martes, agosto 08, 2006

Entre la hipocresía y el cinismo

Entre la hipocresía y el cinismo
Álvaro delgado

México, D.F., 7 de agosto (apro).- Parece una paradoja: Desde la noche misma del 2 de julio surgieron, en alto número, asesores oficiosos de Andrés Manuel López Obrador para encomiarle, primero, haber puesto la pobreza en la agenda del país y luego, tras la protesta en el Zócalo y en el Paseo de la Reforma, solicitarle deponer esa conducta que mina su patrimonio político y, ahora, le sugieren mirar como triunfo suyo la revisión del puñado de casillas ordenada por los jueces y conformarse.

Vaya, hasta Felipe Calderón le concedió ayer domingo 6 que el sistema electoral ya tronó --“muestra signos de agotamiento”--, y planteó a los legisladores de su partido, en un alarde de visión de Estado, emprender una nueva “reforma política” y la transformación de todas las instituciones del país “que hacen posible la relación entre poderes y la convivencia entre los mexicanos”.

Los asesores oficiosos imparten, desde sus atalayas en los medios y desde el PAN, lecciones de urbanidad a López Obrador quien, de no acatarlas, acredita que es efectivamente un “peligro para México”, un monstruo de apetitos de poder insaciables, de gran destreza manipuladora de masas ciegas --y a sueldo, por supuesto--, contumaz violador de la ley, destructor de instituciones y hasta fabricante de granizos para las trombas.

Tamaña lucidez no sólo proviene de la nomenclatura exquisita de México, a menudo atenida al erario --en realidad a los erarios, porque la manutención se consigue en estados y municipios--, sino de locutores de espectáculos transformados en repentinos analistas políticos, que repiten conmovedoras proclamas contra los “nacos” que afean el “corazón de México”. Y en este lance de decencia y buenas costumbres no dudan en lanzarle flores al pedestal en que levantaron el bronceo monumento de Cuauhtémoc Cárdenas –“¡cómo ha cambiado el ingeniero!”--, a quien no hace mucho asociaban al demonio en que se ha convertido hoy López Obrador, “su hechura”, dice una expresión de los políticamente correctos, esos ejemplares de la nomenclatura --y sus jilgueros-- que se hacen pasar como los faros del país.

Los juiciosos guías de la nación adjuntan a sus proclamas diversas iniciativas para conjurar la guerra, como vestir de blanco y portar moños del mismo color, encender los faros del auto, donar artículos de limpieza y alimentos a orfanatos, asilos y parroquias, pero también el “diálogo” inmediato y la inobjetable mano dura para poner en su lugar a los revoltosos.

Se trata, en realidad, del lenguaje de los hipócritas, los que ven en la transa cupular la única vía civilizada para compartir el poder, así sea espurio; los que creen que la “izquierda moderna” debe consagrarse incondicionalmente a participar en el sistema de privilegios; los que niegan el igualitarismo por antinatural y ven el sometimiento como fatalidad; los departen con patrocinadores para transmitir sus certeros juicios; los que ven el uso del lenguaje regional como antítesis de un cosmopolitismo rabón.

En fin, lo que descubren que la miseria atormenta a más de la mitad de los mexicanos, pero no admiten la osadía de dejarse obnubilar por un “loco” inescrupuloso, un “Mesías” que los usa como carne de cañón, que no se atiene a la ley y a las instituciones que “con tanto sacrificio hemos construido todos”.

En efecto, no es admisible la manipulación ni el engaño; es repugnante desacatar leyes e instituciones, sobre todo por parte de quienes las deben hacer valer; es oprobiosa la arbitrariedad de unos cuántos sobre la mayoría; ofende la amnesia y la sinrazón.

Pero hay que decir las cosas con claridad, sin desgarramiento de vestiduras: El orden constitucional, que garantiza el ejercicio de las diversas libertades, no ha sido roto por la indignación de mexicanos que --legítimamente-- protestan por haber sido ultrajados, con razón o sin ella, en la emisión de su voto.

