denied by the dictatorship, in Madison towards defending rights that had been won in long and hard struggles and are now under severe attack.

Each is a microcosm of tendencies in global society, following varied courses. There are sure to be far-reaching consequences of what is taking place both in the decaying industrial heartland of the richest and most powerful country in human history, and in what President Dwight Eisenhower called "the most strategically important area in the world" -- "a stupendous source of strategic power" and "probably the richest economic prize in the world in the field of foreign investment," in the words of the State Department in the 1940s, a prize that the U.S. intended to keep for itself and its allies in the unfolding New World Order of that day.

Despite all the changes since, there is every reason to suppose that today's policy-makers basically adhere to the judgment of President Franklin Delano Roosevelt’s influential advisor A.A. Berle that control of the incomparable energy reserves of the Middle East would yield "substantial control of the world." And correspondingly, that loss of control would threaten the project of global dominance that was clearly articulated during World War II, and that has been sustained in the face of major changes in world order since that day.

From the outset of the war in 1939, Washington anticipated that it would end with the U.S. in a position of overwhelming power. High-level State Department officials and foreign policy specialists met through the wartime years to lay out plans for the postwar world. They delineated a "Grand Area" that the U.S. was to dominate, including the Western hemisphere, the Far East, and the former British empire, with its Middle East energy resources. As Russia began to grind down Nazi armies after Stalingrad, Grand Area goals extended to as much of Eurasia as possible, at least its economic core in Western Europe. Within the Grand Area, the U.S. would maintain "unquestioned power," with "military and economic supremacy," while ensuring the "limitation of any exercise of sovereignty" by states that might interfere with its global designs. The careful wartime plans were soon implemented.

It was always recognized that Europe might choose to follow an independent course. NATO was partially intended to counter this threat. As soon as the official pretext for NATO dissolved in 1989, NATO was expanded to the East in violation of verbal pledges to Soviet leader Mikhail Gorbachev. It has since become a U.S.-run intervention force, with far-ranging scope, spelled out by NATO Secretary-General Jaap de Hoop Scheffer, who informed a NATO conference that "NATO troops have to guard pipelines that transport oil and gas that is directed for the West," and more generally to protect sea routes used by tankers and other "crucial infrastructure" of the energy system.

Grand Area doctrines clearly license military intervention at will. That conclusion was articulated clearly by the Clinton administration, which declared that the U.S. has the right to use military force to ensure "uninhibited access to key markets, energy supplies, and strategic resources," and must maintain huge military forces "forward deployed" in Europe and Asia "in order to shape people's opinions about us" and "to shape events that will affect our livelihood and our security."

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jueves, febrero 04, 2010

Me caí del mundo

Eduardo Galeano, periodista y escritor Uruguayo

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco..
No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.
Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.
¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.
¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.
¡Guardo los vasos desechables!
¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!
¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!
Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!
¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza. Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.
¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.
¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike? ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa? ¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista? ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros? Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.
El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!! ¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años! Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)
No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan. Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor.. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo nuevo'.Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado . Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!! Pero por Dios.
Mi cabeza no resiste tanto.
Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.
Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.
Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?
¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?
En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!
Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.
Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para pone r en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!
Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.
Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.
Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!
Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.
Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.
Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo,pegatina en el cabello y glamour.
Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.
Eduardo Galeano

martes, julio 01, 2008

El legado de Auschwitz

Eduardo Subirats

Los reiterados tributos oficiales a las víctimas de los campos de concentración europeos, creados durante la Segunda Guerra Mundial, pareciera que iban a poner un fin a su lógica del genocidio. A comienzos del siglo XXI es difícil creer que sea éste el caso. Las guerras de los Balcanes, las atrocidades que se sucedieron en África y en las guerras de Irak y Afganistán señalan más bien una espantosa regresión histórica. Las masacres y genocidios, los desplazamientos de millones de humanos, el confinamiento masivo en campos de concentración o de refugiados y, no en último lugar, los movimientos migratorios provocados por la pobreza y la destrucción ecológica no han cesado de multiplicarse.

Según los datos facilitados por el Committee for Refugees and Immigrants de Estados Unidos, en el año 2006 existían en el mundo 33 millones de personas involuntariamente desplazadas de sus hábitats originales. De ellos, 21 millones los constituyen las llamadas “personas internamente desplazadas,” es decir, relocalizadas dentro de sus propias fronteras nacionales. Los 12 millones restantes son refugiados que han huído a segundos países en busca de seguridad política y económica.

Sudán y Colombia se mencionan como ejemplos de desplazamientos internos promovidos por la violencia militar, con cifras que alcanzan hasta los 5 y 3 millones de refugiados, respectivamente. La crisis humanitaria más reciente la brinda Irak con un millón 700 mil desplazados internos y más 2 millones que han abandonado el país.

