Luis Linares Zapata
En su triste final, el de Fox aparece como un sexenio agazapado tras de una muralla de espots. Miles, cientos de miles de mensajes tan publicitarios como engañosos atolondran y retacan las mentes de millones de mexicanos. Los empleó a lo largo de su campaña electoral hasta llegar a coronarse como el rey de la mercadología. Y ha intensificado la práctica durante seis años continuos. Pero nunca alcanzó la intensidad como la contratada un poco antes y durante los primeros meses de la pasada contienda. El gasto respectivo no se ha cuantificado, pero sin duda alguna ha sido monumental. Adicionales compromisos adquiridos con los dueños de los medios son y serán onerosos para el erario a la vez que erosionarán la vida institucional. Sus principales asesores y gerentes que todavía lo acompañan miran, no sin preocupada o cínica atención, lo que un conjunto de encuestas postreras revelan: la imagen de un gobernante apreciado por su pueblo. ¡Tiene el Presidente más de 60 por ciento de simpatías!, exclaman orondos sus apoyadores condicionados por jugosos salarios o por rentables negocios conseguidos al amparo del poder. Un rating sobresaliente para finiquitar un periodo por demás complicado, aseguran ante cualquiera que les quiera escuchar su interesada versión.
¿A qué se debe tan pronunciada diferencia entre lo que arrojan los sondeos de opinión y aquello que van desgranando como saldos de su administración los analistas, aun los que más benignos quieren aparecer ante la distraída mirada de los ciudadanos? De un lado campea la idílica versión del deber cumplido a cabalidad. La de una tarea llevada hasta el límite de las mismas fuerzas personales. La de un equipo de colaboradores que dieron lo mejor de sí mismos para situarse a la altura de los tiempos vividos: el de las respuestas oportunas a las exigencias de un país en movimiento. Tal es la historia que nos cuenta el discurso oficial arrullado por espots televisivos y radiofónicos a que tan afecta se volvió la casona de Los Pinos.
La melosa narración oficial continúa hasta estos postreros días de revueltas callejeras, división profunda de la sociedad, decapitaciones y bombazos en que se agota el periodo de Fox. No sólo eso, sino que la propaganda arrecia para tratar de condensar el cambio prometido en lo que atañe a la vida democrática plena. Por esa democracia alcanzada, se afirma con desfachatada seguridad en los espots, los mexicanos pueden gozar de un presente cómodo y esperar mejores frutos del futuro. En la otra orilla, la de los críticos, los que se atienen a los hechos y los desmenuzan a la luz que apuntan los dichos; los que no se dejan guiar por las realidades inscritas en las pantallas televisivas ni por la conseja popular captada en columnistas de ocasión, se ha empezado la tarea de mostrar los saldos de un gobierno de poca monta. El resultado que así encuentran habla de una zona de desastre dejada a la vera de una ruta sin brújula, de una administración torpe, lenta, desbocada en la frivolidad. Para ello hacen un puntual recuento de datos y hechos, partes descriptivas del naufragio en que se agota la presumida administración de los gerentes. Surge entonces el terrible sello de numerosas oportunidades perdidas por una Presidencia débil, disoluta. Una administración que trató de reponer los ingredientes del más añejo autoritarismo. La enjundia y perversidad de un mandatario que dividió a la nación por su irrefrenable pendencia contra López Obrador. Un real desperdicio de recursos abundantes, de condiciones inigualables para ser usadas en cimentar un desarrollo firme. La repetida historia de un gobierno, de una elite pública que no pudo atorarle a sus compromisos y responsabilidades.
Habrá que hacer el examen de los retorcidos efectos ocasionados por la masiva propaganda gubernamental en la mente colectiva. Se tiene la urgencia de apreciar en toda su magnitud el daño ocasionado por el uso desmedido, caprichoso, compulsivo de la publicidad en que tanto ha confiado Fox y sus consejeros áulicos de medios. Es por ese tratamiento espotero que se le ha dado a la ciudadanía, que Fox y su dispendiosa administración no han tenido que pagar los platos rotos con rechazos y antipatías, con severos juicios condenatorios. Fue por ello que logró confundir a un gran segmento de electores para que eligieran la continuidad, para que optaran por el mismo camino que tanto aconsejó. Es por ello que Fox se vanagloria de haber ganado dos elecciones: la suya y la de su inexperto sucesor.
Fue por ese gasto inmenso en propaganda que se pasaron, como reales, programas de gobierno inventados y promesas incumplidas que fueron olvidadas. Pero, y sobre todo, fue por esa avalancha de mensajes trampeados que se sembraron los miedos para arrinconar a varios millones de mexicanos en la zozobra. Un cacho sustantivo del electorado, atosigado por los peligros, optó en las urnas, por la oferta que menos convenía a sus intereses efectivos. No hay ni habrá escape. Fox hereda al sucesor oficial una imagen distorsionada de la realidad que no tardará en mostrar sus incapacidades para apoyar un programa de gobierno tan lejano de las aspiraciones populares como voraces son sus poderosos aliados. Cómplices de una aventura ilegal para prolongar sus privilegios.
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