Orlando Delgado Selley
En 2006 hubo elecciones presidenciales en 12 países de América Latina. En seis ganaron los candidatos izquierdistas y en otros cuatro las izquierdas avanzaron significativamente. Esto se debe al fracaso económico del modelo neoliberal, al hecho de que en los últimos 25 años el crecimiento económico ha sido desastroso. Un dato lo ilustra: entre 1960 y 1980 el ingreso per cápita latinoamericano creció 82 por ciento en términos reales; de 1980 a 2000 únicamente lo hizo en 9 por ciento, y en 2001-05 aumentó 4 por ciento. Es cierto que la década de los ochenta fue desastrosa en virtud del enorme endeudamiento de la región, pero lo significativo es que la gente ha entendido que el fracaso es el de una propuesta política.
De modo que los ciudadanos en América Latina han decidido votar para mejorar sus condiciones de vida y eso no lo pueden lograr los que plantean seguir haciendo lo que ostensiblemente ha fallado. Vale preguntarse si esas izquierdas que han ganado implementarán políticas diferentes, si habrá estrategias económicas que se aparten radicalmente de las neoliberales, si en verdad lograrán que sus países se encaminen a un crecimiento alto y sostenido. También es posible cuestionar si serán presupuestalmente irresponsables y, en consecuecia, si llevarán a la región a un nuevo episodio de endeudamiento masivo y luego a una nueva crisis.
Para responder hay ya elementos disponibles que derivan de la experiencia de Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Venezuela, junto con los primeros meses de la gestión de Evo Morales en Bolivia. Dos importantes artículos publicados en el número 39 de la postautistic economic review (www.paecon.net/PAEReview) ayudan en el examen de esta experiencia. En ellos se caracteriza el desempeño económico de estos gobiernos a partir de cuatro ejes: una política macroeconómica prudente, la reducción de la deuda pública externa, la acumulación de reservas y la reducción de la apreciación cambiaria, una significativa mejora en las remuneraciones reales.
Estos ejes han implicado diferentes medidas. Ha habido prudencia fiscal en el gasto, pero para estar en condiciones de enfrentar los enormes déficit sociales se han incrementado los impuestos a las compañías trasnacionales asociadas a la explotación de los recursos naturales. La reducción de la deuda externa se ha dado en abierta contradicción con el FMI, llevando a que la deuda con ese organismo se prepagara. Sus bancos centrales se han alejado de la encomienda única de atacar la inflación, por una que involucra la defensa del crecimiento, lo que ha implicado abandonar la apreciación cambiaria mejorando su competitividad internacional. Las mejoras salariales se han incentivado reconociendo que lo central es crear empleo.
Se plantea que, además, los cambios en nuestra región son parte de una transformación que hará época. Se trata del fin de la dominación de Estados Unidos: América Latina se ha planteado lograr autonomía económica e independencia política, diversificar su comercio exterior y sus lazos financieros, avanzar en cierta integración regional y, sobre todo, tener políticas macroeconómicas exitosas. Esto demuestra que, contrario a lo que sostiene Calderón, es posible instrumentar políticas a favor de los grupos sociales más necesitados. El anatema de populista no es sino una invención política de las derechas.
Para lograrlo ha roto con el "cártel de otorgadores de créditos internacionales", comandado por el FMI, que, por supuesto, ha sido el promotor de las "políticas económicas sanas" que han servido para garantizar la implantación de las políticas del Consenso de Washington. Pero el Fondo ha perdido su influencia en América Latina. Su intervención en Argentina, tratando de forzar políticas recesivas; su oposición a una negociación con sus acreedores, que resultó indudablemente exitosa y que redujo la deuda en más de 50 por ciento, le ha llevado al descrédito absoluto y, con ello, Estados Unidos ha perdido a su principal económico. Ello ha contribuido a que experiencias radicales, como la boliviana y la venezolana, se mantengan y se desarrollen.
Todo esto ha ocurrido en medio de un período de crecimiento. En los últimos cuatro años América Latina ha crecido 4.4 promedio anual y se espera que en 2007 mantenga ese ritmo. El per cápita también ha aumentado, aunque a un ritmo menor: 2.9 anual. Ello no haimpedido que sigamos siendo la región más desigual del planeta. Justamente de eso están ocupándose las izquierdas y, por lo que se puede apreciar, están avanzando.
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