lunes, enero 08, 2007

La revolución de la conciencia. 14. La lujuria.

Sique

La lujuria, concebida como pecado capital ciertamente tiene un grado de complejidad mayor porque la cultura judeocristiana ha conceptualizado las necesidades y las relaciones sexuales como cuestiones pecaminosas sin considerar que la sexualidad es una fuente de placer para el ser humano más allá de su función reproductora.

De tal forma, deberemos comenzar por desmitificar la sexualidad y darle su lugar dentro de la vida humana por ser una de sus necesidades naturales. Atendiendo al psicoanálisis la sexualidad forma parte del instinto de vida y se manifiesta en el impulso amoroso. Desde esta perspectiva la sexualidad está presente desde el nacimiento y sus manifestaciones pasarán por distintas etapas hasta llegar a la adolescencia media cuando ya existe una madurez en los órganos reproductores.

Desafortunadamente, la cultura ha satanizado la sexualidad y, paradójicamente, le ha dado una publicidad exagerada que la deforma convirtiéndola así en un producto comercial, como lo ha hecho con la comida, la bebida, el dinero, los bienes superfluos, en fin... La publicidad carente de estructura ética y atenta al consumismo y a los intereses de la economía de mercado se ha convertido en una especie de Secretaría de los Pecados Capitales que desgraciadamente es la única que sí funciona.

El deseo sexual está presente todo el tiempo bajo diferentes manifestaciones y como todos los deseos apunta a su gratificación. Otra vez, y sobre todo para entender el fenómeno sexual de la forma más sencilla se utilizarán algunos principios teóricos del psicoanálisis. Según esta teoría la energía sexual es la libido. Imaginémosla como una sustancia chiclosa como esas que curiosamente muestran con mucha frecuencia en las películas de ciencia ficción que con vida propia se sube por las paredes, se cuela por las rendijas y se extiende tomando diversas formas y direcciones. Bueno, pues supongamos que esa sustancia representa la libido y está dentro de nuestro ser, es la energía sexual y amorosa. La libido impulsada por el deseo sexual busca un objeto al cual fijarse como si fuese un téntaculo. Cuando lo elije se fija a éste le prodiga su amor y espera así mismo le corresponda. Así ocurre en todos los procesos amorosos pero en este caso sólo nos ocuparemos del aspecto meramente sexual.

El goce sexual es tan importante que nos atreveríamos a aseverar que si la mayoría de la población estuviese satisfecha en este aspecto no habría guerras, elevaría el nivel ético y no tendríamos mayores problemas. Nadie después de una gozosa noche de amor tiene ganas de salir a la calle a matar a quien se le cruce por el camino; cuando se goza sexualmente se vuelve amable y solícito con los demás porque se siente feliz. Los soldados incrementan su instinto agresivo porque están privados de la gratificación sexual y ello da pie a violaciones y abusos de toda clase. Si los políticos estuvieran satisfechos sexualmente se comportarían mejor, lo aseguro. Pero, claro, si en vez de tener relaciones sexuales amorosas desahogan sus tensiónes sexuales con prostitutas, en table dances y con pornografía pues está difícil que se sientan plenamente satisfechos, la cosa no va por ahí. Hasta hay un dicho popular que puede interpretarse en este sentido: "tiene muy mala leche"; "leche" es también una forma popular de llamar al semen, bueno pues la "mala leche" es la leche que no salió y ya se agrió dentro de la persona, lo cual se manifiesta luego en un mal carácter y en malas acciones hacia los demás.

La diversidad de atavismos y prejuicios culturales condicionan la sexualidad con una serie de creencias llegando al colmo de suponer que la libido puede ser inhibida casi en su totalidad. El fin de la libido es un objeto (una persona), quien permite su satisfacción sexual, en principio. Con ello basta. Un encuentro sexual de una sola noche puede ser muy gratificante si en la pareja hay respeto y deseos de gratificarse mutuamente.

Sin embargo, la sensibilidad humana (aunque también se da en algunos animales) y otros valores nos llevan a desear que el acto sexual tenga un sentido amoroso más profundo, que se establezca un compromiso que brinde otras satisfacciones como la compañía, la solidaridad y formar una familia. Estos elementos implican que se busque a una persona amable por los valores del ser no del tener. Cuando no se tienen esos valores puede que busquemos a alguien con dinero, que pertenezca a una familia "decente", que tenga buenas relaciones, una apariencia física de acuerdo a la "belleza" que promociona la televisión, etc... y lo más probable es que fijemos nuestra libido en un (a) sátrapa de siete suelas que no tiene interés en gratificarnos sino en resolver intereses egoístas y eso nos haga sufrir mucho. Él o la responsable de esta situación no es por cierto el objeto (persona) elegido sino el que hizo tal elección.