Sin la histeria de la propaganda, que se reproduce como tormenta en el grueso de los medios de comunicación, particularmente audiovisuales, la inconformidad o conformidad con el resultado electoral sigue su marcha por las vías constitucionales tratándose de un proceso político.

Tan legítimo es protestar en las calles, aun con el taponamiento del Paseo de la Reforma --que a quienes vivimos aquí no nos gusta--, como que Calderón se reúna con toda suerte de prosélitos o aliados --haciéndose pasar como si estuviera ya investido de jefe de las instituciones nacionales--, entre ellos con quienes cometen descarados desafíos a la ley.

¿Es justificable que Elba Esther Gordillo usurpe facultades del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) para proclamar “presidente electo” a Calderón, y que él mismo lo exija --con insolencia-- ante los magistrados, a pesar de que se dice respetuoso de las leyes? ¿Son legítimos y democráticos los amagos del presidente Vicente Fox de “no jugar con fuego” y corresponder con insolencia a ciudadanos que actúan de manera análoga?

¿Son equiparables los conflictos en la Ciudad de México y los de Oaxaca con los del sindicato minero por el que han muerto mexicanos que valen igual que cualquier otro mexicano? ¿Son más peligrosos los mexicanos que protestan, como lo hicieron legítimamente por décadas los panistas, a los criminales del narcotráfico? ¿Son encomiables los cierres de carreteras y del aeropuerto de Silao, Guanajuato, por parte de Fox, en 1991, y repugnantes los campamentos en el Zócalo y Reforma?

Y si, en efecto, las acciones que llevan a cabo los simpatizantes de López Obrador --y aun él mismo-- conspiran contra el orden constitucional, entonces la autoridad facultada, el secretario de Gobernación, Carlos Abascal, debe proceder contra ellos, en vez de reunirse --en horario laboral-- con diputados y senadores de su partido, como lo hizo hoy lunes en Querétaro.

Hay que dejarse de hipocresías e imposturas, de descaros y cinismos, porque existe en México un problema político profundo que rebasa las proclamas de triunfo de uno y otro lado: Los que no votaron por uno son casi exactamente los mismos que no optaron por el otro, incluyendo a los abstencionistas.



Por ahora el TEPJF ha resuelto volver a escrutar y contar sólo casi 12 mil casillas, cancelando la solicitud de la coalición Por el bien de Todos, y hubo un mitin frente a las instalaciones de ese órgano. ¿Y qué? ¿O es que ya se le olvidó a los mexicanos, a todos, no solamente a quienes votan por una u otra opción que los avances democráticos han resultado de protestas, algunas de ellas violentas? ¿Ya cundió la amnesia de que sólo a partir de manifestaciones, civiles y pacíficas, se repararon arbitrariedades cometidas desde el poder, como en Guanajuato, en 1991, que es el origen de Fox y del PAN en el poder, o la destitución de Fausto Zapata en San Luis Potosí, gracias a la movilización del íntegro doctor Salvador Nava?

Dicho de otro modo, ¿para qué entonces Calderón plantea una nueva reforma política que sustituya al modelo electoral actual que “muestras signos de agotamiento”? ¿Es una iniciativa sincera o una muestra de hipocresía y cinismo sólo para dejar de ser un corcho en medio del océano?

En México tenemos un problema mayúsculo, y no es con hipocresías como saldremos de él. Urge una auténtica “purificación de la vida nacional”, que por cierto no es una frase de López Obrador, es de Daniel Cosío Villegas, a quien Enrique Krauze debería volver a leer, si es que se dice su discípulo, porque padece de amnesia.

Esto dijo sobre López Obrador en vísperas de las elecciones del año 2000: “Ahí está apuntando un líder nuevo en México: Es un tipo serio sin ser solemne, un tipo que habla claro y comunica bien, sin retóricas y sin rebuscamientos. Es un hombre evidentemente honesto, derecho, y que representa para la izquierda una alternativa muy importante de renovación. Me parece que él representa el embrión de una izquierda nueva que México necesita muchísimo.”

Tal cual.

Apuntes

Insisto: sin hipocresías ni cinismos.

Comentarios: delgado@proceso.com y www.proceso.com.mx

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