Editorial
El sector cultura es esencial para fortalecer la soberanía de un país, así como su proyecto de desarrollo sustentable. Sin embargo, en México, una parte significativa de la clase política no le reconoce el importante papel que desempeña, como lo revela el magro presupuesto destinado a la cultura aprobado por la Cámara de Diputados. En contraste, en naciones como India y China están conscientes de la necesidad de apuntalar este sector para contar con un cine, una literatura, un teatro, una danza y una pintura pujantes que refuercen su identidad nacional.
Las diferencias en la materia entre México y potencias emergentes como India quedan patentes al analizar algunos datos de la industria cinematográfica india, mejor conocida como Bollywood. El cine de esta nación produce unas 900 películas al año y registra un crecimiento anual de 13 por ciento, con exportaciones a unos 95 países: las producciones indias acaparan su propio mercado y el de muchas naciones asiáticas, dejando tan sólo unas migajas a la poderosa industria de Hollywood. De hecho, las cintas de Bollywood están penetrando cada vez más en el gusto de cinéfilos de Estados Unidos y Gran Bretaña, entre otros países de Occidente.
Asimismo, la industria cinematográfica de China está experimentando un auge importante, como lo demuestran los diversos premios que sus producciones han ganado en los años recientes en los más prestigiados festivales fílmicos del mundo. Al respecto, hay que señalar que las temáticas de estas cintas son eminentemente chinas, con alusiones a la historia, mitos y tradiciones del gigante asiático, esquema que se repite en el caso de India y que explica en parte el éxito de ambas industrias: como lo expresó el realizador Indranil Chakravarty, el cine indio con una asistencia promedio de 10 millones de personas al día se basa en la riqueza cultural de ese país, en su lenguaje, colores y sabores, receta exitosa que ha contribuido considerablemente a la integración de estas naciones en el concierto internacional, aunque ello no ha significado una renuncia a la cultura universal. Así, en ambos países, los iconos de la cultura moderna como las actuales tendencias musicales y los modos de vestir al estilo occidental, entre otros conviven con sus tradiciones locales sin provocar conflictos de identidad nacional.
Estos ejemplos ponen en evidencia la lamentable situación en México, cuya gran riqueza cultural es reconocida en el país y en el extranjero, pero no tiene el apoyo de los políticos, quienes no han entendido todavía la importancia de la cultura, tanto para consolidar nuestra identidad como para apuntalar nuestra soberanía. Para este 2007, los diputados aprobaron un presupuesto para cultura de unos siete mil 700 millones de pesos, lo que representa apenas el 0.06 por ciento del producto interno bruto (PIB). Estos escasos recursos están muy lejos de las recomendaciones del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), que insta a los gobiernos a destinar el uno por ciento del PIB a la cultura.
Por otro lado, esta partida presupuestal se reduce aún más con reasignaciones de dinero a entidades ajenas al sector, como el Instituto Mexicano de la Juventud. Además, otra parte importante de estos recursos terminan en los bolsillos de los funcionarios del aparato burocrático, dejando únicamente a los creadores una ínfima cantidad para realizar su labor.
Queda claro, pues, que México requiere reorientar sus políticas culturales para fortalecer a las empresas de este sector, que ya representa 6.7 por ciento del PIB: el respaldo estatal a la cultura beneficiará no sólo a la economía sino también a la sociedad y la ciudadanía en su conjunto.
Una de las razones por las cuales la clase política no concede mayor importancia a la cultura es que este sector, sobre todo ahora, es muy ignorante. La falta de juicio crítico en múltiples aspectos y el desconocimiento de los modos de vida y costumbres, así como de la importancia que el grado de desarrollo artístico y científico tiene para un país, resultan alarmantes; baste una revisión no sólo de su trayectoria académica y sus preferencias recreativas, sino de las decisiones que toman, para darse cuenta de que tienen serios problemas en el curso del pensamiento y en la sensibilidad artística además de la falta de curiosidad por el conocimiento. Los resultados están a la vista. No olvidemos a "Borgues" ni a "Rabina la Gran Tagora" del sexenio pasado ni el orgullo que sentía el traidor a la democracia porque hacía treinta años que no iba al cine a cambio de asistir con frecuencia a los jaripeos; es de suponerse que los que integran la administración actual que prácticamente son los mismos no superen en mucho a los anteriores. Así estamos perdidos.
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