Como se dijo, y lo reiteramos deliberadamente porque es de máxima importancia y porque se ha repetido tanto lo contrario que sería bueno escuchar esto una y otra vez para anular el lavado de cerebro que nos han hecho desde pequeños: el deseo sexual es perfectamente legítimo porque es inherente a la naturaleza humana. También es natural que se busque gratificarse sexualmente ya sea de manera eventual con alguien que nos merezca respeto y nos agrade o bien buscando una pareja con la cual la parte amorosa sea suficientemente significativa como para compartir un proyecto de vida y conformar una pareja. En ambos casos es perfectamente moral porque en ambos ya sea de forma pasajera o de mayor duración estamos gratificándonos a la vez que lo hacemos con el otro. A nadie se le hace daño cuando dos personas hacen el amor y esas dos personas están disfrutándose.

Aquí empiezan los problemas que la educación judeocristiana ha plantado en el camino. En la Antigüedad los regímenes económicos imperantes requerían que los hombres estuvieran seguros que los hijos que procrearan eran verdaderamente suyos biológicamente y receptores "auténticos" o merecedores si se quiere, del producto de su trabajo, entonces se optó por instituir el matrimonio y exigirle a la mujer que reprimiera sus deseos sexuales, siendo que la prueba de maternidad es evidente, no así la de paternidad. La represión de sus deseos sexuales de las mujeres conseguía que no copularan con nadie más que con sus esposos pues la ley del matrimonio también instituía que a pesar de que no tuvieran deseos sexuales tenían que gratificar los de su marido, y llegaron al punto de que las mujeres y la población estuvieron por muchos siglos convencidos de que para la mujer, sobre todo si era "decente" y buena cristiana, la actividad sexual no era gratificante. Las mujeres quedaron supeditadas a las leyes de sumisión y dependencia del hombre sobre lo cual no voy a extenderme porque tomaría demasiado y no es el cometido de esta reflexión. Sólo agregaremos que así fue como se dieron las diferencias que hasta la fecha imperan sobre el manejo sexual de hombres y mujeres pero que en este texto las omitiremos y consideraremos que estuvieran en las mismas circunstancias porque eso forma parte de la revolución de la conciencia que se inclina hacia los valores éticos y entre ellos está la verdad, la libertad y la equidad.


Si bien el deseo sexual se equipara al deseo de alimento o a cualquier otro deseo que surja de la naturaleza del ser humano, esto, como en el caso de los otros, no quiere decir que se requiera de una compulsiva actividad sexual para que este deseo sea gratificado.

Lujuria en el diccionario de la Lengua Española significa:

1. f. Vicio consistente en el uso ilícito o en el apetito desordenado de los deleites carnales. 2. f. Exceso o demasía en algunas cosas.

Ya empezamos con los prejuicios de la cultura filtrados al diccionario, ¿qué significa uso "ilícito"? Esperamos que la breve explicación anterior sirva para hacer caso omiso de esta connotación y vayamos al apetito desordenado de los deleites carnales y al aspecto del exceso. Evidentemente el goce sexual representa un deleite, uno de los más grandes que se pueden experimentar. Santo Tomás lo señala como un "vicio ante el apetito sexual".

Pero ¿qué provoca ese desorden o ese exceso ante el apetito sexual y la necesidad del deleite carnal? ¿Cuál es la carencia que está detrás?

Si lo que se busca es "hacer el amor", la respuesta es evidente, sólo que aquí implica también la gratificación genital. De acuerdo con nuestro esquema de puntos de fijación en la infancia, podríamos decir que la etapa en la cual ocurre esta sensación de falta de amor fue en la etapa conocida como fálica que es como a los cinco o seis años cuando la niña o el niño se han manipulado su cuerpo y han descubierto que tienen en los genitales sensaciones gratas. Fue en este punto del desarrollo que hubo la sensación de falta de amor y se descubrió que la fuente de placer en los genitales calmaba la ansiedad que surgía de no sentirse querido. Por tanto, el sentimiento de soledad y desamor vuelve desesperadamente a buscar la gratificación que encontró en aquel entonces.

Nos permitimos hacer aquí un paréntesis que parece pertinente. La manipulación de los genitales en los niños y niñas es perfectamente normal si no lo hacen con demasiada frecuencia, si es así quiere decir que el niño o niña no se están sientiendo queridos. Los niños y niñas se tocan los genitales porque es parte de la exploración de su cuerpo para conocerlo, al sentir gratificación entran en una etapa premasturbatoria que les enseña que ahí tienen una fuente de placer; así mismo es natural la práctica de la masturbación en los adolescentes e inclusive en adultos que no tienen una pareja con la cual desahogar la tensión que surge de sus deseos sexuales. La iglesia lo ha calificado como pecaminosa pero ya nos ocuparemos de ella más adelante.

Entonces volvemos al mismo punto del apartado anterior: detrás de la lujuria la carencia es la falta de amor. No nos amamos a nosotros mismos, sentimos que los demás no nos aman y buscamos desesperadamente obtener amor a través del intercurso sexual compulsivo con la esperanza de sentirlo. No ocurrirá. Mientras más relaciones sexuales tengamos más se acentuará nuestro sentimiento devaluatorio porque las veces en que no logramos la esperada gratificación amorosa se multiplican. Los hombres y mujeres lujuriosos (as) están dale y dale probando a ver cuando llegan a sentirse gratificados en el orden amoroso sin lograrlo y siguen persistiendo en ello y así podrán pasarse toda la vida.

