James Petras (Traducción: Jorge Anaya)
En un mes en que el Congreso de Estados Unidos votó por legalizar la tortura, hacer a un lado la Constitución al abolir el habeas corpus e incrementar el presupuesto militar para prolongar la cotidiana carnicería de cientos de iraquíes y afganos, la gran controversia entre los medios masivos y los funcionarios electos gira en torno a las insinuaciones sexuales de un legislador republicano a muchachos empleados en el Congreso.
Millones de cristianos fundamentalistas, que apoyaron a ciegas la letal "guerra al terror" de los legisladores republicanos, se rebelan contra su partido por su tolerancia hacia un solo pervertido, pasando por alto las torturas en Abu Ghraib, el bombardeo masivo de Líbano por Israel y el abandono criminal de cientos de miles de ciudadanos (sobre todo negros) de Nueva Orleáns por el gobierno de Bush luego del huracán Katrina.
¿Por qué los legisladores y los medios masivos entran en frenesí político por transgresiones sexuales personales como los desagradables flirteos por e-mail del congresista Foley con adolescentes, o las aventuras de oficina del ex presidente Clinton con una becaria de la Casa Blanca, y no por temas de gran importancia como paz o guerra, democracia o autoritarismo, tortura o derechos humanos?
Comentaristas superficiales destacan nuestra "herencia puritana" angloestadunidense, seudoexplicación que pasa por alto la herencia democrática y constitucional del país, nuestra historia reciente de oposición a la guerra de Vietnam y nuestra adhesión a la Carta de Derechos Humanos de la ONU. Puesto que hay numerosos pasados históricos, no existe una sola "herencia" que domine a otras, en especial cuando el supuesto pasado "puritano" se sobrepone en los pasados 50 años a una cultura de masas altamente sexualizada.
Debemos hacer a un lado dudosos argumentos seudosicológicos porque no explican la conducta política. Aun si la "moralidad puritana" fuese un aspecto tan dominante en la vida política del país, no puede explicar por qué uno debe enfocarse en los extravíos sexuales de políticos individuales y no en la inmoralidad de la práctica difundida y sistemática de la tortura por los interrogadores estadunidenses en Irak, Afganistán y el campo de prisioneros de Guantánamo, aprobadas expresamente por el gobierno de Bush.
Para entender la perversidad de la política del país, donde el Congreso y el presidente aprueban grandes crímenes mientras pequeñas faltas sexuales se vuelven una obsesión, hay que alejarse de la amorfa noción del "público estadunidense" y examinar lo que los medios masivos y los líderes de opinión encuentran aceptable como base de la competencia electoral.
La elite política de ambos partidos y los líderes de la mayoría y la minoría en el Congreso no difieren en cuestiones sustantivas de guerra y paz: ambos apoyaron la invasión y ocupación de Irak en 2003 y acaban de aprobar más de 400 mil millones en gasto de guerra para 2006-2007. Ambos partidos, el Congreso y el presidente apoyaron la invasión israelí de Líbano, su deliberada destrucción de infraestructura civil y que se dejaran caer un millón de bombas de racimo, así como el bloqueo y secuestro de Gaza. Ambos partidos apoyaron la extensión de la Ley Patriótica, que suspende las garantías democráticas y libertades personales protegidas por las garantías individuales y la Constitución. Ni el Congreso ni la Casa Blanca difieren en oponerse a una política nacional de salud, pues ambos partidos reciben millones de dólares en financiamiento de campañas de las grandes compañías farmacéuticas y aseguradoras, y de sus grupos de cabildeo. Como existe consenso entre los dos partidos oficiales en los temas de guerra, autoritarismo y grandes consorcios, los partidos políticos pueden competir sólo en "personalidad" y asuntos de moralidad privada. Los partidos justifican su existencia separada y compiten por cargos públicos evitando tocar temas molestos para las elites económicas, los militaristas civiles y los poderosos cabildos pro israelíes, y se concentran en "antagonizar"... a otros políticos, lo cual se considera "caza permitida" en el sumamente restringido sistema político de la nación.
En la primera semana de octubre, 30 soldados estadunidenses perecieron en Irak y decenas resultaron heridos, 580 civiles iraquíes fueron asesinados, 20 civiles libaneses murieron o fueron lesionados por bombas de racimo que no habían estallado, decenas de miles de teléfonos, faxes y correos electrónicos fueron interceptados sin orden judicial en Estados Unidos, miles de derechistas argentinos marcharon en Buenos Aires en defensa de ex dictadores militares, miles de maestros huelguistas de Oaxaca fueron amenazados con la represión militar, 13 mineros y campesinos indígenas bolivianos fueron asesinados por el gobierno y sus partidarios en lo que podría desencadenar una guerra civil, y un obispo muy querido en Filipinas fue asesinado por escuadrones de la muerte a causa de su labor en derechos humanos, uniéndose a cientos de activistas muertos o desaparecidos en ese país... y sin embargo ninguno de estos asuntos aparece en los principales programas de radio y televisión de Estados Unidos, y rara vez los mencionan los periódicos importantes. En cambio escuchamos y leemos reportes diarios y a veces hora por hora respecto de los salaces mensajes electrónicos del congresista republicano Foley, y la dirigencia del Partido Demócrata emite comunicados de prensa, denuncias y llamados a investigaciones y dimisiones.
"La corrupción, la depravación y la perversión son inaceptables en quienes ocupan altos cargos", chillan los demócratas. Y los republicanos, tan arrojados al defender la tortura y los secuestros encubiertos, y al aprobar ayuda militar adicional a Israel por cientos de millones de dólares... se achican, se acobardan, tartamudean y musitan que han "limpiado la casa" con la renuncia del legislador pervertido: necesitan quitar estorbos para seguir presionando con la "guerra al terror doméstico e internacional".
Para sostener la charada de un sistema de "un solo partido" básico, dedicado a defender las guerras imperiales en el extranjero y supervisar la decadencia y el autoritarismo en lo interno, es esencial perpetuar la ilusión de "competencia partidista". Para mantener esta ilusión a la vista del amplio consenso en la elite se necesita un show acompañante, de preferencia uno en el que los encumbrados moralistas de un partido puedan exhibir y denunciar a los pequeños pervertidos del otro. Sin este espectáculo de indignación moral y una dosis de destellos picarescos, la abstención de los votantes podría rebasar el acostumbrado 65 por ciento de las elecciones legislativas estadunidenses.
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