Javier Flores
Algunos de nuestros intelectuales o son muy tontos o fingen serlo. Es preferible pensar lo segundo. Por ejemplo, hay quienes dicen más o menos lo siguiente: "No basta afirmar que hubo fraude (en las elecciones del 2 de julio de 2006), sino que es necesario probarlo; hay que presentar evidencias". Yo creo que por eso somos un país subdesarrollado, porque las personas supuestamente inteligentes que hacen tales afirmaciones creen que hablan con tontos. ¿Cómo se demuestra un fraude?
No me interesa hacer trampa, y quien lo quiera pensar así no me importa. Pero existe un paralelismo muy claro entre esa exigencia y la que se hace sobre las mujeres que sufrieron agresiones sexuales, como las de San Salvador Atenco, o las que ocurren a diario en nuestro país. Se les exige que presenten pruebas, que demuestren la intromisión en sus cuerpos, que presenten evidencias. ¿Cómo se demuestra una violación?
Hay un elemento común en ambos casos: la exigencia a las víctimas de demostrar que fueron ultrajadas (ya sea por la distorsión de su voto o por la agresión artera a su cuerpo). Doble trabajo: ser víctima y aparte tener que probarlo. Otro elemento común en estos dos casos es que los criminales son las autoridades. Las agresiones sexuales sobre las mujeres fueron cometidas por policías y los gobernantes que los protegen, y el fraude electoral fue cometido por el Poder Ejecutivo y las instituciones que "tanto han costado a los mexicanos", entre otros.
Pero regresemos al principio. ¿Cómo se demuestra un fraude? Primero hay elementos de presunción. Me da flojera enumerar todos, son muchos y de dominio público (desde la campaña del desafuero hasta la manipulación de los paquetes electorales). Pero voy a citar dos: las increíbles tendencias desde el punto de vista estadístico dadas a conocer por el IFE en la jornada electoral y en los conteos distritales, descubiertas y documentadas por científicos desvelados en esas fechas, y la negativa de la autoridad a abrir los paquetes electorales a pesar de que había en ellos errores evidentes... Pero no me voy a quedar ahí.
La forma de demostrar sin lugar a dudas un fraude radica en los datos primarios, es decir, en los votos. Pero resulta que éstos son inaccesibles por órdenes de la propia autoridad. Cuando escucho decir a los intelectuales mientras se acarician la barbilla: "No basta decir que hubo fraude: hay que presentar las evidencias", me pregunto: ¿con quién creen que están hablando? ¿Acaso piensan que los mexicanos somos tontos? Pues se equivocaron de país.
Cualquier investigador en ciencias sociales o humanidades, o en las ciencias exactas o naturales, sabe que cuando existe una duda en un resultado hay que ir a los datos primarios. Pero resulta que aquí está prohibido. El recuento voto por voto tuvo el defecto de convertirse en proclama política, pero las autoridades se negaron a hacer esa exploración, y no nada más ellos, sino que el PAN, el gobierno y varios intelectuales se opusieron. Y no sólo eso, sino que ahora los votos arderán en el fuego. No hay manera de recurrir a los datos primarios. Entonces, a menos que sean retrasados, los intelectuales que exigen evidencias sobre el fraude saben, o deberían saber, que habrá que buscarlas en las cenizas. Sepan que no engañan a nadie.
¿Cómo se demuestra una violación? El primer dato es el testimonio de quien sufre la agresión. Pero nadie le hace caso. Además de agredida, y que su vida ha sido puesta en riesgo, tiene que demostrarlo. Para empezar no tiene ganas de hacerlo: está asustada, en estado de choque. Es muy difícil después de las primeras 48 horas demostrar algo. Diversos estudios muestran que a pesar de que la violación se haya producido, es muy difícil encontrar evidencias de ello.
Hay una distorsión en nuestro sistema legal. La víctima tiene que convertirse en investigadora que debe indagar y buscar pruebas del daño que se le ha producido. No puede ser. Esa mujer no está capacitada para hacer una investigación judicial y, sin embargo, se le transfiere toda la responsabilidad. Encima de todo, como en el caso de San Salvador Atenco, sus victimarios son las autoridades. Para buscar justicia tiene que vencer el miedo y pararse enfrente de quienes la violaron. ¡Por favor!
He escuchado recientemente en la televisión a periodistas que dicen que las violaciones en Atenco son puras invenciones. Se trata de personajes completamente enfermos, que exigen evidencias a las violadas cuando la responsabilidad de una investigación seria corresponde a las autoridades, no a las víctimas. Pero resulta que las autoridades son las perpetradoras de los crímenes, avaladas por el machismo de algunos medios de comunicación, lo que resulta escandaloso e inadmisible.
Los casos anteriores demuestran que vivimos en indefensión jurídica. Los crímenes que cometen las autoridades contra los ciudadanos quedan en la impunidad. Pero, eso sí, los intelectuales tontos y los periodistas misóginos exigen a cada rato que se presenten evidencias cuando las más claras son las de su propia ineptitud.
Muchas veces me he preguntado lo mismo ¿algunos de nuestros intelectuales son muy tontos, o fingen serlo porque eso les reditúa en términos económicos? Creo que la respuesta es mixta, entre tontera y corrupción en distintas dosis dependiendo del caso en particular. Pero últimamente me hago otra pregunta: ¿Por qué se les sigue llamando intelectuales si su funcion intelectiva es tan pobre? ¿Por qué no se puede romper con la imagen prefigurada de que son intelectuales?
Creo que el presidente espurio nos brinda en bandeja de plata la gran oportunidad de valorar las cosas en su justa dimensión y llamar sin miedo las cosas por su nombre: quienes no demuestran el merecimiento de un nombramiento o una capacidad que sí ostentan son usurpadores y son oportunistas; también nunca como antes estamos tan conscientes de que hemos tenido una cultura televisiva que tiende a anular la capacidad de juicio y que coadyuva a aceptar todo lo que escriban o digan quienes están en tal posición.
Poco a poco hemos de irnos quitando esas telarañas para recuperar nuestra capacidad de discernimiento. Podríamos a la vez, enseñarles a los niños como se ejerce esa capacidad. No considero que esté por el lado de prohibirles percatarse de lo que acontece a su alrededor sino mejor enseñarlos a utilizar el pensamiento crítico a través de la lógica y los valores éticos universales, establecidos desde hace tantísimos años, y que están en libros que permanecen empolvados en las bibliotecas y que sería bueno revisar, para que se forjen una mejor manera de valorar lo conveniente y diferenciarlo de lo inconveniente.
Tenemos que aprender que antes de enjuiciar: a partir de atavismos y prejuicios de telenovela o de generaciones que parecen pertenecer a la época victoriana; o de visiones frívolas pertenecientes al neoliberalismo actual, tenemos que observar la verdad, analizar la congruencia y enfrentar al mundo real para contar con los factores que permitirán construirnos un nuevo paradigma de juicio que a través del diálogo y no de la confrontación nos dará la posibilidad de ser más acertados, lo cual nos traerá enormes beneficios.
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