Por Alfredo Velarde
El efecto combinado de la inmensa y multitudinaria movilización que la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca desarrolló el pasado domingo 5 de noviembre en la capital de la entidad para culminar en la Plaza de Santo Domingo, exigiendo desde la amplificación de decenas de miles de voces ya, la destitución del sinvergüenza (ex) gobernador Ulises Ruiz y un alto a la represión; y, por otro lado, la colocación anónima de cuatro artefactos explosivos en la capital del país, con tres detonaciones efectivas, localizados en puntos claramente asociados a instituciones políticas y financieras notables por su complicidad con el desgobierno neoliberal tecnocrático, constituye un telegrama perfectamente nítido de lo que se juega en México a la hora histórica que vivimos, de persistir la tozuda torpeza política y la irresponsabilidad sin límite del gobierno federal foxista en retirada que padecemos y de su aliado incómodo de la actual coyuntura política: el PRI.
No es, por cierto, accidental, el hecho de que el más potente de los cuatro explosivos que desvelaron a los capitalinos de la urbe, tuviera precisamente por blanco las oficinas centrales de ese “instituto político” (en realidad, un sindicato del crimen) que resume y sintetiza todo lo peor de la vieja clase política burocrática, combinado con mucho de lo más execrable de la novísima tecnocracia blanquiazul de acentos tecnocráticos. A unos cuantos días, en fin, de la anticlimática pesadilla popular que ha significado el anodino y evidentemente contraproducente sexenio de Vicente Fox, los saldos del desastre aparecen por todos lados, por mucho que los personeros del régimen lo nieguen y utilicen las horas contadas que les quedan para autoelogiarse y hacer cuentas alegres sobre la calamidad de gobierno que representaron y por el inigualable desorden en que dejan la economía, la política, la sociedad y la cultura mexicanas.
Pero además, en prácticamente una semana de estancia de la anticonstitucional Policía Federal Preventiva (PFP) en la ciudad de Oaxaca, se ha mostrado y demostrado que, lo que para los poderosos es un principio de solución al conflicto, en realidad, no ha sido sino el procedimiento represivo más eficaz para rociar con gasolina el fuego de un conflicto que, si bien es claro que no se resolverá sólo con la deposición del, de hecho, ya ex mandatario oaxaqueño, su remoción de la titularidad en el poder ejecutivo estatal, por la vía que sea, ha terminado por convertirse en el ingrediente imprescindible de cualquier intento serio de resolución del conflicto que, más tarde, necesariamente tendrá que arribar a una profunda reforma política de todo el complejo andamiaje institucional de la entidad y, si nos apuran, del país entero. Fenómeno que, por cierto, no es muy diferente a las graves condiciones de nula democracia y pésima representación de la sociedad en las instituciones municipales, estatales y federales de toda la (semi) república que habitamos consternados por los latrocinios, la estupidez congénita y la prepotencia inagotable de la clase política mexicana considerada en su conjunto.
Hoy, quienes acusaban a la Sección 22 del Magisterio oaxaqueño y la APPO de tener “secuestrada” a la capital del estado con su Plantón de la Dignidad , miran sorprendidos que los “liberadores” de la PFP , llegaron a la capital estatal no a “reinstaurar el orden”, sino a secuestrar la capital en manos de un órgano coercitivo del Estado mexicano. Los saqueos a manos de estos nada heroicos representantes de la ley, los alambres de púas que impiden el libre tránsito que presumiblemente llegaron a “normalizar”, los allanamientos de morada de su cruzada punitiva que tanto recuerda a Atenco, los secuestros y el intento de violación de la autonomía en la benemérita Universidad Benito Juárez de Oaxaca, de la semana pasada, son apenas, algunas muestras elocuentes del tono provocador de un gobierno que se va, para heredar los efectos de un conflicto que no supieron ni quisieron resolver, a un sucesor que llega con un ostensible déficit de credibilidad política y de legitimidad sólo explicable por el fraude computarizado de urnas transparentes que lo catapultó a una presidencia que no merece, que no ganó en buena lid y que el rescoldo oaxaqueño heredado por el foxato, será un peso muerto para el nuevo presidente espurio con escaso o nulo margen de maniobra.
Basta leer el Manifiesto a la Nación que la APPO dirigió a la opinión pública del país, el pasado 2 de noviembre, para percibir la consecuencia de una lucha extraordinariamente correcta y sumamente necesaria en todo México. En todo caso, los oaxaqueños se anticiparon a un combate que todos los mexicanos de abajo habremos de librar contra la tiranía en todas y cada una de sus manifestaciones. El Plan de Acción que comporta el traslado de la Primera Caravana Motorizada que partió del Hemiciclo a Juárez en nuestra ciudad capital y que tuvo ya presencia activa en la movilización del día domingo 5; los mítines en Embajadas y consulados; la propuesta de Paro Nacional de 48 horas de la CNTE para los próximos días 9 y 10 de noviembre; el Paro Cívico Nacional, del mismo viernes 10; la Marcha Nacional y la Caravana Internacional , así como todas las iniciativas que se acumulen como la gran solidaridad internacional que crece como la espuma, son parte de las alternativas de la lucha que hoy se libra, y están demostrando la necesidad de rodear de solidaridad a nuestros hermanos oaxaqueños contra el dictador Ruiz y que, aunque quiera, ya no es posible que continúe en el poder. Lo otro, las detonaciones anónimas de artefactos explosivos, ¿cómo condenarlas de forma metafísica, cuando éste gobierno, y el que viene, seamos francos, parecieran causarlas conciente o inconcientemente? El tiempo pondrá a cada uno en su lugar, y cada hecho de este proceso desgarrador, nos demostrará quién tuvo razón y quién ganó. Pero Ulises Ruiz, como político, bien puede descansar en paz.
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