La forma de resolver el problema del amor al sí mismo y de percibir el amor de los demás ya se explicó en el apartado anterior y no tiene caso repetirlo.

Pero vamos a la virtud que recomienda Santo Tomás para combatir el "vicio" de la lujuria: la castidad. Dice que la castidad logra el dominio de los apetitos sensuales. El diccionario se encarga de darnos una definición mediante la cual pareciera que Santo Tomás nos está jugando una broma:

1. f. Cualidad de casto.
2. f. Virtud de quien se abstiene de todo goce carnal.

¿Y cómo se logra abstenerse de todo goce carnal cuando es una necesidad inherente a la naturaleza humana? ¿Y qué caso tendría abstenerse de un goce, como porqué y para qué?

Abstenerse de todo goce carnal se logra reprimiendo el deseo, la cultura ha logrado que mucha gente niegue su deseo inconscientemente y ni siquiera lo reconozca. O bien, lo suprime conscientemente. Ésta es una de las aberraciones más grandes de la iglesia y motivo por el cual está metida en asuntos tan penosos como las perversiones pederastas que se inscriben dentro de esa institución.

Los sacerdotes a los que se les obliga a ser "castos" son la prueba viviente de que todo aquel que reprima sus deseos sexuales va a terminar por pervertirlos. ¿Que quiere decir eso? Que la loca libido a la que le han ordenado desaparecer y buscar objetos para desahogarse, se las arregla para hacerlo a través de quienes no puedan denunciarla, los más desamparados: los niños y las niñas, o bien, aquellos feligreses que sometidos a su autoridad y poder no sean capaces de denunciarlos. Es decir que la castidad, lejos de combatir la lujuria se convierte en otro pecado capital del cual se derivan otras muchas malas acciones. Si bien los niños y las niñas son entes sexuales es un crimen que se abuse de ellos, porque aun están inmaduros y no pueden comprender un acto sexual entre adultos. Ellos se manipularan sus genitales y jugaran al doctorcito con otros pares, están a un nivel de jugueteo primario, por tanto es un abuso que se les ponga a gratificar adultos cuyo manejo sexual es mucho más complejo, es una violenta agresión a su naturaleza y a sus derechos humanos.

La pederastia es una perversión y un delito que no sólo los curas ejercen sino mucha gente que se supone civilizada: los europeos, por ejemplo, acuden a burdeles infantiles en Asia para satisfacer sus perversiones, lo cual indica que en términos de sexualidad la humanidad entera está muy atrasada, y todo porque al no asumirse como algo natural en lo que la iglesia tiene significativa responsabilidad, la gente es víctima de prejuicios milenarios y la cultura porno de la cual se obtienen grandes dividendos no coadyuva a despejar la vía natural de gratificarse sexualmente. Paradójicamente, la pornografía tiene los mismos efectos que la represión, pues si en esta última se niega el deseo, en la primera se expone la gratificación en el afuera y el sujeto se convierte en un voyerista no en un sujeto realmente gratificado. Es como si para calmar el hambre me pusieran a ver personas que engullen deliciosas viandas.

Otro paréntesis necesario es la discriminación sexual. El imponer en otros nuestra concepción de la gratificación sexual es una inmoralidad. El adulto tiene derecho a expresar con libertad sus preferencias sexuales sin que por ello haya de ser discriminado. La homosexualidad definida como antinatural es un prejucio, históricamente la homosexualidad ha sido una práctica sexual tan natural como la heterosexualidad, se da incluso en algunos animales, pero aunque no fuese así cada especie tiene sus propias características y no seríamos capaz de juzgar a los animales que se fertilizan a sí mismos como perversos ¿verdad?

El prejuicio está cimentado en un concepto religioso equivocado que establece que la gratificación sexual sólo tiene como objeto y fin la reproducción (prejuicio que hasta Freud lo tuvo, después de todo no pudo deshacerse en su totalidad de la influencia de la época victoriana en la que le tocó vivir). El ser humano tiene derecho a gratificarse sexualmente como mejor le guíen sus instintos siempre y cuando no lastime la integridad física y psicológica de otro. De tal forma que la homosexualidad, el transexualismo y todas las formas que la psique humana establezca para ese fin es moral y debe permitirse. Nadie tiene porque imponer la forma en que se gratifica sexualmente como una ley que otros deban obedecer, eso es faltar a la libertad y al principio de equidad.

La revolución de la conciencia en este aspecto empieza por 1) asumir que la sexualidad es una actividad humana legítima a la que tenemos derecho, 2) que no va a resolver nuestros problemas devaluatorios o nuestros complejos de inferioridad porque esos se solucionan de otra manera, 3) que mientras dentro de la pareja sexual haya respeto y consenso de gratificación en las prácticas que se lleven a cabo estamos actuando moralmente, 4) que debemos hablar con verdad y libertad respecto al sexo porque es un derecho humano, como lo es el alimento, la vivienda y el respeto, y 5) denunciar a quienes reprimen y pervierten la sexualidad humana.

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