jueves, agosto 24, 2006

La responsabilidad del Estado

Octavio Rodríguez Araujo
La Jornada


Ya lo dijo Vicente Fox: el ganador es Felipe Calderón. ¿Sabe algo de lo que está ventilando el tribunal electoral o le está dando línea? Lo que sabemos los ciudadanos comunes que no contamos con información privilegiada (si es el caso) es que el tribunal electoral puede dictaminar que ganó el candidato panista, que ganó López Obrador o que la elección presidencial, por todo lo que ocurrió antes del 2 de julio y por las "irregularidades" de ese día y los siguientes, no tuvo validez, es decir, se anula y entonces el Congreso de la Unión nombrará un presidente interino.

De estas tres opciones posibles dos significarían evitar que el candidato de la coalición Por el Bien de Todos sea presidente del país, aunque se tenga que sacrificar al candidato del PAN con la nulidad. Calderón no era ni es el candidato de Fox ni de su esposa; vamos, ni siquiera de El Yunque que, por medio de Manuel Espino, preside el blanquiazul. Pero sin duda sería mejor para ellos que AMLO, pues éste representa otra orientación para el desarrollo del país y no la diseñada por Salinas desde que dijo que su grupo gobernaría por 24 años.

De haber un presidente interino se puede afirmar que éste será resultado de la nada nueva alianza del PAN con el PRI, que juntos sumarán mayoría tanto en la Cámara de Senadores como en la de Diputados. Ambos partidos, antiguamente enfrentados, están unidos desde que Carlos Salinas sumó al PAN a partir de las concertacesiones de los años 90 del siglo pasado y desde que el entonces presidente los hizo similares ideológicamente al quitarle a su partido lo que le quedaba del nacionalismo revolucionario al mismo tiempo que atacaba sistemáticamente al PRD.

Habré de insistir en que lo que está en juego en estos momentos no es un asunto pequeño. A lo largo del periodo de gobiernos neoliberales se han fortalecido determinados grupos de interés económico ligados al capital trasnacional principalmente de Estados Unidos y, desde luego, los tecnócratas que desde el gobierno de López Portillo lucharon por su hegemonía en el ámbito del Estado. Estos y los otros están decididos a mantenerse en el poder al costo que sea, y sólo encuentran una barrera para continuar haciendo de las suyas: las fuerzas políticas y sociales que ha logrado unir López Obrador en un espíritu de lucha sin precedentes en las últimas décadas.

El fenómeno que estamos viviendo no tiene nada de extraño, aunque sí es sorprendente. Sabíamos que el poder no se cede fácilmente, pues son muchos y enormes los intereses en juego. Lo que no sabíamos, y por esto es sorprendente, es que amplios sectores del pueblo mexicano estaban esperando a un líder creíble que los convocara a luchar por sus derechos, por los derechos que les han escamoteado, como nunca antes desde la revolución de 1910, los gobiernos tecnocráticos y neoliberales. En 1988 esos sectores populares creyeron ver en Cuauhtémoc Cárdenas al líder, pero después del gran fraude electoral de ese año el líder, en lugar de convocarlos a luchar por la defensa de lo que les habían robado, los invitó a irse a sus casas. Ahora las cosas cambiaron. El nuevo líder lucha e invita a luchar por la defensa de los votos y por un proyecto de país que la tecnocracia neoliberal y sus amos y socios no están dispuestos a aceptar.

Los poderosos y privilegiados, que suelen tener diferencias entre ellos, han pospuesto éstas y se han unido, junto con sus publicistas a sueldo, para evitar que ese pueblo que han despreciado por décadas también participe en las decisiones que le competen y que tienen que ver con sus expectativas y con sus condiciones de vida. Nada más peligroso para los grupos oligárquicos que un pueblo exigente y participativo que demande vivir mejor.

Anteriormente hubo movimientos y expresiones sociales de inconformidad de trabajadores del campo y de las ciudades, pero eran aislados, no estaban unidos. Ahora encontraron un líder que los unió, que los invitó a votar por él para cambiar el rumbo del país (un poco, ni siquiera mucho) por la vía institucional, y la gente que no le hizo caso a la propaganda negra de las campañas de Fox, del PAN y del PRI, asistió a las urnas con gran convicción. Pero la intransigencia de esos poderosos y privilegiados, con casi todos los medios de comunicación a su servicio, más las instituciones del Estado conformadas por personas que les deben la chamba presente o futura, se ha impuesto al extremo de negar lo más elemental: ante la duda de los resultados electorales, contar todos los votos. En cualquier democracia madura esto es lo que hubiera ocurrido, ya ha pasado en otros países donde las instituciones se han querido preservar al margen de intereses mezquinos: si hay duda de los resultados electorales o la diferencia entre el primero y el segundo lugar es muy pequeña, se cuentan los votos.

En México no. Y no es López Obrador el que ha cuestionado a las instituciones, sino a las personas de carne y hueso que las dirigen. Esto debe quedar claro. Son los titulares y directivos de las instituciones los que se han opuesto a protegerlas al negarse a actuar con transparencia, y en estos momentos la transparencia es lo único que puede garantizar no sólo la estabilidad sino la salud de la República.

Si Fox insiste en declarar a Calderón el ganador, antes que el tribunal electoral decida, y si éste insiste en incumplir con su obligación de contar todos los votos y darle transparencia al proceso electoral, las instituciones del Estado mexicano y la carabina de Ambrosio serán lo mismo y sus titulares obligarán con su necedad a que el pueblo actúe al margen de ellas. ¿Es lo que quieren?

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