Oficialmente estas movilizaciones son temporales. Pero en países como Colombia, el regreso a sus hogares de los desplazados, que son indígenas y mestizos en su mayoría, es imposible, puesto que sus tierras oficialmente “abandonadas” son apropiadas legalmente por corporaciones y organizaciones militares. Existen más de 2 millones de afganos en campos y refugios provisionales desde hace más de 20 años. La cifra récord la configuran los palestinos: 3 millones de desplazados hace medio siglo. El número de estos llamados “refugiados perpetuos” en el mundo asciende a un total de 8 millones. Y estas cifras no hacen sino multiplicarse de año en año al amparo de lucrativas guerras y tráfico de personas.

En las declaraciones oficiales, los campos de concentración del nacionalsocialismo del siglo pasado se condenan y consagran como un evento único en la historia de la humanidad, cuyos motivos, métodos y objetivos escapan a la luz de la razón. Implícita o explícitamente se atribuye su responsabilidad a voluntades perversas y patologías racistas.

Sin embargo, los genocidios industriales del siglo XX no constituyen un hecho aislado. Las minas y las mitas coloniales de la América española constituyen un paradigma histórico de racionalización militar de un sistema etnocida de producción. Las cifras del genocidio colonial americano son imprecisas. Pero los cálculos más conservadores las sitúan en torno a las decenas de millones.

El tráfico internacional de esclavos africanos constituye un prefacio sórdido a los genocidios europeos del siglo XX, con cifras asimismo escalofriantes. El propio nombre de campos de concentración fue acuñado por el colonialismo británico en África del Sur antes de que lo esgrimiera el imperialismo alemán.

Tras estos crímenes contra la humanidad existen, sin lugar a dudas, voluntades enfermas. Pero sus procesos genocidas están atravesados por la limpia racionalidad que define la acumulación de capital, la expansión de mercados y la concentración de poder y riqueza. Aproximadamente la mitad de las víctimas de los campos de concentración nazis eran campesinos eslavos, gitanos y comunistas que la máquina militar devoraba a lo largo de su expansión hacia el este.

Su exterminio estaba ligado a un principio económico: racionalizar la producción agraria, liberándola de sus trabas precapitalistas. Una de las razones que justificaban la elimina- ción de los guetos judíos de Europa central eran sus formas de vida tradicional, resistente a la economía de mercado y a las exigencias de la industrialización agraria. Estos genocidios esgrimieron asimismo un principio de seguridad: sus víctimas eran potenciales insurgentes contra el sistema que las desalojaba de sus ciudades y sus tierras.

Aunque jurídica y mediáticamente se contemple como una realidad aparte, el flujo migratorio masivo de nuestros días obedece a los mismos principios: la expansión territorial de poderes corporativos, crecientes desigualdades económicas y sociales entre las naciones ricas y las regiones neocoloniales, la degradación ambiental y la violencia. Sus cifras son asimismo turbadoras. En Europa existen 83 millones de inmigrantes legales y un número indeterminado, entre 4 y 7 millones, de denominados “sin papeles”. En Estados Unidos la cifra oficial de estos inmigrantes no legalizados asciende a 12 millones.

En lugar de confrontar las causas de este desorden global, los intereses económicos y militares que lo sostienen, los líderes mundiales han optado por la criminalización de sus víctimas y la militarización de sus conflictos. El propio concepto de “inmigrante ilegal” es una construcción tan arbitraria. El término fue acuñado por el colonialismo británico para combatir una indeseada inmigración de judíos a Palestina en los años de su persecución nazista en Alemania. Las frases sobre la amenaza que estos inmigrantes representan para el mercado laboral, su viciosa asociación con el crimen organizado y las retóricas de su no integración nacional encubren el efectivo desmantelamiento de los derechos humanos a escala global.

Los campos de detención y concentración, y la militarización de los movimientos migratorios generados por las guerras, la miseria y el expolio no son precisamente una solución a estos dilemas. Son parte del problema. Sólo la confrontación transparente de la creciente extorsión económica de las regiones más ricas del planeta por poderes corporativos multinacionales, de las causas reales del deterioro ambiental, y de los tráficos de armas y humanos, y sólo la implementación de auténticos programas de desarrollo sustentable podría poner un punto final a esta lógica del genocidio: el legado de Auschwitz. Pero la condición primera para poder encontrar una solución a estos dilemas es su debate público.

(Este artículo ha sido censurado por El País, de Madrid, en el momento en que los líderes europeos administran la expulsión de millones de inmigrantes ilegalizados.)