Leonardo Boff *
Hay momentos en que la única reacción digna frente a las barbaridades éticas es la indignación. Muchos estamos indignados con la decisión de los líderes del Congreso brasileño, tomada el 14 de diciembre, de reajustar prácticamente en 100 por ciento sus propios sueldos. De 12 mil 847 reales se elevaron a 24 mil 500, que es el techo de la función judicial. Debido al efecto cascada, en los estados y en los municipios el gasto anual robado de las arcas públicas será de 1.66 mil millones de reales. Los nombres de los que se opusieron por respeto a la ética merecen ser citados: del PSOL, la senadora Heloisa Helena (Senado), Chico Alencar (Cámara) y del PT Henrique Fontana. Todos los demás o se callaron consintiendo o se regocijaron. Hubo personas sin pudor, como el diputado Inocêncio de Oliveira (PFL-PE), que proclamó en pésimo latín ''habemus aumento''. Ciro Nogueira (PP-PI) estuvo sencillamente desvergonzado: ''Voté a favor, sí; no tengo ninguna vergüenza''.
Lo que nos aterroriza no es sólo el hecho despreciable de votar para sí mismos, sino la realidad que este hecho señala: la total falta de ética de los ''representantes'' del pueblo. Ya Aristóteles nos había enseñado que tener vergüenza es uno de los indicadores inequívocos de que todavía no perdemos de todo el sentido ético; el ruborizarse muestra que nos damos cuenta de los actos malos que practicamos. Los congresistas brasileños ni tuvieron vergüenza ni se ruborizaron frente a su deshonestidad. Dieron muestra de total falta de ética.
Pero lo que es peor es que ellos confirman lo que la historiografía política brasileña siempre está repitiendo, en especial el nostálgico José Honório Rodrigues: ellos no aman el pueblo, tiene vergüenza de las bases populares empobrecidas, pues las ven conformadas por cholos, insignificantes, pueblerinos paupérrimos. Sólo los ven en tiempos de elección para engañarlos y arrancarles el sufragio invocando muchas y falsas promesas. Una vez instalados en el Parlamento hacen sus maniobras de falsos amigos, de espaldas al pueblo y en su contra. Decidieron el vergonzoso aumento exactamente en el momento en que los movimientos sociales y los sindicatos estaban discutiendo miserables tasas de aumentos salariales.
¿Quién no se indigna y siente vergüenza de tener representantes de esta ralea? No resisto la tentación de citar las palabras del profeta Amós, el campesino que, valiente, entró corte adentro denunciando las sinvergüenzadas de los poderosos. Denunció en nombre de Dios: ''Odio y desprecio vuestras fiestas y no me gustan vuestras reuniones; vosotros transformáis el derecho en veneno y el fruto de la justicia en ajenjo'' (capítulo 2 y 6). Senadores y diputados perdieron el sentido de la realidad. El mundo virtual de Brasilia corrompió sus mentes, divorciadas de la penosa lucha del pueblo por su supervivencia.
El Parlamento no es sólo instancia delegada del poder popular, ni gerencia técnica de los asuntos relativos al bien común. Es, sobre todo, instancia ética. Representa los valores de la ciudadanía, de la transparencia en el cuidado de la cosa pública. Nosotros, ciudadanos, tenemos el derecho de esperar que nuestros representantes vivan esos valores y no los nieguen con sus prácticas ''desvergonzadas''. Gracias a Dios que aún existen parlamentarios del más alto nivel ético que confieren dignidad a su función y que no pierden la esperanza.
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